Losa de estereotipos

I.M.L.
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La población gitana en la comarca ribereña sigue luchando con una discriminación larvada en la sociedad, que esta etnia busca erradicar abriéndose a la integración en el ámbito laboral y educativo

Ramón Lizárraga, vendedor ambulante y pastor evangélico.

Desterrar unos prejuicios históricos es la lucha en la que está ahora inmerso el pueblo gitano, y en Aranda y su comarca se están dando pasos para que la integración del colectivo sea una realidad. Los miembros de esta comunidad aprovechan los valores de su raza como pilares para mostrar su empeño. Atendiendo a los consejos de sus mayores y con una férrea unión entre ellos, van dando pasos que, hace unas décadas, habrían sido impensables. 

Más allá de la venta ambulante, la presencia gitana en los más diversos puestos de trabajo es algo constatable en el día a día, igual que su mayor presencia en el ámbito de la educación y la formación, porque no se conforman con los estudios básicos. Incluso tienen un movimiento asociativo incipiente para que el frente de lucha sea más férreo. Ejemplos son el arranque de la actividad de la Asociación Nacional Presencia Gitana en Aranda, con su programa de Instrucción General Básica para la Vida y la celebración del Día Internacional del Pueblo Gitano; o la agrupación local Unión para el Progreso, que surgió en el arranque de la pandemia y en tres meses logró proporcionar comida y productos básicos a más de 60 familias, todo con recursos propios y ayuda del colectivo.

Pero, a pesar de estos brotes verdes de los que sentirse orgullosos, los gitanos arrastran un halo de pesimismo sustentado en su experiencia de años y no ven cercana la erradicación del racismo hacia su pueblo. Confían en que la próxima generación ya pueda vivir sin el sambenito de ser gitano, pero soportan a diario situaciones y gestos que les recuerdan los siglos de discriminación que lleva soportando su pueblo. Ellos están abiertos a demostrar que no se puede juzgar el todo por la unidad y que sus costumbres e idiosincrasia son compatibles con las del resto.

Raúl Hernández, Ángel Jiménez y Estrella Barrul.Raúl Hernández, Ángel Jiménez y Estrella Barrul.

Ramón Lizárraga, vendedor ambulante y pastor evangélico

«Los jóvenes son de forma distinta, quieren estudiar y trabajos fuera del mercadillo»

Este vendedor ambulante y pastor evangélico de la Iglesia de Filadelfia en Aranda, habla con tristeza de la discriminación latente que ve en el día a día «desde los detalles pequeños a los más grandes». «Entrar a un bar y ver que a ti no te ponen aperitivo y al otro sí, o pensar en ir a la piscina con la familia y desechar la idea porque crees que nos van a mirar mal», pone como dos ejemplos, asegurando que «nos retrae de hacer vida normal».

Décadas de racismo y rechazos, han creado una coraza a modo de sistema de defensa que les lleva a hacer cosas de manera inconsciente. «Yo mismo me he sorprendido de mí mismo al darme cuenta de que, esperando en la cola del cajero, he sacado la tarjeta bien a la vista para que la chica que estaba delante de mí no pensase que estaba ahí vigilándola, sino que también iba a usar el cajero», confiesa a modo de ejemplo de lo interiorizado que tienen el rechazo de parte de la sociedad.

Unos comportamiento que Ramón achaca a que la sociedad se toma la parte por el todo. «No porque alguien haga algo tenemos que tener todos la culpa, cada uno tiene que responsabilizarse de lo suyo y no meternos a todos en el mismo saco», critica al hablar de los peores estereotipos que se adjudican al pueblo gitano. Este pastor de 48 años cree que no se ha avanzado mucho pero «los jóvenes vienen de forma distinta, quieren estudiar y otros trabajos fuera del mercadillo, de lo cual yo me alegro».

Raúl Hernández, encargado de Parques y Jardines

«Debemos demostrar más cosas que los que no son gitanos y nos juzgan sin conocernos»

A sus 40 años, Raúl Hernández es uno de los muchos ejemplos de integración en el ámbito laboral. Es responsable del servicio de Parques y Jardines en Aranda, que presta la empresa Eulen, y tiene a su cargo un equipo de 28 personas. Sin embargo, en su día a día también ha tenido y tiene que soportar comportamientos en los que se cuela el racismo y la discriminación. «En el colegio, me llegó a decir un amigo que su madre le había dicho que no podía jugar conmigo porque yo era gitano», relata.

Por sus vivencias, considera que la población gitana está «bastante integrada en Aranda» pero todavía «nos persiguen ciertos estereotipos». «Tenemos que demostrar muchas más cosas que los que no son gitanos, la gente nos juzga sin conocernos, no nos dan esa oportunidad», insiste. Junto a su familia, reside en el edificio Orfeón Arandino, donde residen más de un centenar de familias entre las que la mayoría son gitanas. Ese entorno supone un plus más de discriminación, por lo que tiene muy claro cuál sería la solución idónea. «Reubicar a las familias ayudaría a la integración, aunque yo crecí ahí y tuve una buena infancia, ahora las cosas han cambiado», explica Raúl.

Ángel Jiménez, estudiante de Magisterio

«La educación es el arma para enfrentar la discriminación»

Este joven de 19 años está cursando ya su segundo curso de la carrera de Magisterio, por la especialidad de Educación Infantil, porque tiene claro que esa es la herramienta para eficaz para eliminar todo tipo de barreras. «La educación es el arma principal que tenemos para luchar porque es enseñar a los niños desde pequeños que no hay que tratar a nadie de manera diferente por pertenecer a un colectivo u otro», asegura con total convicción.

Hasta que se logre la total integración, eliminando discriminaciones y estereotipos, Ángel considera que aún está muy presente el racismo en la sociedad hacia el pueblo gitano, aunque algo más matizado. «Antes, cuando ibas a una entrevista de trabajo, podían llegar a decirte que no te cogían porque eras gitano, ahora lo que hacen es decirte que no cumples las cualidades que buscan, pero es porque eres gitano, ahora no te lo dicen tanto a la cara», pone como ejemplo.

Él reside de lunes a viernes en Burgos y allí ha encontrado una sociedad más abierta que la del entorno arandino, pero lo achaca a que allí conviven más comunidades y más grandes que las que puede haber en una ciudad como Aranda.

Estrella Barrul, ama de casa

«Es difícil ser mujer y, encima, gitana»

Así de clara y contundente se expresa esta raudense de 35 años, casada y con tres hijos. Estrella Barrul es una mujer empeñada en mejorar y compatibiliza su trabajo en casa con su formación. «Estoy haciendo cursos, todos los que puedo, y quiero que mis hijos estudien porque yo me arrepiento mucho de no haberlo hecho antes», confiesa sincera. 

Sin embargo, en el plano laboral el panorama que se encuentra es otro muy distinto. «Se da mucha discriminación, en cualquier proceso de selección no te llaman cuando ven tus apellidos o se sorprenden de que quieras hacer el periodo de prueba, cuando yo lo que quiero es que me den la oportunidad de demostrar lo que valgo, no que me juzguen por ser gitana sin conocerme», plantea desde su propia experiencia.

Estrella cree que desde el seno de la comunidad gitana están poniendo de su parte para ayudar a romper las barreras de la discriminación y pide a la sociedad «que no nos pongan la etiqueta de que todos somos iguales». Esta gitana, orgullosa de serlo  y de los valores de su cultura, conserva una gran dosis de optimismo y expresa un deseo: «Confío en que mis hijos vean el cambio en la sociedad».