La primavera en la España vacía: Cueva de Juarros despierta

H. JIMÉNEZ
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Después de la estación fría y las restricciones de dos años de pandemia, los pueblos recuperan tradiciones, actividades al aire libre y alegría comunitaria

El día de la romería de la Virgen del Cerro, comienzo oficioso de la primavera para todos los cuevachos. - Foto: Luis L. Araico

Lejos de la idílica estampa que a veces se ofrece del mundo rural, el día a día es otra cosa muy diferente. Con sus luces y sombras. Con mucho silencio y pocos servicios. Cueva de Juarros es un ejemplo de ello. Uno de tantos. Tras la entrega en la que contamos su invierno, llega la de primavera:

Aquello era un no parar. Botellín va, botellín viene. Pincho para acá, pincho para allá. Sin dar abasto a cobrar ni a servir en la barra montada en la plaza. No hay cerveza sin alcohol, ¿qué necesidad?. Es domingo, hace un sol espléndido, la temperatura es perfecta y por fin ha llegado el gran día de la romería. Hacía dos años y medio que no se veía tanta gente en el pueblo. La Virgen del Cerro obró el milagro de la primavera.

Por mucho que el calendario oficial diga que comienza a finales de marzo, Cueva de Juarros da oficialmente la bienvenida a la estación de las flores el fin de semana del 7 y el 8 de mayo. No solo por la meteorología burgalesa, que también se hizo rogar hasta que por fin explotó el buen tiempo, sino por el ambientazo que las celebraciones trajeron. Un pueblo de menos de 40 habitantes censados se desperezó de repente tras las largas noches de soledad y de invierno. Rincones que durante meses no habían visto un alma ahora resultaron invadido por decenas de descendientes de la localidad y de oriundos, aparcando de mala manera como buenamente entendieron. La ocasión lo merecía y ejemplifica el mejor símbolo de cómo la España vacía vuelve a la vida.

El reparto de pinchos, en el que colaboran los jóvenes del pueblo, puso el remate pagano a las tradiciones religiosas que congregaron a cientos de vecinos de otros pueblos de la comarca.El reparto de pinchos, en el que colaboran los jóvenes del pueblo, puso el remate pagano a las tradiciones religiosas que congregaron a cientos de vecinos de otros pueblos de la comarca. - Foto: Luis L. Araico

Tres años después, tras un par de ediciones obligadas a suspenderse por la pandemia, la comarca de los Juarros pudo recuperar sus tradiciones y hasta la localidad de Cueva se acercó una representación de sus vecinos de Mozoncillo, San Millán y Cuzcurrita. Porque en eso consiste la romería: los pueblos cercanos acuden a la ermita prerrománica del Cerro, lucen orgullosos los pendones cuyos porteadores van pasando de padres a hijos, escuchan misa en la explanada exterior del templo y vuelven a bajar para celebrarlo bebiendo y comiendo, que es como termina toda fiesta que se precie en Castilla.

Ahí era donde se afanaban, estresados como todos sus compañeros y compañeras, Andrea y Dani. En esta pareja de novios ella lleva la voz cantante porque para eso el pueblo es 'suyo' (incluyendo sudadera de 'Cuevacha', como se autodenominan cariñosamente sus habitantes) y él es el invitado consorte. Ambos ejercieron de camareros improvisados bajo un sol de justicia que obligaba a cubrirse las calvas, a darse la primera crema solar de 2022 y a calmar la sed con zumo de cebada.

Una hora antes también se había empleado a fondo, aunque unos cuantos metros por encima de sus cabezas en la tarea de tocar las campanas, Javier Curiel. Y bajo la sombra de la iglesia, esperando a que llegase el cura, animaban el cotarro Carlos, Esther y Pumuki, simpáticos componentes del grupo de dulzaineros La Carriola, que llevan unos cuantos años acudiendo a la romería de Cueva pero que esta vez le daban a los pasodobles y a la melodía del himno nacional con más ganas que nunca.

