Sombra aquí, moño allá

A.S.R.
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Un equipo de 10 peluqueras y maquilladoras dirigidas por Virginia Melón, con experiencia en la Madrid Fashion Week, vive sus tardes más frenéticas entre bastidores

Antes del inicio de la pasarela, en los tocadores no se para, pero el caos irrumpe cuando empieza la fiesta. - Foto: Luis López Araico

Apenas falta una hora para el primer desfile, el frenesí aún no se ha apoderado del backstage, pero se trabaja sin tregua. 10 peluqueras y maquilladoras capitaneadas por Virginia Melón alisan melenas, hacen ondas al agua, ponen sombras, perfilan ojos, atienden consejos de intendencia... El reloj marca los minutos, los segundos, pero aún no mete tanta prisa como hará más tarde. Tornará en tirano a partir de las cinco de la tarde, cuando apenas cuenten con 20 minutos entre firma y firma para acicalar a las modelos. 

«Cuando empiezan los desfiles esto es un caos. Cuando termina cada uno tienes que ir a pie de pista a por ellas porque hay poco tiempo para cambiarlas. El trabajo es contrarreloj. Cada diseñador pide lo que quiere. Lo mandan por e-mail y te vas buscando la vida. Tú tienes que clavarlo», apunta Yolanda Jiménez, una de las integrantes del equipo, mientras realiza un moño bajo a una de las mujeres que luego recorrerá la plataforma. Los cinco años de experiencia, primero en maquillaje y luego en peluquería, dan tablas. Hay estrés y nervios, por supuesto, pero se templan. El trabajo tiene que salir. Y sale. 

Los tocadores se perfilan como un cuadro barroco. Atestado de botes de todos los tamaños de lacas y espumas, cajas con horquillas de mil y una formas, maquillajes con todas las tonalidades, rímeles, pintalabios, cepillos grandes y pequeños... Y, mientras, las modelos a lo suyo. Miran el móvil, alguna vez desvían los ojos hacia el espejo. Confían. La mayoría lleva muchos desfiles en el equipaje. 

Tanto Yolanda como Laura Merino, en el lado de las maquilladoras, confirman que su profesionalidad hace que no salga de su boca ni una queja. Si acaso, bromea la primera, algún tímido mohín ante una horquilla asesina, que haberlas, haylas. 

Con una tranquilidad pasmosa a esa hora, la jefa contesta una duda sobre un flequillo, aplaude el resultado final de un tocado y coge el pincel para poner sombra a una de las modelos. Ha perdido la cuenta de las ediciones que lleva en la Pasarela de la Moda de Castilla y León, unas ocho o nueve, al principio como soldado raso, ahora con galones. Observa que a su favor tiene los 15 años que ha trabajado en la Madrid Fashion Week. La diferencia es que allí forma parte de un pelotón que recibe órdenes. «Sabemos trabajar con presión», destaca y reconoce que a veces le gusta que la dirijan, pero también, añade, es motivador obligarse a salir de su zona de confort. 

La versatilidad manda. Cada modelo es un mundo y cada diseñador, también. A ambos deben amoldarse estas estilistas. Cada una de las mujeres que recorre la pasarela tiene un pelo. «Los hay afros, muy largos, muy cortos y el diseñador te pide algo inviable. Pero nunca hemos dicho que no. Siempre nos apañamos», resalta Yolanda y sin soltar el peine ni la horquilla anota que no hay ninguna tendencia, que cada firma pide lo suyo. Somos de colores. Aunque en el tema de sombras sí dominan los otoñales, los marrones y burdeos. Y nada de acabados naturales, cuanto más llamativos, más y mejor se verán entre los focos.