Un fascinante viaje al centro de la Tierra

J.Á.G.
-

El complejo cárstico de Piscarciano, horadado por el río Trifón, es uno de los mayores de Burgos

Un fascinante viaje al centro de la Tierra - Foto: Alberto Rodrigo

El Valle de Valdebezana, como el resto de la comarca de Merindades, tiene un mundo interior, subterráneo y bastante desconocido, no para los grupos espeleológicos y los especialistas en la materia, pero sí para el gran público e incluso muchos vecinos de los pueblos del entorno. Decenas de cuevas, surgencias y sumideros horadan los verdes valles abriendo la posibilidad de adentrarse en sinuosas cavidades llenas de belleza y también de leyendas. El complejo cárstico de Ojo Guareña, en la cercana Merindad de Sotoscueva y no lejos de Soncillo, es el más conocido e importante, pero no es el único en estos umbríos y rumorosos paisajes donde los roquedales, el agua y el bosque conforman un marco incomparable para el espeleoturismo y la aventura, pero también para el senderismo y las excursiones familiares. La avifauna pone música también al paseo entre sus hayedos, pinares y robledales, surcados por multitud de 'caminos' del agua y de tierra, algunos olvidados. Las cascadas de Las Pisas y el desfiladero de Las Palancas-, no están muy lejos y suponen un aliciente añadido para una escapada cuando la covid nos deje deambular libres, sin restricciones de movilidad y toques de queda... Muchos de esos ríos, es el caso del Trifón, surgen y se esconden como el Guadiana, horadando y tallando la roca a fuerza de roce y tiempo, formando infinidad de cavidades, a cuál más atractiva y sugerente. En el caos cárstico, en esa geología desordenada, no lo duden, también hay encanto, magnificencia y perfección. Eso sí, para acceder a esta y otras cavidades hay que medir la dificultad, la pericia y la fortaleza física, conocer el medio y, sobre todo, ir bien equipado.

El sistema de Piscarciano, del que forman parte la cueva del mismo nombre, la de Vacas y también la de Arenas, es una de esas maravillas subterráneas de la naturaleza en este municipio. El acceso 'oficial' es por la carretera que une Soncillo, capital del Valle de Valdebezana, y la pedanía de Hoz de Arreba. En el kilómetro 3,6, junto a la curva que salva el barranco de Vallelengua, que llega desde Cubillos del Rojo, se accede a la hoya que quedó al descubierto, según apuntan, por el hundimiento de una gran sala. Ahora son visibles los extremos de la depresión. Durante el estío, de junio a octubre, las cuevas permanece semisecas, con volúmenes bajos y muy localizados en el contacto con el nivel freático. Sin embargo en las estaciones húmedas, buena parte de la red se inunda, sifonándose las galerías situadas a cotas más bajas, advierten los especialistas.

Por lo que cuenta la leyenda, estas frías y sinuosas grutas fueron un perfecto escondite para el bandolero que vivió el siglo pasado y que da nombre al complejo, aunque otras fuentes le sitúan en la época napoleónica. Hay también tesis que apuntan, sin embargo, a que el nombre puede estar relacionado con Prisciliano, obispo del siglo IV de la Gallaecia romana, que fue el primer sentenciado a muerte por hereje de la Iglesia católica.

Más allá de orígenes y etimologías, en el extremo norte de la depresión arrancan los casi 14 kilómetros de la cueva de Piscarciano, que han sido investigados, topografiados y documentados por distintos colectivos espeleológicos españoles, a los que se sumó incluso una expedición inglesa. Miembros del grupo Edelweiss descubrieron hace varias décadas un yacimiento arqueológico musteriense ocupado por neandertales. Por su parte, más recientemente Niphargus completó la exploración de esta cavidad, una de las más extensas de la provincia. Su dificultad y el hecho de que buena parte del año esté anegada por agua y también obstruida por el barro arrastrado la reservan para profesionales de la espeleología y el espeleobuceo, cuenta David González, aventurero y miembro del Grupo Espeleológico Merindades, que conoce como la palma de la mano no solo esta cueva sino la de las Vacas, situada en el borde sur de la hoya de Piscarciano y que sí es apta en este tiempo para la visita de ese turismo familiar y andarín. De hecho, comenta que antes de la pandemia organizaban visitas y talleres infantiles en esta última gruta por ser la más accesible.

