David Hortigüela

Tribuna Universitaria

David Hortigüela


A vueltas con el esfuerzo

15/12/2022

El esfuerzo siempre se ha asociado con el éxito. Esta idea ha cobrado fuerza en la actualidad, ya que suele ser muy habitual escuchar frases como «si te esfuerzas, puedes conseguir todo lo que quieras». Esto es, sencillamente, una falacia. Es más, llevar esta idea por bandera en el ámbito escolar puede derivar en desmotivación y frustración en gran parte del alumnado (hay mucha evidencia científica al respecto). Esto, que en muchas ocasiones es utilizado de forma sesgada y manipulada como un argumento social, político e ideológico, no debe de traducirse en entender que al estudiante hay que exigirle muy poco o regalarle las cosas, más bien todo lo contrario. La clave se encuentra en exigir, sí, pero con compromiso y coherencia.

Nos guste o no nos guste, gran parte del éxito académico de los estudiantes está directamente relacionado con el nivel socioeconómico de sus familias, y esto sucede en todas las etapas educativas. Basta con comprobar los datos del informe PISA en 2018, en los que se refleja cómo los estudiantes de origen social más desfavorecido son los que más repiten curso. De hecho, casi el 50% de estos alumnos lo hacen al menos alguna vez a lo largo de su escolarización. Sin embargo, apenas un 9% de los estudiantes con nivel socioeconómico más alto lo hacen. Lo más duro de todo esto es que sucede aun cuando tienen el mismo nivel de competencias. Ahora, podemos decirles a ese 50% de estudiantes que su fracaso educativo es debido exclusivamente a su poco 'esfuerzo'. 

Esto es un bucle, en el que todo está relacionado, por ejemplo, con el capital cultural, que demuestra cómo las posibilidades de abandono escolar de un estudiante cuyos padres son universitarios es siete veces menor que aquellos que tiene padres y madres con estudios básicos. El alumnado con menos recursos económicos lo tiene más difícil, es evidente: menor posibilidad de accesibilidad a recursos y materiales, a actividades extraescolares académicas, deportivas… En definitiva, la meritocracia sigue legitimando a las familias con mayores recursos. Esto se agudiza en etapas posteriores, como la universitaria, donde hay familias que difícilmente pueden pagar algunas matriculas, como por ejemplo a determinados másteres. Flaco favor hace a esto la excesiva privatización de la educación que estamos sufriendo, con la segregación escolar que ello supone. Cuanto menos llamativas eran las declaraciones el curso pasado de un estudiante, antes de enfrentarse a la EBAU, que decía que la nota no le importaba demasiado, ya que tenía la reserva de matrícula hecha en una universidad (casi 11.000 euros anuales). Ahora le damos la enhorabuena a ese alumno, por esforzarse mucho. Esta situación, como es lógico, influye posteriormente en el mercado laboral. Para muchas familias, permitirse que sus hijos estudien en la universidad (alguno fuera de casa), sin que generen ningún tipo de ingreso, es una utopía. El famoso ascensor social solamente es posible cuantas menores sean las desigualdades existentes.

Por ello, el éxito va mucho más allá del esfuerzo, que, si bien es necesario, no garantiza nada si el contexto, el nivel social, cultural y económico no favorece.