La última lavandera de la villa salinera

S.F.L.
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Como ya hacía en compañía de su madre desde niña, Isabel González, de 87 años, respeta la tradición y no deja de acudir ni una semana a las pozas que dan nombre a su localidad para limpiar sus ropas

La última lavandera de la villa salinera - Foto: S.F.L.

Encorvadas sobre el lecho del río, con agua y jabón casero, sudor y canasto de mimbre en la cabeza; así transcurría la vida de las lavanderas que ofrecían sus servicios a las familias más pudientes a principios del siglo XX, no solamente entregando las prendas limpias, sino también planchadas. Alguna de aquellas valientes todavía continúan ejerciendo la dura labor, eso sí, por voluntad propia. Es el caso de la pozana Isabel González, que a sus 87 años no hay semana que no se deje ver en las pozas jabonando sus ropajes.

Sigue exactamente los mismos pasos que cuando era niña y acompañaba a su madre. «Primero hay que mojar las prendas, luego enjabonarlas, otra vez enjuagar, y siempre restregándolas contra las piedras de la fuente», declara. «El sol secaba la ropa sobre la hierba y a la vez ayudaba a blanquear, otras veces se tendían en largas cuerdas para una listas, recogerlas, planchar las y entregarla. El jabón que se utilizaba era casero, no había otro, y se elaboraba con grasa y soda cáustica», añade.

A pesar de que los tiempos han cambiado y de que cuente con una lavadora nueva en casa, a la anciana no le tiembla el pulso a la hora de recorrer el medio kilómetro que separan su vivienda de las pozas con bastón y cubo en mano. Una vez en el lugar, con una agilidad admirable, clava sus rodillas en el empedrado suelo, saca el jabón y selecciona las prendas. Con suma delicadeza y derrochando paciencia, la señora Isabel comienza con las labores que pueden llegar a ocupar la mayor parte de la mañana. Da igual invierno que verano, otoño que primavera, la silueta corcovada de la octogenaria no falla y es un atractivo más para los visitantes que se acercan a conocer las salinas de la villa.

A su edad sigue lavando su propia ropa a mano y recuerda con DB los viejos tiempos. Aquellos cuando José Luis le venía a recoger para ir a trabajar al matadero de Salas, donde además de lavar tripas y entrelazarlas, limpiaba en el río los ropajes de los jefes. «He trabajado mucho en esta vida y por aquel entonces me pagaban 15 pesetas al día», cuenta. Entonces no existían máquinas que realizaban las tareas domésticas como ahora, aunque comenta que el «lavarropas» solo lo enciende para limpiar las sábanas y las colchas, porque pesan mucho y requieren demasiada fuerza y trabajo, y «plancha hasta la ropa interior». Eso sí, siempre después de almorzar porque «con el estómago lleno las tareas se hacen mil veces mejor», bromea.

Mira a su alrededor y es incapaz de encontrar las siete diferencias en el entorno donde limpiaba con su progenitora al de ahora. «Yo lo veo todo muy parecido pero creo que el Ayuntamiento debería arreglar el bebedero, aunque ya no se utilice. Pero como yo no mando… lo dejo caer», expresa con gracia. Se aproxima a la poza y mete sus manos en las gélidas aguas. Apenas se la enrojecen ni agrietan y eso que no utiliza ninguna crema para la piel. «Soy fuerte y nunca me han salido sabañones. Estoy tan acostumbrada que no siento el frío», aclara.

Del interior de un cubo verde saca un trozo de jabón regalado y dos prendas sucias. Una de ellas es de las más especiales que conserva de su madre: el delantal que ella siempre llevaba. Antes utilizaba «un rodillero» pero desde que se estropeó se mantiene durante infinidad de minutos apoyada en el suelo sin protección. Con salero frota las prendas, las enjuaga, las vuelve a frotar… así hasta que quedan impolutas. Todavía en el suelo, las estruja para retirar el agua acumulada y las vuelve a meter al cubo. «Antes las dejaba secando en las pozas pero ya no. Me han escondido alguna cosa y me enfado, por eso prefiero llevarlas a casa», confiesa.

Una vez terminadas las labores toca incorporarse sin necesidad de utilizar la cachava y hacer el camino de vuelta. Todavía es pronto y quedan muchas horas por delante para realizar las tareas que tocan y para disfrutar. Ver la televisión y los paseos por su querida villa son sin duda, junto a sus visitas a las pozas, los momentos que más exprime la última lavandera de Poza.