Esther Alonso

Ser o Tener

Esther Alonso


Las huellas de la cigarra

06/09/2022

Mientras la cuesta de septiembre agudiza su pendiente y las sombras chinescas nos escenifican cómo será el invierno de las camisetas térmicas, el devenir político nos permite asistir esta misma tarde al último festejo taurino del verano, el  que Manolete e Islero, Islero y Manolete, Sánchez y Feijóo, Feijóo y Sánchez, han decidido celebrar en el coso del Senado para entretener a sus respectivos públicos en los meses de precampaña electoral. Como si acaso fuera cierto que las grandes cuestiones que en este tiempo afectan a la economía española se decidieran aquí; como si acaso fuera verdad que los ingeniosos giros de sus respectivas oratorias fueran a salvarnos, esta tarde, de las caries de la crisis; como si acaso fuera de verdad importante la portada de mañana sobre si la cornada de Islero mató a Manolete.

Nunca me han gustado los toros, pero sí la política. La echo de menos. Me falta el discurso responsable, serio, que busca la concertación de intereses, que motiva, sin engaños, a la opinión pública en la búsqueda del bien común, que no puede ser radicalmente tan diferente de un escaño a otro, salvo que lo que se persiga por quienes lo pronuncian sea otra cosa. 

Probablemente haya más intención política en una edición de Eurovisión que en la supuesta confrontación ideológica de hoy. Seguramente haya más coherencia política en unas elecciones a delegado de curso de Secundaria, que en el debate que va a tener lugar en la Cámara Alta. Posiblemente haya mensajes políticamente más honestos en un anuncio de Aquarius que en el diálogo entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Y aunque la austeridad será la receta más extendida hoy por ambos, resulta imposible imaginar que, tras un julio y agosto en el infierno climático, llegaremos a pasar algo de frío. Pero en aras de no sé qué contradicción económica decidimos que este verano seríamos cigarras y no hormigas. 

Todavía recuerdo cuando en las noches de esos inviernos largos en los que habitábamos antes de tomarnos en serio la amenaza del calentamiento global, mi madre me contaba cómo los finos copos de nieve que caían del cielo iban borrando las débiles huellas de una errante cigarra a la que nadie quería dar cobijo.