Los árboles fósiles reviven de pie

J.Á.G.
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El viaje a los bosques del pasado tiene origen y destino en Hacinas. La villa acoge un pedagógico centro de interpretación. Además, 'replantados' en sus calles se muestran algunos ejemplares singulares

Uno de los árboles fósiles de la localidad. - Foto: Luis López Araico

Cuentan, con mucha sorna serrana, que Hacinas es un pueblo 'empeñado' y lo está, no solo por roquedales y peñas que emergen del suelo y sobre las que se asienta buena parte de su caserío sino también por el tenaz esfuerzo vecinal por recuperar su legado botánico. Desde la década de los setenta se han concentrado en conservar y poner en valor científico y turístico esos enormes troncos fosilizados de milenarias coníferas y de otras especies arbóreas. La tenacidad de sus impulsores ha colocado a esta villa en el mapa de los principales yacimientos de este tipo en la Península Ibérica. El centro de visitantes, que en realidad es de interpretación, del Árbol Fósil es hoy un referente y un motivo más que suficiente para hacer una escapada a este municipio, que además atesora otros muchos atractivos en el plano del patrimonio, la cultura y el medio ambiente.

El centro paleontológico, abierto en la antigua Casa del Cura, que fue rehabilitada para este fin, no es un complejo expositivo al uso, es un museo vivo -se puede visitar por libre, accediendo a través de internet a la plataforma digital de este servicio-, interactivo y, sobre todo, muy pedagógico. Su visita es obligada antes de callejear por la villa para contextualizar en el tiempo y el medio geológico esos cuatro troncos de árboles fósiles, algunos de gran tamaño, extraídos de sus yacimientos originales y reconstruidos, que se muestran en su núcleo urbano. La tercera pata se encuentra en la misma cueva de los Moros y en esos vallejos y parajes en los que fueron descubiertos. En la denominada 'milla de oro' se ubican Las Tresineras, La Zarza, Cabeza Majada… así como la covacha Magdalena o la peña San Marcos, donde son visibles, en negativo, los moldes de los que se extrajeron. Según cuentan hay bastantes ejemplares más aún enterrados, a la espera de que sean excavados y replantados. Varios trozos -algunos aparecieron en tierras de cultivos- adornan entradas de casas particulares, pero otros fueron expoliados o destrozados.

Todos estos árboles fósiles fueron robustos ejemplares, caídos y transportados por corrientes de agua, que crecían en umbrosos bosques hace más de 120 millones de años en un entorno natural de llanuras fluviales con clima cálido y húmedo. La estructura de los troncos y sus anillos son una cartilla abierta y revelan los cambios y alternancias climáticas. Entre estas moles verdes y leñosas correteaban esos enormes saurópodos que dejaron sus huellas en los numerosos yacimientos de ignitas en la comarca serrana, un mundo perdido que está muy bien representado en el cercano Museo de los Dinosaurios, en la cercana Salas de los Infantes, y en el que se muestran también evidencias de esa vegetación que dio abrigo y sustento a los gigantes.

Panorámica de Hacinas.Panorámica de Hacinas. - Foto: Luis López Araico

Los árboles fósiles de Hacinas no son los únicos de la provincia -ahí están el de Castrillo de la Reina, un magnífico ejemplar que se expone en el patio exterior del Museo de Burgos o los encontrados en Contreras, la propia Salas, Castrovido, Pinilla de los Barruecos y Cabezón de la Sierra… -, pero sin duda atesora la mejor colección de la vegetación del Cretácico inferior en la sierra de la Demanda, apuntan el actual alcalde José Ángel de Juan y Juan Antón, concejal y exregidor. Ese túnel de entrada al museo, recreación leñosa y hueca de una cueva-molde de tronco, ayuda a meterse en materia y en esos paisajes cretácicos en los que crecieron esos gigantes arbóreos, admirar las muestras de flora carbonífera llegados de EEUU, Argentina, Madagascar, Australia, Escocia, Brasil o, mismamente, del Bierzo, todos ellos cedidos por la Universidad de León. También se puede contemplar la colección de restos de posibles frutos, cedidos por Jesús Cámara Olalla, estudioso hacinense de los árboles fósiles, recreaciones del bosque tal como era hace 120 millones de años. Con lupa se ven ambarinos fósiles miocénicos de Simojovel (México) o la reconstrucción aumentada de una insecto -alavesia prietoi es su nombre científico- atrapado en ámbar alavés. A todo ello se añaden magníficas fotografías, mapas, conseguidas recreaciones y abundante cartelería… Este completo material así como la tecnología 3D y los audiovisuales que se proyectan invitan, efectivamente, a viajar a la era mesozoica y ampliar conocimientos no solo prehistóricos, sino también botánicos y geológicos de Hacinas y la sierra de la Demanda, de Burgos o de Castilla y León así como de España y del mundo. No se han olvidado de los niños y los escolares y en el vestíbulo hay un espacio infantil en el que los niños pueden leer, pintar láminas o hacer manualidades… El centro, insiste el alcalde, es completamente accesible y además cuenta con audioguías y signoguías.