Las vacas de Richi, descansando en su florido paraíso.Las vacas de Richi, descansando en su florido paraíso. - Foto: Valdivielso

Buscando a un cura suplente

Lo hicieron además con mucha paciencia, porque lo de esperar al cura no es un decir. El sacerdote que debía llegar a las 12,00 para la "Santa Misa y Procesión", tal y como figuraba en el programa, fue baja de última hora por covid. Tuvieron que sustituirle y el suplente no podía llegar hasta las 12,45, así que todo tuvo que condensarse y el paseo hasta la ermita fue bien ligero. Al menos estaba flanqueado por los espléndidos manzanos de Gerardo, que lucían el mejor momento de su floración para recibir a los vecinos de la zona. Era la mejor contribución al toque definitivo para el paisaje primaveral.

Ya por fin en la explanada frente a la iglesia, los menos devotos aprovechaban para ponerse al día con amigos y familiares. Los que no se veían hacía tiempo preguntaban por los padres, los hijos y comentaban alegrías y penas. La vida misma. Mediada la ceremonia, la pequeña Arancha, nieta de un nacido en Cueva e hija de una pareja de venezolanos que hicieron el camino inverso de la emigración, pasaba el cepillo muy formalita. "¿Y ahora qué vas a hacer con todo ese dinero?", le bromeaba un señor. "Llevarlo a misa", respondía ella con toda su seriedad infantil.

De regreso al pueblo los porteadores de los pendones peleaban contra el viento, pero no hubo que lamentar daños ni personales ni textiles para estos símbolos que los pueblos guardan con tanto cariño. Y la parte religiosa de la fiesta terminó, a las puertas de la iglesia principal, con un ¡Viva la Virgen del Cerro! y las notas del pasodoble 'Marcial, eres el más grande' que daba paso a la parte profana del evento.

Allí esperaban, envueltos entre el olor a leña y la impaciencia de los que colapsaban la gran barra de la plaza, las estrellas de toda celebración popular que se precie: el morro, los choricillos… y el harinato. Esto último es una suerte de morcilla de harina que se ha convertido en tradición de los últimos años en la romería de Cueva y que prepara con sumo cariño Tere González Palacio.

Siete kilos de harina, tres de manteca, dos de cebolla, pimentón dulce y picante, y el resultado fueron 29 morcillas cosidas a mano que estaban preparadas desde el viernes para su degustación en la mañana del domingo. Tere las elaboraba y su marido, 'El Pinto', las cocía pacientemente en la vieja fragua-horno que preside un enorme fuelle restaurado hace unos años. "Es una tradición que viene de la matanza", nos cuenta la autora. "Las hago para casa, normalmente una tanda antes de Navidad y otra en enero, y ahora esta para la romería". Preparadas con todo el cariño no podían salir malas. Todo lo contrario.

Entre los asistentes, y hecho un pincel, iba saludando a diestro y siniestro Jesús Pascual, el alcalde. Superado el disgusto del retraso del cura, que le llevó a mal traer durante las horas previas, disfrutaba orgulloso viendo su pueblo con tanto ambiente. El día anterior, además, habían podido celebrar merienda, baile y la entrega de unos pequeños regalos a los niños venidos al mundo durante los tres últimos ejercicios, porque hay que seguir sacando atrasos de la pandemia.

Las fieles de "el mimbre"

En esas están también las fieles de las manualidades, que en el curso que ahora acaba sí que han podido volver a juntarse. Lo que empezó siendo conocido como "el mimbre", una actividad al mismo tiempo lúdica y educativa, lleva 16 años llenando de vida cada viernes por la tarde la planta superior del Ayuntamiento con la única interrupción del coronavirus. Siempre ha tenido la misma profesora, Marisol, y la mayor parte del tiempo las mismas aprendices, que acuden fielmente a la cita con el que es más un grupo de amigas que de alumnas. Todas mujeres, aunque al principio, cuando el mimbre consistía en hacer mimbre, también había hombres.

Ahora son Victoria, Tere, Ana, Pili, Andrea y Marian las que se juntan, ríen, se cuentan sus cosas y obtienen como frutos mantas, colchas o muñecas fofuchas para regalar en bodas, bautizos y comuniones. La mitad vive en el pueblo y la mitad es oriunda. Pero todas son como una familia.

