La libertad viste bata de cola

ALMUDENA SANZ
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La compañía de Manuel Liñán lleva el espectáculo de danza '¡Viva!' este sábado al Fórum. «Siento que recupero al niño que se ponía una falda, se escondía para bailar y encontraba su identidad»

Seis bailarines más el propio Manuel Liñán ponen en escena esta propuesta aplazada en Burgos más de dos años por culpa de la pandemia. - Foto: marcosgpunto

De pequeño se encerraba en un cuarto de su casa, se ponía la falda verde de su madre, convertía en peluca un pantalón de chándal con gomilla, y enchufaba la música, y bailaba, y era libre, y ahí sí era Manuel Liñán. Cuando volvía a abrir la puerta se transformaba en quien la sociedad quería que fuera. Ahora cada vez que se pone la bata de cola, mueve su pelo largo y se calza los tacones para salir al escenario sonríe a aquel niño. «Siento que voy a recuperar algo que estaba perdido, que no pude realizar en su momento, salgo con ese deseo», explica el bailarín y coreógrafo, Premio Nacional de Danza 2017, que, por fin, pisará las tablas del Fórum el sábado con ¡Viva!, programado por la Fundación Caja de Burgos y pospuesto más de dos años por la pandemia. Será a las 19.30 horas (20, 25 y 30 euros). 

«Cuando era pequeño e intentaba travestirme o adoptar una forma más asociada al género femenino, me sentía ridiculizado, discriminado y apartado socialmente. En vez de dejar esto de lado, me encerraba en ese cuarto y ahí yo hacía lo que quería hacer realmente fuera, porque yo vivía el hecho del travestismo de una forma honesta y formal. Lo quería usar para bailar, identificarme, apropiarme de él. Me encontraba con ese deseo y con mi propia identidad. Pero, por miedo, lo hacía a escondidas y se convirtió en un hecho privado cuando debería haber sido público, respetado y aceptado», se explaya sobre esta obra en la que abre la puerta de aquella habitación de par en par y enciende todas las bombillas. 

En ¡Viva!, apunta, recupera a aquel niño que quería bailar con una bata de cola, melena y maquillaje, «sin tener que justificarme ni atarme a un personaje y, sobre todo, sin abandonar mi identidad como Manuel, porque no pretendo ser otra cosa, ni otra persona ni otro género, sino yo mismo con una estética diferente». 

En esos momentos, aquel Manuel se divertía, «era el más feliz del mundo, era realmente yo», pero a esa carga luminosa le seguía otra dramática, cuando apagaba la luz, cruzaba la puerta y adoptaba el papel que la sociedad esperaba de él como varón. 

Todo esto se traslada al escenario en un espectáculo de danza, con siete bailarines, siete hombres con sus vestidos, cada uno con un código de baile diferente, con una estética inhabitual, y unos movimientos que sus cuerpos guardaban y ahora exhiben sin pudor. 

Esta propuesta de flamenco queer colorista, de fantasía y celebración levanta al público de las butacas entusiasmado, pero también saca la parte más furibunda de algunos. «Me siento realizado totalmente, no tengo que justificarme, pero de vez en cuando sí te encuentras juicios homófobos de gente a la que aún le repugna ver a un hombre maquillado. Se trata de tener el derecho de expresarte como quieres, sin juicios ni faltas de respeto», resalta Liñán, que, aunque sigue de gira con ¡Viva!, acaba de estrenar Pie de hierro, dedicado a su padre (el título es su segundo apellido), en el que pega un giro radical, igual de transgresor, y en el que vuelve a brujulear en su infancia y la relación con el arte y la tradición: «Hay una serie de conflictos internos que necesitaba exponer, verlo fuera de mí para así poder seguir caminando».