De ruta urbana. Después de la 'lección' de geología e historia bajo techo nada mejor que admirar, en la plazoleta, a la misma puerta del museo, el primero de los árboles fósiles. Es uno de los tres que el recordado jesuita Ventura Alonso, según cuenta Juan Antón, animó a desenterrar y trasladarlos en 1976 al pueblo para protegerlos, estudiarlos y convertirlos en atractivo turístico. Y los tres empeños de este visionario y emprendedor religioso se han cumplido porque en el año 2006 los profesores Luis García y Paloma de Palacio los dataron y no solo eso, descubrieron una especie arbórea nueva que ahora lleva el nombre de la villa, protopodocarpoxylon hacinensis. Este aghatoxylon tienen una antigüedad de más de 120.000 años.

El ejemplar tenía una longitud original de 6 metros y un enorme peso. El que se ha replantado a la entrada de la Casa del Cura y que hace compañía en la plaza al rollo jusrisdicional, tiene solo 3,20. El trozo restante está dentro del museo. En el yacimiento original, bajo tierra, aseguran que quedan muchos metros más.

La Cueva de los Moros, otro de los encantos turísticos de Hacinas. La Cueva de los Moros, otro de los encantos turísticos de Hacinas. - Foto: Luis López Araico

El segundo árbol, el 'tumbado', no está lejos. Se situó junto a la fragua, protegido por una tejavana, en la calzada de acceso a la iglesia de San Pedro. Su longitud es de 5 metros, procede del vallejo de la Zarza y como reza la cartela está completo. Por cierto, junto al y aprovechando la cubierta, todos los años se monta un artístico belén por parte de los vecinos. Con el tercero el visitante se topa nada más acceder al caserío por la calle de la Revilla. Se trata de un ejemplar reconstruido con los trozos extraído en su emplazamiento y que se ha colocado en una arbolada isleta.

El cuarto es un pequeño pedazo de árbol fósil descubierto en 2003 y que se dejó, in situ, en el promontorio rocoso próximo a la iglesia, donde se emplazó en el medievo el castillo. Pero este no es el único vestigio urbano ligado a los árboles fósiles, la oquedad, conocida como la Cueva de los Moros, es en realidad el 'molde' dejado por un gran árbol, de unos 8 metros de longitud y 60-70 centímetros de diámetro. En otras partes de esta peña, que es además un magnífico mirador, se observan huecos menores, 'negativos' pétreos, que alojaron ramas o raíces, así lo denotan las marcas estriadas, recubiertas ahora por costras ferruginosas. Se puede acceder, no sin dificultad, a su interior.

El idilio entre Hacinas y los árboles fósiles no acaba en el museo, sigue en su entorno y es ahí donde la visita muda en sendero para admirar también esas piedras sagradas y mimadas que miran de cara a la Peña de Villanueva, que es como los hacinenses llaman a la de Carazo. Hace 120 millones de años estaba, como Hacinas, en un extenso valle que en realidad era una selva tropical interrumpidas por lagos y pantanos donde había grandes coníferas, helechos gigantes y, por supuesto, ejemplares del protopodocarpoxylon hacinensis. Algún cataclismo o huracán, los derribó y quedaron cubiertos por una capa de lodo y sedimentos arrastrados por algún río.

Hoy esos gigantes otrora frondosos y verdes han sido sustituidos por árboles más chaparros y adaptados a climas más severos -encinas, robles, pinos...- de menor porte que suman ese toque verde a esos cordales montañosos y peñas que bien merecen una excursión a pie, en bicicleta o, si prefieren, en coche. No se arrepentirán.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 30 de enero de 2021.