Se supone que Castilla y León va a ser una comunidad de pruebas. En este caso políticas, no como en los campos de ensayo, donde los agricultores conocen las ventajas de las nuevas variedades de cereal. El primer territorio en el que Vox preside un parlamento y en el que va a ocupar puestos de responsabilidad en un ejecutivo. Desde que Mañueco anunciara, una vez más vía Twitter, el acuerdo con los de Santiago Abascal, se han sucedido las reacciones y los artículos de opinión, especulando sobre lo que pasará o dejará de pasar. En declaraciones y columnas abundan los lugares comunes y el apriorismo. No hay margen para la presunción de inocencia. Lo vimos el día de constitución de las Cortes, con un grupo de procuradores socialista negándole el saludo al recién elegido presidente de la cámara regional. Un señor de León que era conocido por haber sido portero de balonmano y dirigente del equipo de su ciudad. 

Las formas son importantes. Incluso en política. Y desde hace tiempo nuestros representantes las están perdiendo y presumiendo por perderlas. Lo hacen los parlamentarios y lo hace también el candidato a presidir la Junta, cuando insiste en anunciar acuerdos importantes a través del escudo de las redes sociales. Fernández Mañueco esperó hasta el último minuto para pregonar su pacto con el líder de Vox en la Comunidad, Juan García-Gallardo. Durante días, los compañeros que escriben sobre política regional estuvieron pendientes de la puerta de un despacho para que de ella saliera alguien con alguna explicación y no solo con la habitual retahíla de vaguedades. 

Antes de que comience a rodar el nuevo ejecutivo hay quien lo da por roto en doce meses, cuando se celebren las elecciones municipales. Quién sabe qué. Ahora habrá que irse olvidando del ruido y dedicarse a gestionar. Y ahí sobra el sectarismo.