Un Drácula del siglo XXI

Pablo de Carlos
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BBC y Netflix nos traen una nueva revisión del cruel conde, esta vez con flema británica y una puesta en escena soberbia

Drácula es el personaje que más veces ha sido adaptado tanto en la gran como en la pequeña pantalla. Por ello, este nuevo proyecto que ofrece Netflix tenía que innovar, aportar algo fresco al universo del vampiro ya tan trillado. ¿Qué mejor que Steven Moffat y Mark Gatiss?, tienen ya en su haber éxitos como Sherlock o Dr. Who. Y, viendo el resultado, Lo han conseguido. 

Quien espere una fiel adaptación a la obra de Bram Stoker saldrá muy decepcionado. En contraposición de la versión romántica de Francis Ford Coppola de 1992, este Drácula está tratado más en la línea de las películas de Christopher Lee: como un personaje seductor, enigmático y despiadado que disfruta de su condición de depredador inmoral. 

Gran parte de ese rol lo aporta Claes Bang, que le sabe dar ese tono sobrio y a la vez mordaz e irónico al personaje con multitud de matices que, además, adquiere bajo la premisa de que «La sangre son vidas». Cuando el vampiro chupa la sangre a sus víctimas, adquiere su esencia y habilidades.

Tres son los capítulos de una hora y media de duración que tiene esta miniserie, cada uno dirigido por un director diferente. A pesar de su independencia narrativa, quedan también unidos como un todo en tres actos. El primer capítulo, Las normas de la bestia, está dirigido por Jonny Campbell. Empieza fiel a la novela original con la llegada de Jonathan Harker (John Heffernan) al castillo de Drácula para gestionarle ciertos asuntos legales que el conde quiere solucionar en Inglaterra. 

Sin embargo, la trama pronto se distancia de la novela cuando el avispado abogado acaba convirtiéndose en un no-muerto refugiándose en un convento donde es interrogado por la hermana Agatha van Helshing. Si, aquí el emblemático cazavampiros es convertido en una monja que, lejos de ser devota, es una investigadora de lo paranormal. No obstante, la magistral interpretación de Dolly Wells hace olvidar ese crucial cambio. 

El segundo capítulo, Navío sangriento, lo dirige Damon Thomas y viene a tratar el viaje de Drácula desde Rumanía a Inglaterra en el barco Deméter. El episodio es una suerte de cruel y macabro juego del Cluedo donde todos los pasajeros van muriendo a manos de un sediento Drácula. Un secreto a voces para el espectador, pero la investigación de los personajes es lo que dinamiza la trama además de saber quién se oculta en el misterioso camarote número 9. Un episodio muy bien llevado con una trama inteligente y con unos giros de guion que seguro que sorprenderán al espectador.

Viaje en el tiempo

La tercera entrega, La brújula tenebrosa, que lleva el prestigioso realizador Paul McGuigan es el que resulta más rompedor y alejado de toda la imaginería tradicional de Drácula. Se desarrolla en la actualidad. El cruel conde es encontrado en las playas de Inglaterra 123 años después de los acontecimientos del Deméter por Zoé Van Helshing, descendiente de la hermana Agatha. Sin embargo, sí se recurren a personajes de la novela como Frank Renfield (interpretado por el propio Mark Gattis) aquí astutamente reconvertido en el abogado del vampiro y Lucy Westenra (Lydia West), aunque aquí tratada de una forma mucho más vanidosa y con la mentalidad de una joven del siglo XXI. 

El final queda perfectamente cerrado sin aparente opción de continuidad, aunque nunca se sabe. Tanto los guionistas como el actor principal parece que estarían dispuestos a continuar la trama. Mientras llega o no esa segunda temporada, quedémonos con estos tres magistrales capítulos en los que se ve sobradamente renovada la imagen clásica del vampiro chupasangres donde destaca el porte del actor que le da vida y su contrapartida en Van Helshing -muy original que sea mujer- cuyas estocadas dialécticas entre ellos dos se ganan la complicidad del espectador con claros ecos a las de Sherlock y Moriarty.