"Un nacimiento es algo maravilloso. Añoro los partos"

A.G.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Begoña Gil es una de esas mujeres y esta es (parte) de su historia

Begoña Gil. - Foto: Alberto Rodrigo

* Este reportaje se publicó el 24 de febrero de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

La casa de Begoña Gil (Aranda de Duero, 1951) es como ella: acogedora, cálida, luminosa y colorida. Se trata de una planta baja en el corazón de la ciudad que encierra una de las posesiones más preciadas de la matrona, su jardín, que ahora -en pleno invierno y tras dos meses de estancia en el otro lado del mundo donde ha estado visitando a su nieta Abril- no está en su mejor momento. Por eso, coqueta, no quiere hacerse la foto allí sino junto a su chimenea, que templa con enormes llamas una desabrida mañana de febrero. Con un taza de café en la mano sonríe Begoña al comenzar a recordar su feliz infancia en la capital de la Ribera. Fue la segunda de 13 hermanos, hijos todos ellos de Miguel, un albañil "de los buenos", y Filomena, conocida en Aranda por su negocio ‘Flores Filo’ (que acaba de recuperar una nieta con el mismo nombre) y que ya ha cumplido 96 años.

"Aranda era un pueblo y nosotros vivíamos en medio de dos ríos, una de las mejores cosas de mi infancia: el Duero, que era un peligro y al que teníamos prohibidísimo acercarnos salvo cuando era mi madre la que nos llevaba en barca hasta un pinar que había al otro lado donde jugábamos libremente mientras ella cosía -porque nos hacía la ropa a todos-, y el Bañuelos, un afluente maravilloso donde nos bañábamos y pescábamos cangrejos. Siempre estábamos en la calle jugando, aquella fue una época estupenda". Tanto, que el padre construyó una pequeña cabaña en una huerta que la familia compró con un premio de natalidad -10.000 pesetas de la época- y el nombre que le pusieron fue ‘Hogar feliz’.

"Un nacimiento es algo maravilloso. Añoro los partos"

Muchas de las principales referencias en la vida de la matrona son mujeres y dice que ahí están las raíces de su feminismo. Las primeras, su madre y su abuela Casimira, que era ciega, a pesar de lo cual cosía y estaba con los niños y estos la acompañaban a las iglesias porque era muy religiosa.

"Enseguida me acostumbré a los cuidados tanto de mi abuela, a la que hacía de lazarillo, como de mis hermanos pequeños, a los que daba de comer cuando mi madre se marchaba a lavar al río, y tanto les cuidé que me retrasé mucho en la escuela".

También la pequeña Begoña era muy piadosa, así que cuando las religiosas francesas de la Misericordia abrieron un colegio en Aranda ella no se lo pensó dos veces: quería estudiar... y meterse monja: "Sobre todo lo que quería era no faltar a clase y aprender, tenía un ansia infinita de aprender. Así que mi madre se desprendió de mí y dejó que me fuera de interna -era obligatorio si querías ser monja- aunque viviéramos en Aranda. Como no podíamos pagarlo, ella a cambio, cosía los babis del colegio y también nosotras, las internas, teníamos que limpiar todas las instalaciones, además de estudiar".

Salió del colegio con 17 años (y ya sin rastro de la vocación religiosa) para ayudar en la casa, en la que la madre no daba abasto con tanto niño, pero también con muchas ganas de acabar el Bachillerato y de hacer la carrera de Enfermería, que fue la que dejó su madre a medias cuando se casó: "Mis padres ya me advirtieron de que no podían pagarme los estudios, por lo que venir a Burgos se me hacía complicado, no sabía cómo hacer para trabajar y, a la vez, estar interna. Pero justo en esa época, mi tía Juanita, que vivía en Barcelona, se quedó viuda. Me dijo que conocía a una auxiliar de Enfermería del hospital Vall d’Hebron, que entonces era la residencia sanitaria Francisco Franco, y que igual me podía recomendar para un trabajo. Así que me cogí una maleta de cartón, de las de la época, y para Barcelona que me fui, una ciudad maravillosa donde se respiraba mucha más libertad que aquí".

