«Hicimos una piña alrededor de ella»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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El diagnóstico de Almudena Calleja cayó como un jarro de agua helada sobre su familia, que apenas se estaba reponiendo de 2 cánceres que había pasado el padre. A pesar de todo, apretaron los dientes y tiraron para adelante con grandes dosis de humor

Almudena Calleja, con su madre y su hermana. - Foto: Valdivielso

Era un día como otro cualquiera en casa de los Calleja. Comían todos juntos y estaban poniendo la mesa mientras esperaban a que Almudena llegara del hospital de recoger unos análisis rutinarios. Sí que es cierto que Araceli, la madre, se dio cuenta de que se retrasaba algo más de lo normal pero no dijo nada. Y cuando abrió la puerta se lo notó todo nada más mirarla a la cara. «Sabía que pasaba algo. Al principio pensé que había tenido un accidente de tráfico y me alivié al ver que estaba bien, pensando que a la porra el coche, así que cuando nos dijo que los resultados de las pruebas no eran buenos me quedé literalmente pegada al suelo pensando que no salíamos de una y ya estábamos en otra. Pero cuando nos lo contó y mi marido dijo con todas las palabras que nos tocaba otra vez echarle cojones a la vida pude despegar los pies y todos hicimos una piña alrededor de ella».

No era la primera vez que entraba el cáncer en esa casa. Juan Calleja, el padre, es un superviviente con pedigrí: sufrió una infección por legionella que le produjo una neumonía muy grave y ha tenido tres aneurismas de aorta y cáncer de estómago y de pulmón, por lo que los Calleja-Rodríguez están más que acostumbrados a plantarle cara a la adversidad: «Nosotros no tenemos enfermedades, tenemos circunstancias», bromea Araceli, que cada vez que abre la boca da un titular. Es hilarante cómo cuenta que debido a los horarios tan dispares que sufren los pacientes con cáncer el día que tienen sesión de quimioterapia ella probó por primera vez la comida que sirven en un kebab. A Almudena le hacían los análisis a primera hora y después era el oncólogo el que decidía si le daba quimioterapia o no y cuándo, así que no había mucho margen para salir del hospital, ir a casa, comer y volver, por lo que apostaron por la comida rápida: «En aquellos días comí hamburguesas y aquella cosa que se llamaba durom o durum», rememora, entre las risas de sus hijas.

«Mi madre es una acompañante nata, no se puede ni saber las horas que se ha pasado en las salas de espera», afirma Almudena, que llevó todo el proceso de su enfermedad con mucha información -es técnica de radiodiagnóstico y radioterapia en el servicio de Oncología Radioterápica del HUBU- y, por tanto, con un gran control sobre todo lo que le estaba pasando. Por suerte, además, no lo pasó excesivamente mal e intentó hacer lo que le pidiera el cuerpo. «Ella quería tomar el sol -cuenta su hermana Nuria- y como le dijeron que no le convenía se compró una pamela enorme pero fue a la playa». Almudena partía de la premisa de que había que aprovechar cada momento, un lema que sigue manteniendo a rajatabla. También comprobó el poder sanador de la palabra narrando sus experiencias en un blog, https://zonadescontrolada.wordpress.com/, y la reconfortante sensación de tener una mano a la que agarrarse siempre. «Tenía 34 años y me venía fatal tener cáncer», asegura con ironía y un sentido del humor a prueba de bombas que comparte con su hermana y su madre, que recuerda que otra de las frases recurrentes de Almudena en aquellos días era que había tenido peores gripes que aquello.

Esta mujer, que acaba de cumplir 40 y está preciosa, le da una gran importancia a la figura del cuidador y sabe de lo que habla no solo desde su experiencia personal sino porque lo ve todos los días en la consulta. Por eso, a su madre le sorprendió en una ocasión con un baño de espuma para que se relajara después de muchas horas de hospital -«era mi acompañante, no mi mayordomo»- y agradeció muy emocionada que su hermana, que llevaba una larguísima melena, se cortara el pelo 40 centímetros el día de su primera 'quimio', y las geniales reflexiones de su sobrino Unai, que entonces tenía solo tres años y que pensaba que el pañuelo que ella llevaba curaba todos los males. «Una vez que a su padre le dolía la cabeza le dijo que se pusiera uno de mis pañuelos». Por supuesto, cada paso hacia adelante en el proceso se celebraba, y cuando todo terminó llevó a su familia a «darse un homenaje» al restaurante Cobo y con los amigos celebró una 'fiesta de la peluca para que no fuera ella la única' que llevara una prótesis capilar.

Todos intentaron que el ambiente en la casa fuera siempre muy positivo en todo momento aunque no niegan que pasaran malos ratos. Araceli comenta que un amigo le ponía a ella de ejemplo ante su mujer, muy pesimista: «Le decía, 'mira Araceli, que siempre está contenta' y yo le repliqué que también lloro, pero cuando nadie me ve». Fue ella la que acompañó a su hija a operarse a Barcelona, donde había trabajado varios años y tenía un buen grupo de amigos que no la dejaron sola en ningún momento e hicieron más digerible el trago de ver a su hija en un quirófano enfrentándose a un cáncer.
Otra de las frases que repetía Almudena en aquel año y medio aciago era «si la vida me ha invitado a esta fiesta, bailemos» y siempre trató de ofrecer su mejor versión: «Me cansa mucho que haya gente a la que le guste verte con mala cara porque si no, creen que no estás lo suficientemente enferma. He llegado a oír que no estaría tan mala si tenía ese buen aspecto».

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