Territorio Pelayo

P.C.P.
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Un poblado del lejano oeste ha nacido en el comedor del restaurante de Salas de los Infantes, gracias a la habilidad de su propietario, miembro de la Asociación Sad Hill, que ahora trabaja en las maquetas del rancho McBain y el campo de Betterville

Almacén del poblado del oeste creado por Pelayo Barbero. - Foto: F2 Estudio Rebeca Ruiz

Muchas localidades han crecido durante el confinamiento, si bien pocos de esos nuevos vecinos llegaron con vocación de permanencia. No ha ocurrido igual en el poblado de un oeste no tan lejano, que ha crecido gracias a la portentosa habilidad del arquitecto y su cuadrilla de clicks de Playmóbil.

Cuando uno entra en El Pelayo  de Salas de los Infantes espera encontrar jamones, muchos jamones.  Así que estaba claro por dónde tenía que empezar Pelayo Barbero a construir su pequeño Tabernas. Una tienda de embutidos, una granja, el salón y una pequeña iglesia. En principio, hace dos años, se trataba solo de un encuadre original para poner el Belén en las Navidades -con un nacimiento empezó su afición por las maquetas, cuando hacía la mili en el acuartelamiento Diego Porcelos- y de llamar la atención de la clientela sobre la vinculación de esta tierra con el cine de Sergio Leone y el cementerio de Sad Hill, con cuya asociación el hostelero empezó a colaborar desde los inicios y de la que ahora es miembro activo.

Pero llegó el confinamiento, las manos de Pelayo tuvieron tiempo para trabajar casi al mismo ritmo que su mente y un comedor completo del primer piso se trasmutó en el desierto de Almería. El banco con su banda de ladrones, la oficina del sheriff, el patíbulo, el telégrafo, el salón, la iglesia y decenas de casas se reparten por las mesas. Cuesta imaginar que proceden de los estantes de una frutería.

«El 90% es material reciclado, la mayoría son cajas de fruta y restos de carpinterías. También avellano de podas, que se trabaja muy bien porque es una madera muy recta, con pocos nudos», explica Barbero. 

Cuando va a comprar, no pide manzanas o piezas maduras. «Dependiendo de las marcas, las cajas son distintas. A la frutera le digo: ‘guárdame de la Corberana, las de los melones que son más largas...’ Ella me las selecciona. Es una madera maravillosa, de chopo, superblanda», que utiliza para 4 zonas diferentes de sus maquetas.

En algunas incluye piedra caliza o arenisca. «Cúter, caladora, martillo y grapadora. Poco más uso» para confeccionar las maquetas, algunas con traseras e interiores trabajados. Después aplica barnices al agua y siempre que puede desliza algún detalle autóctono, como el arado castellano en la fachada de una casa. Asegura que no reproduce ningún poblado del cine, ni siquiera de su admirado Leone. «Son inventadas. Podrían valer, pero no es una imagen fija. Los diseños los hago yo sobre la base de películas e imágenes de Pinterest», explica. Con la mirada traviesa de un niño enseña los vídeo que monta su mujer del proceso de confección de cada maqueta, en el que los Playmóbil cobran vida y se suben a la escalera o tirar de martillo.

No vende, pero sí ha regalado alguna maqueta. O mejor dicho, las ha cambiado por un puñado de playmóbil -soldados de la Guerra de Secesión- que le trajo un niño.

Ahora trabaja en «una de las piezas más complicadas, el rancho McBain de la película Hasta que llegó su hora, de Leone». También quiere reproducir el campo de concentración de Betterville que se ubicó en Contreras para rodar El bueno, el feo y el malo, y alguna pieza más. Con el cementerio de Sad Hill no se atreve -«sería imposible», resopla-, así que lo reproducirá en vinilos en las paredes. Calcula que le queda un año -«si no hay otro confinamiento»- para rematar el poblado y construir un puente de empalizadas y las montañas y túneles para la maqueta del tren a escala G que comprará para recorrer el territorio Pelayo.