Del pacto silencioso al de la palabra

S.F.L.
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José Antonio Abella plasma en la novela 'Aquel mar que nunca vimos' los cuatro años de estudio sobre el maestro Antonio Benaiges

El autor, José Antonio Abella, ejerció como médico en Bañuelos de Bureba de 1979 a 1983. - Foto: J.A.A.

Los muertos de un lado y los del otro no se equilibran, se suman entre sí y esto hace aun más insoportable el peso de la violencia. Todas las víctimas están en el mismo platillo de la balanza. En el otro están la barbarie, la intransigencia, la ignorancia, el resentimiento, la pura maldad (...) José Antonio Abella, médico rural durante 40 años, inició su carrera profesional en Bañuelos de Bureba en 1979 ajeno a que cuatro décadas atrás un maestro revolucionó la educación con sus métodos pedagógicos a sus alumnos en ese mismo lugar. El misterio que rodea a Antonio Benaiges y su asesinato despertó en él las ganas de comenzar con una investigación que se ha alargado durante cuatro años cuyo resultado se ha plasmado en Aquel mar que nunca vimos.

El doctor se enteró de la existencia del profesor por la publicación Desenterrando el silencio. El maestro que prometió el mar, de Francesc Escribano. Un día cualquiera se encontraba en casa escuchando la radio de fondo cuando el locutor nombró la pequeña localidad burebana. Emocionado de recordar su primer destino como médico alzó el volumen y fue entonces cuando descubrió ‘la guinda del pastel’. «Me quedé perplejo porque era realmente una historia triste pero a la vez muy hermosa. Qué pena que nadie me la comentara en los cinco años que allí residí porque los que habían sido sus alumnos entre 1934 y 1936 también fueron mis pacientes. ¡La cantidad de cosas que yo podría haber sabido!», se lamenta el autor.

Tras dar vueltas e intentar comprender el significado del misterio que envolvía al pueblo y a este personaje, Abella llegó a una conclusión. En el año 1979, fecha en la que el médico se trasladó a Bañuelos, el país aún no se había despegado del todo del Franquismo.  «El dictador fallece en 1975 y no olvidemos que en 1981 hubo un intento muy serio de Golpe de Estado. La gente tenía miedo y fueron unos años muy revueltos. Eran temas de los que no se hablaba por lo que no era el mejor momento para romper el silencio», declara el escritor.

Si bien, con su incesante trabajo de investigación ha logrado acercarse todo lo posible a la verdad de lo que sucedió. Accedió al expediente de depuración de Antonio Benaiges en el Archivo General de La Administración, en Alcalá de Henares, donde tuvo la oportunidad de conocer con más profundidad al personaje. Pero además, tuvo la oportunidad de contar con los testimonios de los últimos alumnos vivos del maestro. «Encontré testimonios muy interesantes que quedan reflejados en el libro», expone.

Pero la historia no solo se conoce por los documentos o declaraciones sino por todas las pistas que llevan a un hecho. «He ido enlazando anécdotas y deducciones. Es el método a utilizar cuando un hecho ocurre en una época tan lejana de la que apenas hay información», recalca. «Con frecuencia se ha dicho que Benaiges está enterrado en La Pedraja. Incluso allí hay una placa donde figuran los nombres de las personas que fueron fusiladas y supuestamente enterradas. Sin embargo, por lo que he podido comprobar, se trata de un error. Al maestro le matan el mismo 19 de julio cerca de Briviesca -fecha en la que apenas se conocía el alzamiento militar contra el Gobierno de la Segunda República- antes de construir las fosas», aclara.

Al margen de la tragedia, las memorias son muy luminosas y allí es donde el autor ha hecho hincapié. El doctor, que ha compartido horas incluso con familiares del educador en su localidad natal, Montroig, ensalza los métodos pedagógicos tan modernos que utilizaba en las aulas. Llegó a comprar una imprenta para que los niños realizaran unos trabajos delicados en los que exponían con relatos y dibujos el día a día de la localidad. «Fue todo un adelantado para la época teniendo en cuenta que en Bañuelos no había carreteras, luz eléctrica ni agua corriente en las casas. Sin embargo, había una escuela con imprenta », manifiesta el investigador.

Abella no se atreve a calificar a este libro de novela, ni de documento, ni de novela documental. Una pequeña parte de su contenido está basada en el recuerdo de los años que fue médico en dicho municipio, pero en las primeras páginas el lector descubrirá que tampoco podría definirlo de memorias, ni de desmemorias, ni mucho menos de diario (aunque algunas de sus páginas sí parezcan arrancadas de uno). Otra parte, la de más valor sin duda, crece sobre encuentros y entrevistas mantenidas con quienes son, finalmente, los protagonistas de la obra, su razón de ser. «Después de 4 años considero que puedo dar por concluida la investigación aunque soy consciente de que hay puntos que se tendrán que aclarar en un futuro y no me pienso desvincular de ello. Prometo contar lo que nunca dije en Aquel mar que nunca vimos», sentencia.