La belleza está en el exterior

ALMUDENA SANZ
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Sandra Rilova crea portadas para libros de sellos como Nevsky, Nórdica, Tusquets, Espasa o la británica The Folio Society. El último, 'El país de los niños perdidos', de Gustavo Martín Garzo, con Siruela

Sandra Rilova remarca la importancia de la lectura y comprensión del texto a ilustrar.

El País de los Niños Perdidos, el último libro de Gustavo Martín Garzo, enseña a no mantener por separado el mundo real y el de la fantasía. Ambos universos se antojan necesarios para cualquiera, pero más para un artista. Y por ambos transita Sandra Rilova (Burgos, 1988) cuando se enfrenta a la ilustración de la portada de un volumen (o este al completo). Sus propuestas confirman que la belleza también está en el exterior. La obra del escritor vallisoletano publicada por Siruela es su último trabajo. 

Condensar en una portada todo el contenido y las emociones que puede llegar a despertar una historia y hacerla lo suficientemente atractiva para que una mirada se fije en ella de entre las muchas novedades que cada día llegan a una librería se antoja una tarea ardua. 

Una complejidad de la que Rilova da fe. «Un libro tiene un volumen muy extenso y tú debes contener su esencia en una sola imagen. Una portada tiene que atraer la mirada del público con un diseño sencillo», resume al tiempo que comenta que cada encargo es un mundo que implica a distintos agentes. En ocasiones, dice, el editor da algunas directrices, como tener en cuenta la estética minimalista del país de origen del autor, como le ocurrió en Luna llena, de Aki Shimazaki; otras veces, comparten sus ideas acerca del diseño, personajes o situaciones que quieren ver reflejados en esa puerta de entrada a la lectura; y en otras cuenta con total libertad. 

Portadas para libros diseñadas por Sandra Rilova. Portadas para libros diseñadas por Sandra Rilova.

Sea como fuere, a ella le interesa crear imágenes sugerentes, que inviten al lector a descubrir esa obra. «Como en la ilustración de libros, intento transmitir desde la sutilidad y el orden, trabajo para trasladar sensaciones con muy pocos elementos», desarrolla y desvela que las metáforas visuales son sus aliadas. «Ilustrar es como un puente que une tu imaginario con el del autor del texto, pero no encuentro ningún sentido a reiterar con imágenes lo que el escritor o escritora ya ha explicado tan bien con palabras».

La construcción de ese puente comienza con la lectura y la comprensión del texto. A veces el tiempo apremia y se conforma con una sinopsis. Y, cual exploradora, comienza la búsqueda de conceptos clave, imágenes evocadoras o situaciones a las que pueda dar una vuelta. «En el camino te surgen preguntas. ¿Cuál es el concepto más importante de la historia? ¿Debo presentar a este personaje en la cubierta?», observa para relatar que el siguiente paso es un boceto de ideas que presenta a la editorial. Recibido el visto bueno (solo en una ocasión la propuesta se quedó finalmente en el cajón), remata con el arte final. ¿Plazo de ejecución? Cada encargo acarrea los suyos. «Cuando solo te piden la portada puede ser un mes, si se trata de ilustrar el libro, seis meses», calcula esta ilustradora versátil, una de las 12 artistas internacionales que dejó su impronta en el Museo Andersen de Odense (Dinamarca). 

Reconoce que una editorial dispone de un abanico de opciones para el diseño de esa primera página, como la fotografía, la abstracción, los recursos tipográficos o la ilustración, y sí aprecia una mayor apuesta por esta última solución: «Cada vez hay más sensibilidad al trabajo artístico y a pesar del dicho 'no juzgues un libro por su portada' es difícil no hacerlo, al menos para mí». 

¿Qué siente al ver sus trabajos entre las hileras de una librería? «Te hace especial ilusión verlos, pero sobre todo cuando conocidos o no tan conocidos me mandan fotos de esa portada a la que se han acercado porque les ha recordado mi estilo», responde. 

Un trazo que ha dejado en Piel de asno y La reina de picas, con Nevsky; El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, con The Folio Society; Ya no quedan ciudades, de Defreds, con Espasa; Transformaciones, de Anne Sexton, con Nórdica; Los muertos, de James Joyce, de Catedral Books; Luna llena, de Aki Shimazaki, con Tusquets; El país de los niños perdidos, de Gustavo Martín Garzo, con Siruela... 

Anda ahora peleándose con el poeta irlandés William Butler Yeats. «Aunque la gente se imagine el trabajo del ilustrador como algo idílico, en la mayoría de los proyectos se sufre mucho, sobre todo en esta parte inicial de conceptualizar imágenes», apostilla Rilova, que, a bote pronto, apunta El barón rampante, de Italo Calvino, Alicia en el País de las Maravillas, de Carroll, o El señor de las moscas, de Golding, «entre un montón más», como títulos que le encantaría que tocaran a su puerta.