Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Sonrojo

23/01/2023

Aunque la neurociencia todavía no le ha dedicado la atención que merecería, nadie podrá citar una emoción más enraizada entre los españoles que lo que damos en llamar, acaso irreflexivamente, 'vergüenza ajena', ese suplicio que nos lacera el alma cuando una amiga se contonea en el estrado de un karaoke mientras destroza una de Mocedades o el bochorno que nos despierta ese compañero de la oficina que agita a nuestro lado la servilleta en la cena de Navidad de la empresa con el mismo brío que emplearía para reclamar a la presidencia la segunda oreja del quinto de la tarde. 

La actualidad informativa llega estos días bien servida de noticias que nos mueven al sonrojo por el ridículo en el que incurren algunos de sus protagonistas. En ocasiones la vergüenza ajena surge de la vecindad con la compasión, de la empatía que sentimos por personas a las que queremos y admiramos, y por eso muchos no podemos evitar sofocarnos ante el papelón que le ha tocado desempeñar a Mario Vargas Llosa, escritor que un día nos cambió la vida y que hoy, despedazado por la prensa rosa, se ha convertido en el hazmerreír de gente que nunca leerá La ciudad y los perros ni La guerra del fin del mundo.

Hay otros casos en que esa vergüenza ajena la aplicamos a ciudadanos que no sienten siquiera la suya propia, y hacemos nuestro el oprobio que debería recaer sobre sus verdaderos destinatarios; es el caso de García-Gallardo y las huestes de Vox, que se vanaglorian del chusco honor de haber devuelto a la agenda política la superada cuestión del aborto y a quienes se les da una higa que a los sufridos castellanoleoneses nos observen desde otras latitudes como si aún habitásemos en cavernas.

Y, en fin, también se producen trances en los que ese sentimiento comparece aliviado por el lenitivo del humor y la mofa, tal y como ha ocurrido con la respuesta de las redes sociales a una reciente moción del Ayuntamiento de Burgos en la que se solicita a quien corresponda que se sirva hacer desaparecer las armas nucleares de la faz del planeta. Nada que pueda competir, en todo caso, con el estupor que nos produce ser puestos en autos de que don Froilán de Marichalar y Borbón ha sido enviado al Golfo Pérsico para que su emérito abuelo lo meta en vereda; qué cosas.