«La novela negra es ideal para contar los males del corazón»

ALMUDENA SANZ
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ENTREVISTA | Eugenio Fuentes nunca imaginó que el chaval que aparecía en su primer libro seguiría con él más de 20 años después como el detective Ricardo Cupido, personaje al que va unido su nombre. Este martes presenta su séptima entrega en La Isla

Eugenio Fuentes, escritor. - Foto: Iván Giménez

Todas las mañanas, Eugenio Fuentes sale a pasear con Dumas. El escritor extremeño le debe algo más que la energía con la que empieza el día. Ese can que lleva el nombre del autor de El conde de Montecristo inspira su última novela, Perros mirando al cielo, la séptima entrega de la serie de Ricardo Cupido. El detective tendrá que investigar la muerte de un médico del Gregorio Marañón de Madrid mientras pasa unos días de descanso tras los duros meses de la pandemia en Breda, su primer destino como doctor y localidad en la que vive el célebre personaje. Lo hará con el runrún de su anterior encargo, la búsqueda del dueño de la vaca que provocó el accidente en carretera de una joven pareja, con el fallecimiento de la mujer, embarazada de siete meses. De la construcción de esta historia hablará este martes en el Palacio de la Isla (19.30 horas, entrada libre). 

¿Qué ha tenido que ver Dumas con este nuevo libro?
Durante la pandemia, cuando estábamos encerrados todos, en aquella primavera terrible de 2020, en que lo único que se oía por la calle era el sonido de las sirenas y el coche de algún repartidor, con un silencio tremendo, también roto por el canto de los mirlos, yo vivía en un apartamento sin balcón ni patio carcelario, pero sí tenía libertad condicional y salía a caminar con el perro. Y este, que siempre va mirando por el suelo y oliendo, descubrió que la gente estaba en los balcones y las ventanas y aprendió a mirar hacia arriba. Chesterton decía que de toda la bibliografía de un escritor se podía elegir un título que reflejaba muy bien toda su obra. Si yo tuviera que elegir uno para reflejar el espíritu de mi escritura sería esta novela. 

¿Por qué?
El ser humano es como un perro, en el sentido de que tenemos una parte biológica, orgánica, pero nuestro corazón, o cabeza, tiene la necesidad de mirar hacia arriba para preguntarse un poquito más, qué somos, por qué estamos aquí, lo de siempre. Y en ese sentido este título no solo hace referencia a la pandemia, sino a por qué nos hacemos daño unos a otros, por qué nos hacemos felices. 

¿Cuesta desarrollar una historia en un momento como la pandemia que aún está sucediendo? ¿Existe la perspectiva suficiente?
A mí no me costó, no lo tenía previsto. La situación de partida era un accidente de carretera en la España Vacía, pero la pandemia se coló porque generaba emociones muy intensas, era una cantera infinita de historias, de sentimientos, de imágenes, de esas que yo busco que permanezcan en el lector cuando termina la novela. 

Una de esas imágenes es la muerte de los mayores en las residencias, como la de la soledad en la que fallece y se entierra a la madre del detective.
Murió una generación extraordinaria, la nacida hacia 1925. Y se me ponen los pelos de punta porque murieron plenamente lúcidos en aquellas primeras embestidas. 

«Como siempre al inicio de una investigación, sentía al mismo tiempo un oculto entusiasmo ante el reto de resolver el enigma y un vago temor hacia lo que descubriría: dolor, odio, ansia de poder, prerrogativas de alguien sobre alguien, miedo a perder el amor, dinero, alguna primicia, algo querido», comparte Cupido en la página 39. ¿A un escritor le ocurre lo mismo al empezar una novela?
Sin duda, en mi caso, cuando empiezo una novela es una fuente absoluta de felicidad porque sé que durante nueve meses voy a estar con una actividad que me apasiona y me va a llenar las horas de entusiasmo. Yo no planifico nada, comienzo con tres, cuatro o cinco personajes envueltos en una situación dramática y quiero saber cómo reaccionan para salir de ella. Esta novela, además, la escribí como nunca, en un estado de inspiración que quizás solo había tenido en mis primeros escritos; para mí siempre es fantástico el estado de escritura, pero en esta ha sido más extraordinario que nunca. 

