Ciudadanos se disuelve como un azucarillo elección tras elección y Vicente Marañón, rutilante vicealcalde de Burgos, sabe que tendrá más que complicado repetir escaño y, sobre todo, compartir gobierno municipal pero, erre que erre, está empeñado en pasar a los anales consistoriales por su controvertido y controvertible proyecto Burgos Río. En las últimas autonómicas, solo el procurador Francisco Igea pudo salvar los muebles. Mucho me temo que el edil no podrá sortear los vientos de cola que se ciernen sobre la formación naranja porque sabe que no tiene el velamen ni la arboladura del político vallisoletano.

En esta tesitura y sin aparente solución de continuidad sigo sin entender, como otros miles de burgaleses, la decisión de Vicente Marañón de seguir adelante, contra viento y marea y a menos de nueve meses de las elecciones municipales, con el concurso del proyecto Burgos Río, la gran y cuestionada apuesta de Ciudadanos para este mandato. Claro que por no entender tampoco comprendo la actitud del alcalde, Daniel de la Rosa, de dejar que su vice siga trasteando ya al final de legislatura con otro juguete que nació roto y que además nos va a salir, y sino al tiempo, muy caro.

Sin saber si la nueva corporación, la que salga de los próximos comicios, va a asumir el proyecto, no tiene sentido que el Ayuntamiento de Burgos desembolse casi 1,7 millones de euros de vellón destinados a pagar jurados, fichajes de urbanistas, premios, estudios, proyecto, saraos varios… Un gasto considerable y todo ello sin colocar una sola piedra. 

En situaciones confusas, cuando las aguas se encrespan y bajan revueltas, cuando se anuncian crisis y cambios, hay pescadores que tratan de sacar beneficio aprovechando tales circunstancias. Pretender salvar in extremis una gestión manifiestamente mejorable, como intenta hacer Vicente Marañón para mejor gloria propia y a costa de un buen pellizco de las arcas municipales, no parece admisible. El proyecto Burgos Río debería quedar en suspenso hasta ver.