Aunque decíamos que la explosión primaveral no llegó a Cueva hasta la Virgen del Cerro, un par de meses antes sus habitantes trataron de echar una mano a la naturaleza mediante una plantación de árboles en la ladera que asciende en fuerte pendiente, justo frente al caserío cuevacho y en la que destaca la estrella de los Reyes Magos, esa que ilumina la llegada de Sus Majestades en la tarde del 5 de enero.

Allí han plantado unas 100 encinas, 20 espinos y 50 arbustos, y los más entusiastas con su futuro resultado, como ocurre casi siempre, son los niños. Por ejemplo, Mateo y Manuel, de 6 y 9 años respectivamente. Javier, de 9 años. Alejandro, de 7. Los hermanos Arancha e Ignacio acompañados de su mamá Yuvi, y hasta la más pequeña de todas, Aitana, de solo 2 añitos. Por ilusión no será, desde luego, pero habrá que ayudar a estos jóvenes arbolitos a superar su primer verano. A las nuevas generaciones les va a tocar regarlos de vez en cuando hasta que sean suficientemente resistentes como para arraigar en el duro terreno.

El sombrero de New Holland

Con la sabiduría que dan los años, Seve vigila lo que se mueve por el pueblo desde la puerta de su casa. A sus 88 años es el más veterano de la localidad. Su mujer, Mili, es la segunda en el pódium de la veteranía, y ambos viven a la entrada de la localidad. En nuestro reportaje dedicado al invierno (ver DB del 20 de marzo) los conocimos dentro de su hogar, refugiados al calor de la lumbre y con la radio y la televisión como pasatiempos principales. Ahora nos encontramos a Seve asoleándose, y lo hace bajo un sombrero de New Holland, como el auténtico agricultor y ganadero que ha sido toda su vida. Así su hija Celia se queda un poco más tranquila, sabiendo que el anciano padre al menos se cubre la cabeza de esta radiación traicionera que no da calor pero quema.

A Ricardo también le pega bien el sol, pero él tiene que salir al campo de forma obligada. No hay otra manera de cuidar sus vacas, a las que mima en el paraje de Mataisa. Hace tres meses, con los pastos dormidos por el frío, tenía que preocuparse de subirles paja para que estuvieran bien alimentadas. En mayo, con el campo espléndido repleto de florecillas y árboles brotando en un verde intenso, basta con ir a buscarlas y atender los partos.

Tiene solo 27 años y todo el pueblo le llama Richi, pero es todo un sabio de las tareas ganaderas y explica con paciencia al forastero que "ahora en el tiempo bueno las vacas están pariendo, como todos los años, y esperamos entre 40 y 50 terneros". A los animales les da igual la estación en la que estemos, no entienden de calendarios y exigen cuidados diario. "En esta época se disfruta más, no se pasa frío y el paisaje es mucho más bonito que en invierno. Eso sí, el trabajo es igual, es todos los días, eso no falla", comenta con campechanía y resignación, mientras sigue mirando al cielo para ver qué tal se portan las próximas semanas, las decisivas para saber si las cosechas de forraje y trigo que tiene sembradas dará una buena producción o se quedarán corta.

Víctimas del 'tarifazo'

El agricultor le pide al cielo el agua justa y el calor moderado, lo mismo que los padres de los niños le reclaman al alcalde una zona de juegos infantiles mientras rematan la plantación de los arbolitos. No está demasiado convencido el regidor, porque dice que la instalación costaría mucho y rendiría poco, pero los progenitores no cejan en su empeño.

Al Ayuntamiento, como a cualquier ciudadano, le trae de cabeza la subida del precio de la luz. El 'tarifazo' dispara el coste del alumbrado y hasta del mantenimiento del repetidor, gracias al cual se obtiene no solo la cobertura telefónica (pese a todo, solo hay una compañía que la garantiza en condiciones) sino también la señal de televisión, un bien imprescindible hasta en el último rincón del país.

Todos estos desvelos, los que se pueden contar y los que no, se comentan sin prisa en las larguísimas tardes del final de la primavera, que regalan luz hasta las 9 de la noche al valle en el que se encaja Cueva de Juarros y que prometen un verano como los de antes, sin restricciones, con los foráneos asomando a la vuelta de la esquina e historias que renueven el almanaque de la localidad. Allí estaremos para contarlas en próximas entregas.