Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Lavado de fútbol

14/11/2022

Faltan apenas seis días para que dé principio la copa del mundo de fútbol que se disputará en Catar, y los aficionados nos debatimos entre la enorme ilusión de ver desempeñarse sobre el terreno de juego a Nico Williams, Pedri, Busquets y compañía y la evidencia de que resulta indecente permitir que la competición más importante del planeta se celebre en una satrapía que desprecia los derechos humanos, donde las mujeres son sojuzgadas sin miramientos, los homosexuales engrosan las cárceles y miles de trabajadores han perdido la vida durante la construcción de los opulentos estadios que acogerán el mundial. 

Algunos entrenadores, e incluso las aficiones de diversos equipos, han hecho oír durante las últimas semanas sus protestas contra el régimen catarí, y la propia FIFA, organizadora de la cosa e institución que maneja el renegrido negocio global del fútbol, ha emitido algo parecido a una disculpa. En tanto, el emirato petrolero despliega desde hace años una intensa y multimillonaria campaña de lo que los anglosajones llaman sportswashing, que consiste poco más o menos que en lavar la imagen internacional de un país con el detergente que proporciona el deporte de mayor relumbrón. 

El caso es que, por unas causas y otras, los ojos del mundo se han vuelto hacia un pequeño rincón del Golfo Pérsico, y uno medita que acaso esa exposición constituya un arma de doble filo para el régimen catarí, cuyas vergüenzas están siendo estos días ventiladas delante de todo el planeta. Algo similar ocurrió con el primer mundial del que uno tiene memoria, el de Argentina en 1978: aquella copa, en lugar de normalizar la atroz dictadura militar de Videla, consiguió al cabo que el mundo fuese informado de que junto a los estadios funcionaban centros clandestinos de detención y tortura, y de que cientos de madres se cubrían con pañuelos blancos para exigir que el Gobierno les diese razón del paradero de sus hijos.

No somos tan ingenuos, en todo caso, como para pensar que este mundial vaya a obrar milagros. Seguiremos los partidos, aun con la nariz tapada, porque el fútbol nos arrebata y ya cargamos encima con el peso de demasiadas contradicciones; pero los mercaderes del deporte han conseguido, una vez más, que nos dé mucha vergüenza confesarlo.