...Y el paraíso bailó

A.S.R.
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Había ganas de Tablero de Música tras dos años sin jugar y más de 2.500 personas se reencontraron en el campus al ritmo de un Nativa que encendió la tarde desde el minuto uno

...Y el paraíso bailó - Foto: Luis López Araico

Como si no hubieran transcurrido dos años desde la última vez, pero con la avidez de quienes hace mucho tiempo que no se ven las caras. Había ganas de Tablero de Música. Los incondicionales echaban de menos esa suerte de paraíso fugaz en que se convierte el Hospital del Rey los jueves de julio y los nuevos se morían por conocer por fin ese lugar ideal del que muchos hablaban. Hasta el tiempo, por lo menos en los primeros compases, se portó con la primera tarde-noche de esta esperada cita del verano capitalino que, por cosas de la pandemia y de unas obras de pico y pala, había dejado huérfanos a muchos burgaleses los dos últimos. Pero la magia volvió a hacerse ayer, con las entradas agotadas (2.580), raro en la primera jornada del ciclo, y una estampa inmejorable, con gentes de cien mil raleas tiradas en la hierba, charlando o saboreando una cerveza y un primer grupo, Nativa, formado, entre otros, por antiguos integrantes de La Raíz, que puso a bailar, y a levantar los brazos, y a cantar al público desde el minuto uno con su Balas de cristal. 

Nadie reparó en que el concierto -ya antes había caldeado el ambiente Discknocked- empezaba con más de media hora de retraso. ¿Quién mira el reloj en el edén? Y es que como una suerte de mundo soñado lo ven quienes año tras año, y ya van 20, atraviesan esas puertas frente a las que ayer serpenteaba una cola larguísima para entrar. Muchos se reencontraban con viejos amigos, a los que solo ven en ese sitio. 

No era el caso de Cristina D., una de las muchas que puede presumir de acudir al Tablero de Música desde la primera edición, cuando apena eran dos centenares de personas, muchos vecinos del barrio. Todos, todos ha estado allí. Quizás no al programa completo, pero un jueves, por lo menos, sí. Ha ido embarazada, cuando su niña Cristina, ahora con ocho años, a la que ayer dejaba un rato en la zona infantil circense, era una bebé, con cuadrillas grandes o con amigas a las que ella misma ha descubierto ese placer, como Cristina Hernández, que la acompañaba en el primer jueves de 2022, también con su hija, Gadea. ¿Qué tiene que no tengan otros? «El entorno es espectacular y la música siempre es distinta y variadísima, un día escuchas ritmos afganos, otro te tocan cumbia, reggae... Para mí es un ciclo ineludible», contesta entregadísima Cristina D. y asegura que había ganas, claro, «lo esperábamos como agua de mayo». 

Sentadas en la hierba, casi a pie de escenario ajedrezado, esperaban a que empezara la música Carmen e Irene, con una cuadrilla de una decena de personas. Otras fijas en esta cita, aunque reconocían que veinte años son muchos. Quizás diez no tantos. Pero poco importaba. Carpe diem. 

Ese vivir el momento, ese momento, domina como filosofía entre quienes juegan la partida, los que acuden sin saber quién toca esa noche, algo muy habitual en el Tablero, como confesaba ayer Diego, y los que se ponen en primera fila para no perderse el buen rollo de los músicos; los que visten de traje y corbata y los que danzan en chanclas; los que van con amigos y los que acuden en familia... Todos entonan con el paraíso.