Pintas, el 'juguete' de la residencia de Villasante

A.C.
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El animal, que entró en el geriátrico El Mirador con tres meses y ya ha cumplido un año, hace terapia con los mayores, que le adoran y a quienes está generando grandes beneficios

Pintas, el juguete de la residencia de Villasante

Pintas tiene un imán. Todas las manos quieren acariciar su pelo. El pequeño perro, cruce de pastor vasco con otra raza desconocida, se deja querer. Es el juguete de los mayores que viven en la residencia El Mirador de Villasante. Prácticamente todos adoran a este pequeño perro, de tan solo un año, que han visto crecer desde que tenía tres meses y que se ha ido socializando a su lado y con las enseñanzas de la gerente del centro, Edenia Fernández, experta en terapia canina.

Al sol de la primavera, en la terraza de la residencia están sentados Román Martínez Saiz, de Puentedey, Norberto Huidobro, nacido en Villasuso, pero vecino de Villasana, y Santiago Valle, de Bilbao. Suman 270 maravillosos años entre los tres, pero pocos lo dirían. Román, que va a cumplir 94 años, recuerda que siempre tuvo perros, de caza, de compañía... y "los echa de menos", afirma. Pintas se sube encima de él como cuando era un cachorro y Román dice que trae "mucho entretenimiento" cada día al geriátrico abierto desde enero de 2019 y que él fue uno de los que casi lo estrenó.

Norberto, de 92 años, dice que "siempre me han gustado mucho los animales". La caza de perdiz y codorniz era una de sus pasiones. Santiago está atento a la conversación y cuando Edenia señala que el animal está aprendiendo a interactuar con las personas, él apunta que "también tenemos que aprender nosotros a interactuar con los animales".

Pintas, el juguete de la residencia de VillasantePintas, el juguete de la residencia de Villasante

Alrededor revolotea Marisa, de Gayangos. Insiste en recordar su pueblo, sus orígenes, y su nombre. Pero durante más de una hora, lo que dura la visita a la residencia, no se separa del perro. Esta mujer es absolutamente feliz con el can que obedece a todo lo que le indican. Se acerca Resu, de Bilbao, en silla de ruedas. Enseguida le suben a Pintas a una silla para ponerlo a su altura y el perro se queda quieto mientras ella recuerda que regentó una tienda en las Siete Campas, en barrio bilbaíno de Zorroza, y "allí siempre tuve un pastor alemán que me la cuidaba, veintitantos años".

Como si de una estrella de cine se tratara, todos quieren tocar a Pintas. Marisa se encarga siempre de peinarlo. La observa Aurelia, nacida en Guzmán, en la Ribera del Duero. "¡Cómo no me va a gustar!", responde a las preguntas de DB. "Siempre he tenido perros cuando estaba en el pueblo", añadea. Cuando se trasladó a Santurce (Vizcaya) a los 33 años renunció a ellos, porque en el piso de la ciudad no le gustaba, al carecer de un lugar adecuado.

Cada día, cuando el animal llega a la residencia saluda a todos los mayores y después de su clase de gimnasia comienzan a jugar con él. Cada uno le tira la pelota de plástico y Pintas corre a buscarla y entregarla de nuevo. Edenia le ha enseñado piruetas y el perro tiene un efecto claro en los mayores. Si el animal entra en acción, dejan de mirar la televisión y el animal se convierte en su centro de atención. Al segundo esbozan una sonrisa.

De Las Machorras. Pintas también sabe saltar por dentro de los aros que los mayores sostienen y poco a poco va a ir adquiriendo nuevas habilidades para ayudarles a ejercitarse juntos. Es muy joven, casi acaba de dejar de ser un cachorro, pero ya sabe muy bien lo que tiene que hacer después de horas y horas de entrenamiento y aprendizaje dentro y fuera del centro. No ladra a nadie, ni a los familiares más desconocidos para él, cuando acuden al geriátrico.

Llego a Villasante desde La Sía, en Las Machorras. Lo trajo una de las trabajadoras, natural de Espinosa. Gracias a él, los mayores reciben "mucho cariño", como señala su maestra y "todos, a pesar del deterioro cognitivo que tengan, se acuerdan de él". Sin duda, es terapéutico. Nadie a su paso se quedan indiferente. Todos cuentan a DB que le quieren mucho. Chuchi va en silla de ruedas por el pasillo y enseguida estira el brazo para tocarlo.

Edenia, hija de cazador, se crió con una media de siete a trece perros, recuerda. Una de sus mayores aficiones, que aparcó con el nacimiento de sus tres hijas, fue acudir a exposiciones caninas con canes de la raza Rottweiler. Nada más ponerse a diseñar el proyecto de la residencia de Villasante, decidió incluir un perro de terapia. Asegura ver "la alegría en los ojos de los residentes" y está muy contenta con la decisión tomada. Actualmente están cubiertas 26 de las 29 plazas del centro, que va sumando servicios como la nueva furgoneta de 9 plazas, disponible para dar servicio de transporte a las familias que lo necesiten para acercarse a la residencia. Las procedencias de los mayores se reparten entre Merindades y Vizcaya. Siete son vecinos de la Merindad de Montija y se benefician de tarifas más económicas, una de las exigencias que impuso el Ayuntamiento, propietario de las instalaciones, en el contrato de gestión y explotación.

A Fernández García le gustaría ampliar la residencia en 10 plazas, hasta las 39. Confía en lograr que el Ayuntamiento asuma la inversión necesaria. También desearía que pase la pandemia y se puedan recuperar actividades, como la salida anual a la playa, el día de las familias en mayo o la barbacoa de agosto. Atrás quedan los más de dos meses de encierro que protagonizó con cinco de sus 13 empleadas durante el confinamiento. Casi todas siguen a su lado y ahora tienen un ayudante más... de cuatro patas.