El jardín Ignacio del Río tendrá un busto en bronce del pintor

R. PÉREZ BARREDO
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Este céntrico espacio en Burgos dedicado al pintor se inaugurará de forma oficial el 10 de diciembre

La escultora y ceramista Raquel Condado, junto al busto que realizó en 2015. - Foto: Jesús J. Matías

Ni siquiera faltará él, aunque no podrá ir después a empinar ferozmente el codo por las tabernas, como sí hará su legión de amigos, de Cristino al Marlen y tiro porque me toca, para terminar echando el ancla en el Puerta Real, esa orilla en la que siempre está Tasio exhibiendo una sonrisa con el Pesquera en la mano, listo para llenar copas. Estará Ignacio del Río en la inauguración de los jardines que llevan su nombre porque el Consistorio ha tenido la sensibilidad y el buen gusto de aceptar el busto que del inolvidable artista hizo la escultora y ceramista Raquel Condado añños antes de que el pintor hizo mutis. Ha sido fundido en bronce, y será su inconfundible silueta -aunque sin el sombrero a lo Bogart- la que reine para los restos en esa recoleta plazuela del centro de la ciudad, que fueron los últimos dominios del maestro: esas callejas sin fin que se hacían laberintos en la noche hasta que a todos los desvestía la madrugada para mostrarlos ebrios de vida y felicidad, de vino y de sueños.

La inauguración oficial de los jardines 'Ignacio del Río' se celebrará el sábado 10 de diciembre, a las 13,00 horas, la hora bruja del vermú, en ese espacio entre las calles San Lorenzo y Almirante Bonifaz, y al acto asistirán las autoridades encabezadas por el alcalde, Daniel de la Rosa, y se espera que allí no quepa un alfiler porque se pretende que sea una fiesta de amigos, que es como siempre concibió Ignacio la existencia: con alegría y un poco de vértigo y otro poco de locura y cachondeo. Aunque han transcurrido siete años de su muerte, su recuerdo sigue bien presente en la memoria de la ciudad, porque hay personajes que hacen ciudad e Ignacio fue uno de los que contribuyeron a este Burgos que odió y amó con idéntica intensidad y pasión, y que retrató tantas veces como nadie en sus maravillosos cuadros, y a la que adornó con su sola presencia, su inequívoca figura, su deslenguado purparlé y su generosidad desparramada.Era el suyo un corazón de oro.

Además del busto en bronce del enfant terrible del arte burgalés se descubrirá una placa, según ha confirmado a este periódico Antonio Fernández Santos, jefe de gabinete de Alcaldía y el hombre que ha urdido esta cita con Ignacio, con su espíritu y con su memoria, con su legado y su recuerdo. Un acto que es de justicia, porque no podía pasar más tiempo para honrar a uno de los más grandes pintores de esta tierra y su último bohemio.También habrá representación de la familia del artista: un hermano y al menos tres de sus hijos. 

Enorme ausencia. Sigue siendo extraño todavía no ver al maestro atravesando por el Espolón, y más en estos días en los que solía incendiar elArco de Santa María con sus obras.Sigue siendo desde entonces un otoño desamparado, que añora su paleta, tan en ayunas de su genio que a veces nos descubrimos buscándole en los recovecos de la noche, lazarillos de él, tan perdidos. Con su ausencia algo más se extravió, porque hasta el sol dejó de tener su tono de membrillo y el color de las hojas aún reclama el fuego de sus pinceles. El tiempo no ha logrado difuminar su sombra, y el genial pintor sigue vivo en cada obra que hizo, en esos lienzos que siempre rezumarán vida y esperanza, que latirán como la sangre a borbotones de los gallos, que arderán como las arboledas, que seguirán siendo un éxtasis del mar o de la nieve.

Con la desaparición de Ignacio del Río se cerró uno de los capítulos más brillantes de la historia de la pintura burgalesa. Era el último de una estirpe irrepetible, a la que pertenecen nombres como Modesto Ciruelos, Luis Sáez o José Vela Zanetti. Artista de talento desbordante, intuitivo, con una paleta especial de color y de luz y retratista formidable, sus cuadros se expusieron en los cinco continentes. Su arrolladora personalidad -Ignacio fue siempre rebelde, seductor y truhan, bohemio- pudo solapar alguna vez su incuestionable talento, pero es que él siempre admitió que pintaba para vivir y no al revés, aunque jamás hubiese podido vivir sin pintar aunque no dependiera de ello su economía.