Sábados en clave de Sol

A.S.R
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Trabajadores sin horario disponible entre semana y padres de familia copan el perfil del alumnado de los talleres que la Escuela Municipal de Música ha estrenado este curso para mayores de 16 años

Sábados en clave de Sol - Foto: Patricia González

Entregado padre y empleado a turnos, Jorge Martínez no veía el momento de aprender a tocar la batería, tocar de verdad. Había hecho sus pinitos con tres amigos en el pueblo, Montejo de San Miguel, pero ya era hora de domar la baqueta. Alguien le habló de los Sábados Musicales de la Escuela Municipal de Música y se hizo la luz. La misma revelación sintieron Virginia Gómez, que había abandonado la guitarra y siempre persiguió retomarla, pero su variable horario laboral se lo negaba una y otra vez, y Rafael Medina, que, entre las obligaciones profesionales y familiares, iba postergando su sueño de aprender a tocar el saxofón y ahora, una vez encarrilado este deseo, hasta se atreve con la improvisación. 

Trabajadores con horario incompatible con las clases y padres con hijos de corta edad son el perfil de los aún pocos alumnos de este programa dirigido a mayores de 16 años puesto en marcha en otoño, de forma tímida por la pandemia, pensando precisamente en estas personas sin oportunidad de asistir al curso escolar normal, de octubre a junio. Los talleres se plantean de ocho en ocho sesiones, con posibilidad de enlazar los tramos que se quiera, y con niveles de iniciación y perfeccionamiento. La inscripción está abierta en la web (información en sabadosmusicales@escuelamusicaburgos.com) y cuesta 120 euros (no se pide matrícula). El gerente del centro, Pablo Abad, espera que coja carrerilla y puedan activarse otros en la parrilla de salida, de informática musical, guitarra eléctrica y escuela de rock para grupos. 

El torbellino de notas de distintos instrumentos que vuelan por las ventanas del antiguo conservatorio de Las Bernardas todas las tardes se convierte en un ordenado desfile el sábado por la mañana. Una vez dentro, la soledad reina en los pasillos. 

David Fernández, que prepara su próxima clase de improvisación en una de las aulas, hace precisamente referencia a esa «no saturación de gente» de los sábados, que le permite hacer más ruido, léase entre comillas, sin mirar a los lados. «Cuando estamos todos, somos un poco ruidosos, tocamos música con energía, y si tuviéramos el pasillo lleno de compañeros, con esta situación, con puertas y ventanas abiertas, sería una bronca», se explaya este profesor, músico y productor mirandés, que apuesta por lanzarse a la piscina, aunque sea sin agua, y sí aventura que los fines de semana se brindan más a la experimentación. 

Sus dos colegas, Andrés Martín, profesor de batería y percusión, y Fernando Pindado, de guitarra, convienen en que hay una tranquilidad inusitada y que el perfil del alumno cambia, pero, al final, el trabajo es el mismo. 

«Unos vienen a probar, otros a perfeccionar; unos quieren enfocarse a lo expresivo-musical, otros a la técnica. Nos adaptamos a cada alumno. Esa también es la gracia. Es un poco a la carta», anota Martín, que lleva cinco años en la Escuela, mientras espera a uno de sus tres alumnos de batería. 

Entra en ese momento Jorge Martínez. 37 años, desde los 20 tocando, completamente autodidacta. Después de ocho clases -y con ánimo de continuar- ha descubierto «que no es lo mismo aporrear que tocar» y se ha sorprendido hasta a él mismo de su capacidad para leer partituras. «Por supuesto que he notado mejoría. Incluso en la posición de las manos, que parece que no, pero antes tenía los codos destrozados y ahora noto soltura», ilustra ya sentado frente a las percusiones, con mascarilla y ventanas de par en par. 

Jorge se arrancó la espina con la batería y Rafael Medina, con el saxo. Empezó a aprender el verano pasado con David Fernández, «encantado de la vida», y ahora da un paso más y se zambulle en la improvisación. Esperan a otros dos compañeros, saxo tenor y flauta travesera, para darle caña. «Que tú añadas tu propia melodía a otro autor es una pasada», enfatiza antes de centrarse de nuevo en la partitura. 

La estampa en el Aula 15 es bucólica. La fuerza del sol después de la tormenta se cuela por las ventanas e ilumina a Virginia Gómez y Fernando Pindado, alumna y profesor de guitarra. Ella ha vuelto a sus orígenes. En el antiguo conservatorio de Las Bernardas empezó con piano, pero pronto se pasó a la guitarra. La paseó por la parroquia, por campamentos, la arrinconó y cuando ha querido abrazarla de nuevo apenas sabía. Los Sábados Musicales han salido a su rescate. El pasado fue su tercera cita con este instrumento de seis cuerdas. Y está encantada. 

Para Pindado, cada clase, sea en sábado o jueves, es diferente porque el alumno lo es. Dicho lo cual, ese día sí tiene algo especial: «El ambiente es más relajado en la escuela, la cantidad de alumnos no es tan grande y trabajas con un programa más libre que a diario; este tipo de cosas hace que sí sean diferentes».

También en la calle, donde las notas llegan por las ventanas con otro color. A ritmo de sábado.