Ignacio Fernández de Mata

Los Heterodoxos

Ignacio Fernández de Mata


¡Salve!

03/03/2021

La entrevista nos pilló con una Estrella Galicia en la mano, atentos a los detalles nunca baladíes del arranque: un salón desordenado -restos de jarana, sudor y alcohol-, con ese aire desgastado y sucio que tiene todo fin de fiesta… Y, entonces, Él. Aznar.
Apenas había empezado la interviú cuando el expresidente, con inteligente pose de llaneza, regateó a su (falsa) modestia y nos aclaró que quien estaba frente a Évole era una esfinge histórica, un suceso mítico del pasado. Un César.
Con displicencia olímpica dejó clara su distancia con Rajoy y sus gobiernos y afirmó que sus manos no se iban a quemar por ninguno. A él nada le salpica: ni corrupciones ni prisiones de exministros ni las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes.
La mórbida obesidad del ego del expresidente provocó en casa indignación ante las flagrantes mentiras que profirió sobre los atentados del 11-M y su gestión. Miré a Juan Marsé, debatiéndose entre la mueca desvergonzada y la perplejidad, y entendí que aquello le parecía una mala broma, un plagio torpe de La muchacha de las bragas de oro, de aquel Luys Forest, trasunto del viejo Laín Entralgo manoseando y alterando su pasado para construir unas memorias convenientes con las que reinventar al inmarcesible falangista que fue y encajar en la democracia con falso pedigrí.
Paco González Ledesma y Manolo Vázquez Montalbán miraban igualmente fascinados a la pantalla. Ambos habrían lanzado al comisario Méndez y a Pepe Carvalho a recorrer los bajos fondos, los infectos garitos de El Raval y los templos gastronómicos con reservado, para desenmascarar a aquel narciso ensoberbecido, oráculo y arquetipo en el que, según su humilde receta, debía mirarse la derecha, toda la derecha, para, volviendo al redil, incardinar un nuevo ciclo de victorias. El humilde Bridger -menudo calificativo neomasón-, desplegó un discurso laudatorio y campanil, paradójicamente lleno de líneas rojas, en el que, a pesar de invocar a la Historia, dejó claro que no quería a los historiadores para que hicieran su trabajo analítico. Tampoco a los periodistas y sus temerarios contrastes de veracidad. O Él o el caos, sería una conclusión pertinente. O una enseñanza de la que espera que el joven presidente Casado -casi una broma- tome buena cuenta.
De no ser por Él, por Aznar, qué tarde, qué tres amigos me habría perdido…
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