El circo lleva adaptándose a los tiempos desde que se creó, pero nunca antes se lo habían puesto tan difícil. La retirada de los animales de las pistas, sin ir más lejos, llevó a replantearse un negocio itinerante y casi siempre familiar en el que hubo que reducir plantillas y formatos: pero añadieron más números de trapecio o malabares y el espectáculo continuó. La pandemia en cambio les ha obligado a frenar en seco y muchos de las grandes carpas que hay en España todavía no han retomado la actividad.
El Gran Circo Holiday se ha atrevido y ha hecho parada en Burgos, en San Juan de los Lagos. Valientes, osados o simplemente acostumbrados al más difícil todavía que alientan a diario en esas gradas: «Desde el estado alarma hasta el 23 de diciembre estuvimos parados. Tras trabajar las navidades en Logroño, volvimos a replegarnos cuatro semanas por la tercera ola y ahora estamos aquí: Burgos es nuestra segunda plaza. No hemos tenido más opciones para levantar antes el telón porque los ayuntamientos no querían dar permisos.Pero ahora, si están abiertos cines y teatros, el circo también puede estarlo», resume Justo Sacristán, responsable de la empresa.
Con mujer y tres hijos trabajando en el circo, ellos y el resto de la compañía (otras cinco familias, entre ellos una de sus hermanas) necesitaba arriesgarse para salir adelante: «A Burgos no veníamos desde los Sampedros de 2018 y no sabíamos si la gente respondería en medio de esta crisis. Porque venga el publico o no, tengas el aforo que tengas, has de invertir lo mismo en la instalación, la luz, el agua, la publicidad o las tasas municipales. Pero teníamos que intentarlo».
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