Sus ochocientos metros permiten disfrutar en época estival, siempre con precaución y un buen equipo de esas bellas formaciones calcáreas de estalactitas, estalagmitas, excéntricas, gours… tras descender con cuidado por una rampa de bloques a la entrada del portalón. Caótica galería de morfología clástica y salas incluye un espectacular sumidero de 20 metros de diámetro y 13 de profundidad, conocido como El Embudo, que drena las aguas que temporalmente circulan a la cueva de las Arenas

Además del acceso oficial, por la carretera y la hoya, a la cueva de Vacas se puede acceder también directamente a pie, dejando los coches a la entrada de una finca particular -La Herradura, figura en el vallado-, a través de un camino público que da acceso a un magnífico bosque. Centenarias hayas -un voluminoso tronco se aprecia junto al pétreo portalón- enmarcan esta entrada a la gruta. Hay que andar con mucho cuidado, calzado apropiado, casco e iluminación suficiente porque a la izquierda, al poco de entrar, una sima da acceso a una nueva oquedad -la cuarta cueva- por la que discurre el río Trifón -nace en el interior de este sistema cárstico- hacia su salida, que en periodo de crecidas inunda la cueva de Vacas, por donde en las grandes avenidas se sumen las aguas que emergencia de la cueva de Piscarciano. La primera crónica detallada de una exploración la escribió B. Martínez en Recuerdos y añoranzas de un cura jubilado, publicado en 1977 y en la que narra el recorrido integral de la cueva de Vacas -parece que en el portal sirvió de abrigo para las vacadas que pastaban por los montes-, desde la surgencia al sumidero en la hoya de Piscarciano, expedición en la que participaron vecinos de la zona. Una sima comunica esta gruta con formada por el Trifón, que se la conoce en el mundo de la espeleología como el "tercer manantial". Esta cavidad, desobstruida en el año 2000 y 2002, según cuentan los espeleólogos del grupo Niphargus, sigue siendo un lugar de exploración para este y otros colectivos. Supera los cuatro kilómetros de galerías que se desarrollan, como el resto de cavidades, sobre caliza dolomítica de cronología turoniense-coniacense, pero bien podría superarse porque se están explorando algunos agujeros con posible continuidad. Por cierto, como apuntan David González y Jesús Chomón, vecino de Soncillo, se trata no solo de una cueva protegida a efectos de investigación sino que también es un manantial protegido porque de el se abastece al vecindario de Hoz de Arreba.

Puestos a completar la visita al sistema cárstico de Piscarciano hay que seguir, por las escarpadas orillas del Trifón unos 300 metros aguas abajo para descubrir la última cueva, la de Arenas, que hace referencia al suelo arenoso sobre la que se desarrolla y que es producto del sílice que arrastran las aguas de este río, que en época de grandes avenidas y deshielo, resurge por esta caverna, desde la que se realiza la toma de agua para el abastecimiento de agua de boca. Su frescura y composición, por cierto, la hace muy apreciada por vecinos y excursionistas, que aprovechan el afloramiento para llenar sus botellas y cantimploras. Este alargado sinclinal, con forma de proa de barco, por donde discurre el río descubre los escarpados relieves por los que descienden senderos a través de un umbrío bosque, fruto de la elevada humedad, en el que crecen majestuosas hayas, aunque también se pueden observan otras especies autóctonas como robles y encinas.

La visita a este singular entorno natural, y en ello coinciden vecinos y espeleólogos, de por si es ya una experiencia singular para disfrutar de lo lindo, pero si se completa con el desfiladero de Las Palancas, también en el confín de los valles de Manzanedo y Valdebezana, en lo más escondido de Merindades. Siguiendo el curso del arroyo de la Serna, entre Lándraves y Munilla discurre este sendero del agua, que sigue siendo practicable en época de estiaje. Para visitar las cascadas de las Pisas, por las que discurre el arroyo de la Gándara, hay que trasladarse a Villabáscones de Bezana, donde comienza la ruta. La época más propicia, a diferencia del complejo de Piscarciano, para visitar el salto es el otoño, invierno y en las primaveras lluviosas.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 24 de octubre de 2020.