¿Qué ha producido ese estado tan extraordinario?
Quizás los dos raíles por los que caminaba la novela, tan poderosos que me llevaban en volandas. Uno, la pandemia, que se metía y era una fuente extraordinaria de emociones, y el otro, su comienzo: un chico y una chica muy distintos, él, un tipo duro con tatuajes, ella, más delicada, casi cursi, que van en coche por una de esas carreteras de la España interior, de asfalto áspero, a veces, un poco amedrentadoras para quien viene de fuera, sobre todo por las noches, porque ahora ya no aparece la chica de la curva, pero sí el ciervo de la curva, porque se da la paradoja de que los animales toman el espacio que dejan vacío los humanos. Esta pareja sufre un accidente cinegético, que en la España interior han aumentado un 70%. 

¿De qué manera juega aquí el condicionante de ser una nueva entrega de Cupido?
Es un riesgo, porque el lector quiere, por una parte, que aparezca el personaje tal y como le cae, recuerda y siente aprecio por él, pero al mismo tiempo necesita novedades. Y en ese equilibro está la virtud de la novela. 

¿Cómo es la convivencia durante más de 20 años con un personaje?
Nunca le había hecho mucho caso, siempre era más importante lo que investigaba que él. Ricardo Cupido no me parecía interesante hasta 2015, en Mistralia. De repente, vi que le debía mucho. Me ha permitido conocer a gente muy sabia, a escritores extraordinarios, a lectores que me siguen escribiendo, me ha llevado a ciudades a las que no había ido nunca y, sobre todo, me ha permitido preguntarme por sentimientos, emociones, por vivir una vida que sin él no hubiera vivido. La convivencia ha sido fantástica y, en lugar de deteriorarse o caer en el aburrimiento, tengo la suerte de que cada vez es más intensa y placentera. 

¿Qué buscaba con Cupido? ¿Qué le permite este detective que ya aparecía como un chaval en su ópera prima, Las batallas de Breda
Al principio no imaginaba que fuera a ser detective, pero luego se convirtió en un instrumento fantástico para contar las dos corrientes de la novela policiaca. Todo el mundo insiste en que es un arma estupenda para contar lo malo de la sociedad, yo creo que lo es para contar los males del corazón. Cupido se ha convertido en un escáner que me permite hurgar en las pasiones individuales y emocionales, que me interesan más que los conflictos sociales. 

La novela negra continúa a tope, se sigue hablando de un boom, aunque después de tantos años tan arriba ya ha demostrado que no es solo una moda... 
La novela negra nació como una hija bastarda de la literatura, por su culpa, porque renunció a la parte literaria en aras del mercado, se vendió por un plato de lentejas, pero en el siglo XXI ha elevado su calidad literaria y se ha incorporado de pleno derecho como un género más. Hoy nadie puede negar que hay novelas negras de alta calidad literaria, sean llamadas negras o no, como Tomás Nevinson, de Javier Marías. La novela negra está en un buen momento y quizás corre el riesgo de morir de éxito a menos que haga un ejercicio de autocrítica para ver qué aspectos debe eliminar y qué consolidar. 

¿Y qué debe quitarse de en medio? 
Quizás la precipitación, el exceso de violencia, una cierta displicencia con el estilo, como si el cuidado de la palabra no tuviera tanta importancia como la acción. En mi ránking personal, la acción me importa menos que el enigma, este menos que los personajes, estos menos que la emoción y esta menos que la estética. 

¿Y el escenario? ¿Qué le llevó a crear su universo literario, Breda, en su Extremadura natal? 
Yo he pretendido contar lo que han visto mis pupilas infantiles, el paisaje, el aire, los colores, los bosques de esta tierra que estaba sin contar más allá de los tópicos. Ahí enclavo Breda y este es uno de los aspectos de mi escritura que salvaría cuando otras páginas las arrojaría al fuego.