Presos, pero no solos

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Cumple diez años el proyecto Volver a empezar de Cáritas, que ofrece una vivienda y apoyo emocional y material a internos del centro penitenciario que no tienen dónde pasar los permisos. El año pasado acogió a 38 personas

De izda. a dcha., José Baile, uno de los primeros usuarios de la vivienda del proyecto Volver a empezar; David Alonso, educador social, y Javier García Cadiñanos, capellán de la cárcel. - Foto: Alberto Rodrigo

Todos los días de su vida se ha arrepentido José Baile de lo que ocurrió aquella noche fatídica. Hasta arriba de alcohol y drogas y con el deterioro propio de quien ya, a una edad muy temprana, llevaba mucho tiempo en la calle, se enzarzó en una pelea con su mejor amigo que terminó de la peor manera. Nueve años de cárcel pagó por ello sin un solo permiso en todas esas 3.285 jornadas, solo con los 4.000 metros cuadrados del patio como horizonte. Tenía apenas 30 años y en muchas ocasiones intentó suicidarse. «Me mataban los remordimientos, o podía vivir con la idea de que había matado a mi mejor amigo y si no hubiera sido por David ahora yo no estaba en este mundo», explica, mientras mira al educador social con la misma expresión con la que cualquiera miraría a su ángel de la guardia, si lo hubiere.

Cuando terminó de penar su culpa, en el año 2013, José no salió a la calle. Fue directo a la planta de pacientes agudos de Psiquiatría, que por entonces estaba en el Hospital Divino Valles. Sus reiterados intentos autolíticos, su patología y sus adicciones le hacían una auténtica bomba de relojería que, además, podría explotar en sabe Dios dónde, pues no tenía ningún sitio al que ir. «Allí conocí a David gracias a Pepe Fernández, que era el capellán de la cárcel, y ellos dos me salvaron la vida», insiste. 

Hicieron algo más que salvarle la vida. Con él estrenaron un servicio, que acaba de cumplir una década, y que trata de dar cobijo a quienes cuando salen de la cárcel, bien por haber cumplido una condena o de permiso, no tienen un lugar al que ir ni una persona con la que hablar. El proyecto Volver a empezar, que Cáritas sostiene desde el principio con personas voluntarias, dispone de una vivienda con tres plazas donde no solo los internos del centro penitenciario de Burgos pueden pasar el fin de semana o los días de permiso sino que pueden normalizar sus vidas. «Para muchos de ellos, sobre todo los que llevan años sin salir, se hace muy extraño pasear por las calles o tomarse un café. El voluntariado les acompaña, organiza con ellos actividades culturales y les ayuda a retomar lo que alguna vez fueron. También se intenta que recuperen la relación con las familias, si la han perdido».

Así fue en el caso de Baile, a quien los suyos dejaron de hablar «por la barbaridad que había cometido». Fue hace una década. Ahora, por suerte, las cosas están mejor tras un largo periplo que pasó por su desintoxicación en un centro específico; después, encontró un trabajo y también fue uno de los primeros usuarios de otra iniciativa pionera de Cáritas, el Programa Hogares, basado en una forma de trabajo con las personas sin techo importada de Estados Unidos, donde se llama house in first, que se traduciría como 'primero, un hogar'. Su filosofía es que, con los debidos apoyos, una persona que duerme en un cajero puede pasar a tener una casa en no mucho tiempo. 

«Ahora estoy en un piso compartido y, por desgracia, he vuelto a beber porque dejé la medicación y dejé de ir al psiquiatra. Pero ahora he vuelto a pedir cita. A ver si poco a poco volvemos a salir otra vez», afirma Baile ante la atenta mirada del educador social David Alonso, con el que nunca ha perdido el contacto, y de Javier García Cadiñanos, reciente capellán de la cárcel. Ambos reflexionan sobre el hecho de nunca tirar la toalla cuando las cosas se le tuercen a gente como a José. «Todo el mundo se merece todas las oportunidades; por más veces que se caiga, siempre hay que ayudar para que la persona se pueda volver a levantar», afirma Cadiñanos, que compagina su labor en prisión con ser párroco de San Juan de Ortega y consiliario de Acción Católica y de la Juventud Obrera Cristiana (JOC).

Hacer las paces. «Vivir en la cárcel es muy duro pero yo tuve mucho apoyo: de los trabajadores sociales y de los psiquiatras que siempre me ayudaron cuando intenté acabar con mi vida. Ahora eso no lo he vuelto a repetir porque ya he hecho las paces conmigo mismo», cuenta, a la puerta del que fue su primer hogar en libertad: «Yo le diría a la gente que está en la cárcel y que no tienen a nadie que apueste por este programa de Cáritas porque de aunque salgas de prisión, aquí te van a brindar ayudar y te van a echar una mano en lo que haga falta, es una gran oportunidad al salir de la cárcel».

