Sáhara, una bomba con espoleta retardada

Georgino Fernández (SPC)
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Dormido durante casi medio siglo, el conflicto del territorio norteafricano estalla ahora con toda su intensidad tras el alineamiento del Gobierno con el plan de autonomía que desea Marruecos

España y el Sáhara han mantenido desde la descolonización de este territorio una relación fraternal que ahora ha saltado por los aires con el volantazo de Madrid hacia Rabat. - Foto: EFE

Dejó de ser la provincia número 53 de España hace casi medio siglo pero continúa siendo una herida sin cerrarse. El futuro del Sáhara Occidental nunca terminó de escribirse ni de aclararse y el guion que ahora improvisan a dos manos Marruecos y el Gobierno de España no convence a sus gentes, que otean un horizonte con más nubarrones que esperanzas. De hecho se sienten traicionados por un país, el español, que siempre tuvo un sentimiento de hermandad hacia ellos.

Volantazo hacia Rabat. Resumido de forma telegráfica ese podría ser el titular para ilustrar la forma en la que el Gobierno de España ha tomado partido por Marruecos al reconocer su plan de autonomía para el Sáhara «como la base más seria y realista para resolver el contencioso». La otra lectura es que la excolonia española pierde así toda posibilidad de ser independiente, su vieja reivindicación histórica.

 El término contencioso oculta además una guerra de baja intensidad abierta hace casi 50 años cuando este territorio norteafricano era aún una provincia más del territorio nacional. Detrás hay cientos de muertos repartidos entre españoles, marroquíes y también saharauis.

Para ver en perspectiva un conflicto que llevaba enquistado casi medio siglo y que ha reactivado ahora el viraje marroquí de la política exterior de Pedro Sánchez hay que dar marcha atrás al reloj del tiempo y ponerlo a finales del año 1975. En noviembre de ese año, Franco agonizaba al mismo tiempo que lo hacía su régimen y el vacío de poder era palpable. El entonces Príncipe Juan Carlos había cogido el testigo, pero era un relevo más sobre el papel que efectivo.

Consciente de esa debilidad, el rey de Marruecos Hassan II aprovechó el proceso de descolonización iniciado por España y se anexionó buena parte del territorio saharaui después de traspasar la frontera con la llamada Marcha Verde, una operación dispuesta por el propio Hasan II el 6 de noviembre de 1975 en la que situó a 350.000 civiles marroquíes frente a la frontera hispana para avanzar hasta los muros defensivos del Ejército español.

Esta fue la respuesta del rey alauita ante el plan para descolonizar este territorio semidesértico de 266.000 kilómetros cuadrados, como respuesta a la iniciativa pactada por España y la ONU de elaborar un censo como paso previo a la celebración de un referéndum de autodeterminación.

Hassan II aprovechó la fragilidad del Gobierno español y seis días antes de la muerte del dictador Franco, el 14 de noviembre de 1975, se firmaban en Madrid los Acuerdos Tripartitos hispano-mauritano-marroquíes, por los que España cedió la parte norte y centro del Sáhara a Marruecos y el sur a Mauritania.

Pese a que la sentencia del Tribunal Internacional de La Haya de 1975, contraria a las pretensiones anexionistas de Marruecos y Mauritania, recomendó que se ejerciera el derecho a la autodeterminación, el ambiguo texto fue interpretado por Marruecos a su favor.

Así, el 27 de febrero de 1976, España se retiró del Sáhara y el Polisario proclamó unilateralmente la República Árabe Saharaui Democrática en Tinduf (Argelia) y declaró la guerra a Marruecos y Mauritania. Esta renunció en 1979 a ejercer su soberanía sobre esa parte del territorio y firmó la paz con el Polisario, circunstancia que aprovechó Marruecos para anexionársela.

Desde entonces, la mayoría del territorio está controlado por Marruecos mientras que el Polisario, apoyado por Argelia y Libia, dispone de una pequeña parte y tiene su cuartel general en Tinduf.

El Polisario defiende que los 74.000 saharauis censados por los españoles en 1974, antes de abandonar el territorio, son los únicos autorizados a participar en la consulta, mientras que Marruecos exige incluir a los nómadas que se refugiaron en su territorio durante la colonización española (120.000), lo que el Polisario rechaza como intento de alterar el resultado.

En diciembre de 2018, tras años de silencio, se reanudaron en Ginebra las conversaciones directas para desbloquear el conflicto, pero no hubo avances significativos.

La situación volvió a empeorar en 2020 tras el reconocimiento del Sáhara como parte de Marruecos por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a cambio de que Rabat estableciera relaciones con Israel, como ocurrió. En 2021, Berlín apoyó al enviado especial para el Sáhara del secretario general de la ONU, Steffan de Mistura, en su búsqueda de un resultado político justo y mutuamente aceptable sobre la base de la resolución 2602 del Consejo de Seguridad.

Ahora, la situación ha dado un nuevo vuelco después de que Marruecos asegurara que el líder socialista apoya su propuesta de autonomía del Sáhara bajo soberanía de Marruecos presentada por Rabat en la ONU en 2007.

Se abrió la caja de Pandora

En la mitología griega, la caja de Pandora es una especie de arca que contiene todos los males y desgracias del mundo. Abrirla, equivale a liberarlos. Y eso es lo que ha hecho Pedro Sánchez. Su decisión le ha dejado completamente solo, al menos en España. Tanto sus socios de coalición como todos los partidos de oposición condenaron crudamente el nuevo rumbo de su política exterior y le han pedido (cosa que hará esta próxima semana) que comparezca en el Congreso para dar explicaciones.

Su único balón de oxígeno en este asunto ha venido de Bruselas, donde el lunes pasado la Comisión Europea dio su plácet al acercamiento entre España y Marruecos tras un año de crisis diplomática por la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para recibir tratamiento sanitario a Logroño.

Si bien es cierto que con su nueva estrategia Sánchez ha zanjado la crisis con Rabat, al mismo tiempo ha abierto una brecha peligrosa con Argelia, uno de los principales suministradores del gas que llega a España (un 25 por ciento) en un momento de creciente tensión energética y que además se siente agraviado por ser el gran valedor del pueblo saharaui.

 La decisión de Argelia de llamar a consulta a su embajador en España abre un escenario inédito en décadas en las relaciones entre Argel y Madrid, que ambas partes se habían comprometido a estrechar. España no renuncia a tener en Argelia un socio estratégico en materia energética pero ahora el escenario es otro. La bomba de espoleta retardada que es el Sáhara ha estallado. Y su onda expansiva no cede en intensidad.