15 años en Barcelona. En la capital catalana Begoña Gil vivió durante 15 años, al principio en la portería de su tía, en la calle Córcega, cerca del Hospital Clínico donde estudió. Allí no solo se formó en Enfermería mientras trabajaba como auxiliar -"no tenía ningún recurso"- sino que también conoció a Basilio, su marido, un maestro de origen soriano, y se especializó como matrona, además de comenzar las carreras de Medicina y de Geografía e Historia.

"Nada más llegar me presenté en el hospital ante una monja de esas que iban con aquellas cofias enormes y maravillosas y le dije que quería trabajar. Como era de esas a las que les impresionaban las familias numerosas y religiosas como la mía y que yo fuera una chica que no salía -no empecé a alternar hasta los 25-26- le pareció fantástico, enseguida empecé a trabajar en el área infantil del Vall d’Hebron como auxiliar y con ese sueldito y limpiando alguna casa con mi tía me pude pagar la carrera e incluso enviar dinero para ayudar en casa".

Su incorporación como enfermera en el mismo hospital donde se había empleado mientras estudiaba se produjo nada más acabar la carrera: "Había mucha necesidad de personal, tanta que en 3º ya me pidieron que hiciera algunas cosas. Así que me puse a trabajar en el área infantil - allí coincidí con Xavier Trias, el pediatra que fue alcalde de Barcelona, no sé si se acordará de mí- y, a la vez, me matriculé en Medicina pero no pasé de primero porque no me daba tiempo a todo. Así que me puse a hacer la especialidad de matrona. En esos años salía con unas chicas sorianas y a través de ellas conocí al que luego sería mi marido".

Por entonces, Begoña iba por Barcelona en una vespino y una de sus aficiones era patinar sobre hielo "con patines de cuchilla en la pista que tiene allí el Barça". Otra, la de empezar carreras; de hecho comenzó también Geografía e Historia: "Yo creo que íbamos a la universidad a reírnos y a conocer gente", afirma entre risas y haciendo una salvedad para colocar en su haber que sí terminó tanto la especialidad de matrona como la de Enfermería Infantil. Menos divertido fue su paso como enfermera por Oncología Pediátrica: "Es la etapa más dura que he vivido, vi morir a muchos niños. Era durísimo, cuando les daban el diagnóstico lloraba muchísimo con las madres".

Aunque estaba absolutamente integrada en Cataluña, donde habían nacido sus hijos, donde se habían trasladado también algunos de sus hermanos y donde tenía todas sus amistades, volvió a hacer las maletas hacia Castilla "por amor": "Basilio quería venirse para acá y me dijo que eligiera un sitio; yo no quería ir a Aranda pero tampoco a Salamanca o Valladolid -Fachadolid como le decían entonces- así que nos vinimos a Burgos definitivamente, una ciudad que me pareció muy tranquila frente a la ruidosa y movida Barcelona. Me animó mucho también que el año anterior al traslado nos habíamos comprado aquí una casa que estábamos arreglando. Estaba junto a las vías del tren, lo que nunca fue para mí un problema; al revés, para los niños era una fiesta cada vez que pasaba uno".

Al Yagüe. El Hospital General Yagüe fue el destino profesional al que se incorpora cinco días después de mudarse: "En esos momentos no había plazas de matrona ni de Enfermería de Pediatría así que estuve un tiempo cubriendo huecos en Medicina Interna y en Urgencias y lo pasaba fatal porque no había visto nunca pacientes adultos y le decía a mi marido que me quería volver a Cataluña. Más tarde empecé a respirar un poco porque aunque lo que yo quería era trabajar como matrona salió una plaza en Neonatología y allí me fui con el pediatra Emilio Sastre y un equipo muy joven y con muchas ganas de hacer cosas nuevas".