Por más veces que se caiga, siempre hay que ayudar a que una persona se levante"

El programa Volver a empezar está diseñado para personas en segundo grado, que tienen posibilidad de obtener algún permiso para salir puntualmente de la cárcel pero que carecen de cualquier tipo de red familiar o social. David Alonso explica que ahora mismo hay unas 20 o 25 personas en estas circunstancias -cuya salida depende de las decisiones profesionales del personal técnico del centro penitenciario- y que habitualmente suelen ser unas cuatro al mes las que utilizan la vivienda, que se encuentra en pleno casco antiguo, muy cerca de la Catedral.

El año pasado se alojaron allí 38 personas; 23 en 2021, 16 en 2020 y 15 en 2019. Además de comida y cama se encontraron con el acompañamiento de personas voluntarias que les enseñan la ciudad, en el caso de que no sean de Burgos, y que trabajan con ellas para recuperar habilidades perdidas como comprar o manejarse en un mundo absolutamente digital. «A quienes estamos fuera nos parece que es algo muy básico pero en el caso de llevar mucho años en prisión es probable que la persona no sepa desenvolverse bien en actos cotidianos o que desconozca el manejo de las redes digitales, que en la cárcel no existen. Hay que pensar en cómo avanza el desarrollo de los teléfonos móviles, por ejemplo, que uno de hace cinco años quizás ya no sirve para hacer determinadas cosas», afirma David Alonso, miembro también de la Pastoral Penitenciaria, con la que Cáritas trabaja al alimón gestionando una de las tres 'patas' -la social- de las tres en las que basa su labor (las otras dos son la jurídica y la espiritual). 

Pero lo más importante es que el voluntariado les echa un capote para volver a crear redes familiares y personales. «En la cárcel hay muchas personas que, al ser condenadas, pierden todo el apoyo humano y familiar que tenían y la familia es un elemento vertebrador de la persona de primer orden», señala García Cadiñanos, para quien el estigma de haber pasado por prisión todavía es muy grande.

En este sentido, Alonso apunta a que las cosas han cambiado mucho y a mejor: «Lo que antes era un sistema puramente punitivo y más de apartar a las personas, ahora ha evolucionado y cada vez hay más programas de inserción y de rehabilitación a pesar de que aún son insuficientes para la demanda que hay porque una persona que entra en prisión lo pierde todo, se queda como un recién nacido, y por muchas entidades que trabajemos allí siempre va a haber necesidad».

Cuando se entra en la cárcel, se pierde todo"

Los miedos que expresan los usuarios del programa Volver a empezar son muchos, enumera este experto: a la soledad, a tener que buscar de nuevo relaciones con la carga en la biografía que supone estar o haber pasado por la cárcel o a la angustia de no saber moverse en una sociedad que ha cambiado. «Recuerdo muchas veces la anécdota que me pasó con un hombre que la primera vez que salió de permiso quiso invitarme a un café. Como yo veía que nos habíamos terminado la consumición y no hacía amago de pagar le pregunté que qué le pasaba y me dijo que nunca había utilizado los euros porque entró en 1997 y no salió por primera vez hasta quince años después», evoca. 

Esto significa, a su juicio, que la cárcel es muy poco permeable a la sociedad, en general: «En principio, te priva de libertad pero también de muchos otros derechos. Aspectos como la intimidad o la autonomía se pierden también». Javier García Cadiñanos, que se autodefine como 'un aprendiz' por el poco tiempo que lleva como capellán del centro penitenciario, cuenta que lo primero que ha aprendido al entrar 'dentro' es «que la persona que tienes delante podrías ser tú y a partir de ahí el trato es muy diferente, ya no le juzgas por lo que ha hecho o ha dejado de hacer y tienes en cuenta la persona y estableces una relación de igual a igual, sin juzgar, porque ese trabajo ya lo han hecho los jueces». 

El estigma. Tanto Cáritas como la Pastoral Penitenciaria trabajan mucho contra el estigma que supone haber pasado por prisión. «Cuando se habla de la cárcel a todo el mundo nos viene a la cabeza esos delitos horribles que conmueven a todo el mundo pero la realidad es que cerca del 70% de los internos lo están por problemas con las drogas. Si abordáramos mejor o más este asunto quizás la cárcel se vaciaría y podríamos trabajar mejor con ese otro 30%», opina.

Por otro lado, pone el foco en algo que se ve muy claro, dice, cuando se entrar en la cárcel: que la mayoría de los internos provienen de la marginación y de situaciones de exclusión muy graves: «Por desgracia, la realidad es que van a la cárcel más los pobres que los ricos y que, al igual que en Estados Unidos hay más negros que blancos presos, aquí pasa con personas de la etnia gitana: no se juzga igual a una persona gitana que a una paya, por desgracia», concluye.