El turismo de interior está ganando adeptos y, con él, también las vacaciones, los veraneos y, lo que es más importante, los inverneos en nuestros pueblos. Y es que no hace falta irse muy lejos para disfrutar en cualquier tiempo y lugar de unos magníficos y tranquilos días de asueto más allá del masificado y ruidoso litoral.

Afortunadamente Burgos es una provincia con una enorme diversidad, lo que sin duda abre un amplísimo abanico de posibilidades, con atractivas opciones que, a buen seguro, responderán a todos los gustos y, lo más importante, que no dejarán a nadie indiferente. De norte a sur, de este a oeste podemos disfrutar de enormes espacios naturales, paisajes y montañas increíbles, atractivas playas fluviales, embalses y, sobre todo, singulares museos y un ingente patrimonio artístico y cultural, el que atesoran ciudades y villas con siglos de historia a sus espaldas. No podemos olvidarnos de la gastronomía y de ese turismo enológico que hace también de esta provincia un destino más singular si cabe. 

Si algo echamos de menos cuando vivimos en la ciudad es respirar ese aire puro del campo y escapar de la contaminación urbana, que según hemos leído esta misma semana en la capital burgalesa es superior a la que fija la Organización Mundial de la Salud. Además, también permite huir de los entornos saturados, recuperar la paz interior y huir del dichoso estrés.

El turismo slow -perdón por el anglicismo- es el nuevo concepto de referencia. Ese viajar despacio, sin prisas, con equipaje ligero, el despertador apagado y el móvil en silencio se está imponiendo porque las vacaciones y el tiempo libre están, ante todo, para descansar y disfrutar.

Está bien viajar fuera y conocer mundo, como decían los mayores, pero para conseguir que ese turismo interior sea motor de desarrollo e impulso económico real en el medio rural debemos de creérnoslo primero los propios burgaleses, viajando por nuestra provincia, sin esperar a que ningún foráneo nos descubra que tenemos una tierra de ensueño.