Empeñada como estaba en ejercer su especialidad de matrona, su llegada a la maternidad del viejo hospital se produce a través de su oferta como voluntaria para hacer sustituciones en verano: "No creas que no fue mí un dilema porque quería hacerlo pero eso me impedía estar con mis hijos, que no tenían colegio; al final tuvieron una deferencia conmigo y me concedieron una quincena y así estuve durante dos años hasta que salió una plaza de interina y allí me quedé, cogiendo partos". Eran los primeros años 90 y de su mano llegaron al Yagüe prácticas poco o nada vistas allí con anterioridad -aunque frecuentes ya en otros hospitales y, desde luego, muy analizadas en los congresos científicos de la época- como la de permitir la presencia del padre durante el parto, colocar a los recién nacidos piel con piel con las madres o colocarles un gorrito elaborado con gasas para evitar su enfriamiento.

"Todas esas cosas me costaron muchos disgustos, se veía muy mal que las hiciera porque decían que lo que había que hacer era cumplir los protocolos existentes. Aquel paritorio era un servicio inexpugnable, todo lleno de carteles en los que se prohibían todo tipo de cosas. Y nada más nacer la criatura se la enseñaban a su madre y le decían que se la llevaban a los nidos porque se enfriaban y ya no la veía más".

Frente a este estado de cosas, Gil se agarró a la evidencia científica, que demostró lo contrario: "Hice un trabajo tomando las temperaturas de los niños en el momento en el que nacían y durante los 5 minutos que les dejaban con sus madres y las comparé con las que tenían al llegar a nidos y confirmé que el enfriamiento no era por estar con la madre sino porque nada más nacer los bañaban y hasta les mojaban la cabeza y les repeinaban y yo decía que no lo hicieran. Muchas compañeras se me enconaron y me preguntaban que por qué iban a hacer las cosas diferentes pero yo seguí a lo mío y a los que nacían conmigo les ponía un gorrito que hacía con gasas para evitar que cogieran frío y les ponía sobre la piel de sus madres".

Pero lo que pudo perder en enfrentamientos profesionales "y disgustos" lo ganó con creces Begoña Gil con el enorme agradecimiento de centenares de madres y padres que estrenaron una nueva forma de afrontar el nacimiento de los hijos en esta ciudad. Se corrió la voz de que había una matrona del turno de noche -estuvo muchos años trabajando en horario nocturno y allí, reconoce, tenía más margen para hacer las cosas a su manera- que no echaba al padre de la sala de partos y que no se llevaba a la criatura y muchas cruzaban los dedos para que sus criaturas llegaran de madrugada.

Humanización del parto. Abanderada de la humanización del parto, una de sus principales preocupaciones fue, además, fomentar la lactancia materna desde los primeros segundos de vida, conseguir la epidural para todas (algo dificilísimo en aquella época, por extraño que pueda parecer ahora) y, en general, trabajar para conseguir un protagonismo mayor de las mujeres durante ese momento suyo tan privado y tan personal. "El momento del nacimiento es algo maravilloso, he visto a madres y padres llorando de emoción... a veces lo añoro mucho".

El activismo lo desarrolló Begoña no solo dentro de la sala de partos sino también en el corazón de la sociedad a través de las diferentes actividades que organizaba la Asociación Castellano-Leonesa de Matronas, que presidió durante muchos años, y del grupo Madres de la Leche, en cuyo origen también estuvo. Tanta labor y el trabajo nocturno en el hospital le jugaron la mala pasada del insomnio y decidió trasladarse un tiempo a un centro de salud. Allí, en el de Santa Clara, dejó su impronta dedicándose a desmitificar la menopausia. "Como era aún ambulatorio no había muchas actividades pero yo me las buscaba y una de ellas fue hacer un grupo con mujeres menopáusicas a quienes animaba a mirarse la vulva en un espejo en su casa, que muchas nunca se la habían visto", recuerda entre risas esta mujer, que también probó las mieles de la política como concejala independiente en el grupo socialista entre 2007 y 2011.

Begoña Gil se jubiló hace tres años y desde entonces disfruta de un plácido retiro -en medio del cual le concedieron el premio Colectivo 8 de Marzo- que comparte entre Burgos, la casita que tiene en Alceda (Cantabria) con ovejas y todo, y las visitas a sus hijos, que viven en Málaga y Colombia.