Se casaron con las botas puestas

P.C.P.
-

Marcos y Yésica se dieron el sí quiero contrarreloj, mientras desalojaban los juzgados. María del Carmen echó a sus clientes en plena vorágine de desayunos, Elisa desnudó a sus maniquís y Pepe suspendió las citas de las PCR

Lo que el amor ha unido, que no lo separe el agua. - Foto: Valdivielso

Entrar, llorar, hacerse fotos y salir. Así fue la boda del día en Miranda de Ebro. Marcos y Yésica se daban el sí quiero en unos juzgados cercados por el agua, a los que tuvieron que acceder por la puerta de atrás. Condenadamente enamorados, se negaron a posponer su enlace y serán inmensamente felices si la tradición de 'novia mojada, novia afortunada' se mide en metros cúbicos por segundo. 

«Me estaba terminando de maquillar cuando me han llamado. O vienes ahora o lo dejamos para la semana que viene», explica una mujer a la que esta riada no ha podido borrar la sonrisa. Cambió zapatos de tacón por katiuskas y tendrá uno de los álbumes de boda más originales del mundo. 

Tampoco Marcos pierde un ápice de su elegancia, con la flor en el ojal, el paraguas en la mano y las botas de monte por encima del pantalón de vestir. Tranquilo, porque ella ya ha dicho sí y se van «a comer lejos del río». La historia de esta pareja se puede tomar como ejemplo paradigmático de lo interiorizado que tiene cada mirandés el poder invasor del río y la capacidad de acoplar su día a día al ritmo que marca el cielo y la previsión de la Confederación Hidrográfica.

Aunque no acierte. «Ha sido un fallo tremendo», se queja María delCarmen Pérez. «A las 9.30 horas teníamos el bar lleno de clientes y hemos tenido que vaciarlo, cuando la previsión no daba problemas hasta las 12», denuncia mientras da las gracias a Ramón, uno de los operarios del Ayuntamiento que acaba de colocar un tablón para tratar de evitar que el agua pase desde la calle y se junte con la que entra por los desagües al interior del Ozono.«Si ves que podemos hacer algo más, nos dices», se ofrecen a modo de despedida. «Venir a limpiar mañana», contesta con sorna. «Es la tercera riada en 8 años que llevamos abiertos, así que ya sé lo que es el fango», añade. «Tengo experiencia y botas para toda la vida», afirma resignada. Y da gracias porque de momento no ha habido corte de electricidad. «Si se mantiene la luz, se mantiene la bomba» que achica agua y sirve al menos para que el género no se estropee.Eso sí, nadie le va a librar de tener todo el fin de semana cerrado. Ruina tras ruina para los hosteleros.

Su vecino,Pepe Zapater, le dobla en experiencia. «Como ya es la sexta riada en 40 años, soy experto en achiques de agua», ironiza para añadir que tiene suerte de gozar de «buenos compañeros» que le echan una mano en medio del desastre que ha obligado a este laboratorio de análisis clínicos a suspender todas las pruebas PCR que tenía para ayer y a no poder entregar resultados a todos los que, como José María, estaban pendientes de sus analíticas. «Lo siento, no tenemos electricidad.No podemos imprimir nada», decían a los pocos que se atrevían a avanzar por la calle Condado de Treviño, con el agua casi hasta las rodillas.

«En el siglo pasado tuvimos una inundación y en este 5. Yo no sé si es desidia, incompetencia o corrupción», apunta Pepe bajando la voz a medida que avanza la frase hasta terminar casi en un susurro.

Otra vecina de comercio de esta zona, una de las más afectadas por la última crecida del Ebro ayer, vigila resignada a pie de fachada. Elisa Larrea llegó a abrir por la mañana, vio que el agua «subía a toda velocidad» y vació toda la tienda, desnudó a los maniquíes y puso el género a salvo en una lonja y en casa antes de que nadie le avisara del potencial riesgo. «Viniendo aquí y viendo lo que hay sabes que hay que arrear», describe gráficamente esta 'afortunada', que en 25 años solo una vez ha visto la Boutique Diana anegada por el agua (en enero de 2015).

Patio navegable. Como ella, otros se pasaron la mañana en guardia y pusieron remedio antes que la enfermedad llegara a manifestarse. Por ejemplo, en la Casa de Cultura, donde el agua se quedó a un lado y a otro sin llegar a entrar en los sótanos. Mientras, sus vecinos del colegio de Anduva podían practicar natación en el patio y no tendrán que regar el huerto en una temporada. Aunque las aulas se mantuvieron a salvo optaron por llamar a los padres e instarles a que vinieran a recoger a los niños y a media mañana ya solo quedaban unos pocos de espera.«Afortunadamente tenemos bien ensayados todos los protocolos, planificadas las salidas escalonadas...», explica Laura Hernández, la directora, que junto a personal del centro vació toda la maquinaria de un gimnasio «que casi ni hemos estrenado» y que se inundó parcialmente el pasado 30 de diciembre. En las palmas de sus manos están las ampollas que muestran que ella también ha aprendido la lección.