Una perla medieval junto al Arlanza

J.Á.G.
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Covarrubias no necesita de excusas para una escapada. La villa rachela es algo más que un destino, es un potente activo turístico comarcal que se quiere potenciar desde el Ayuntamiento, el CIT, Agalsa y otras entidades.

Una perla medieval junto al Arlanza - Foto: Luis López Araico

Uno de los pueblos más bonitos de España, que es la cuna del primer condado independiente de Castilla, no debe ser el sueño de un día de verano o de un fin de semana. Covarrubias, sola o en compañía de Lerma y Silos, bien puede hacer inolvidable una o dos semanas, porque atractivo, infraestructura y equipamientos tiene. Además programa numerosos eventos populares, festivos, culturales, deportivos… a lo largo de todo el año. Si a todo ello añadimos el río Arlanza, senderos y rutas, además de un envidiable entorno natural, la elección es redonda. Bien lo sabían ya escritores como Federico García Lorca o Blas de Otero, que, por cierto, aquí encontró el amor.

Solo pasear tranquilamente por sus rúas empedradas y plazas porticadas es ya de por sí una experiencia. La historia y la inspiración brota por cualquier esquina y sus monumentos se realzan con la bella arquitectura de sus señoriales casas castellanas, recubiertas de mortero y entramadas con recios machones. Bien conservadas, forman un conjunto de enorme encanto medieval.

Por lo demás, gestas y leyendas -incluso sagas vikingas- se entrelazan en un relato histórico, ligado a personajes de la talla de Fernán González, doña Sancha, doña Urraca, el infante don Felipe o su esposa, la infausta princesa Kristina, que llegó de la gélida noruega y hoy reposa en la excolegiata de San Cosme y San Damián. Una escultura, que reparó siglos de olvido, la recuerda y rinde tributo frente a la colegiata.

La villa, poblada desde siempre por gente acogedora y hospitalaria, espera que esas calles, hoy más silenciosas que nunca a causa de la pandemia, se llenen en las próximas semanas de visitantes y turistas, que las animen y, además, dinamicen su hostelería y el comercio de artesanías y productos agroalimentarios, entre ellos la sabrosa cereza rachela, ya con cuerpo y color gracias a ese microclima que conforman el benéfico Arlanza y la sierra de las Mamblas. Este año no habrá feria, pero sí un mercado para que a partir del día 20 se puedan comercializar de forma organizada.

La villa, como Santo Domingo de Silos o Lerma -con las que comparte primogenitura en estas tierras en las que se forjó la Castilla milenaria-, no tiene pérdida. Encrucijada de caminos, es casi como Roma, todos conducen a ella, incluido el del Cid y de Santiago, también el de San Olav. El santo noruego nunca estuvo en la villa, pero ahora tiene ruta y capilla. El vertical torreón de Fernán González y los tejados de la colegiata se elevan como un pétreo vigía sobre el caserío, pero para una entrada 'triunfal' en la villa nada mejor que atravesar el imponente arco del Archivo del Adelantamiento, un magnífico edificio herreriano y decoración renacentista, con un enorme escudo que iba para el monasterio del Escorial y que acabó en Covarrubias porque le falta el cuartel con las armas de Aragón. Fue construido en 1575 para mayor gloria de uno de los hijos más preclaros de la villa, el Divino Valles. Fue este galeno, médico personal del gotoso Felipe II, quien ordenó derribar las murallas que rodeaban Covarrubias para 'airear' la villa y proteger a sus moradores de la terrible peste que la asoló. Hoy solo se conservan algunos paños junto a la colegiata y al torreón, en el paseo de la Solana, que discurre a orillas del rumoroso y verde Arlanza.

En las estanterías del archivo no esperen encontrar legajos, becerros, facsímiles ni incunables porque están en el de Simancas. El edificio es hoy biblioteca y sala de exposiciones, donde espera reabrir sus puertas Bestiarium, una muestra sobre la fauna y flora de la comarca arlantina. La Oficina de Turismo, situada bajo el arco, además de folletos y recuerdos, guarda la talla original de Santa Ana, cuya réplica se muestra en la hornacina de la fachada.

Covarrubias urbana y sagrada. Mapa y guía en mano las opciones que se abren son variadas, perderse por cuenta propia o empotrase en una de las visitas guiadas para grupos. Siguiendo la calle, se abre la plaza de doña Urraca, la más icónica, aunque la del obispo Peña no le va a la zaga. Parece que Fernán González no tuvo palacio en Covarrubias, pero la leyenda le sitúa en la casa consistorial, aunque en su fachada luce el escudo monacal de San Pedro de Arlanza. Del originario edificio solo queda un arco románico del siglo XII.

Cerca, en la plaza del rey Chindasvinto, a quien se le atribuye la fundación de Covarrubias, está una de las casas solariegas más prototípicas -y fotografiadas-, la de doña Sancha, con esos característicos soportales -sostenidos por recios postes de enebro-, que caracterizan la arquitectura rural rachela. La construcción, epicentro cultural y festivo, estaba unida -según cuentan- con el torreón a través de un subterráneo túnel. Otras casas singulares que se pueden admirar, sin duda, son la del boticario y la del citado prelado rachel.

La excolegiata de San Cosme y San Damián es la principal piedra de toque de esa Covarrubias sagrada, pero a ella hay que añadir la iglesia de Santo Tomás. Extramuros, en parajes singulares, se alzan las ermitas de la Virgen de Mamblas y la de Redonda, además de la capilla de San Olav, rompedora en sus líneas y materiales de construcción.

La pequeña 'catedral' rachela engaña un poco desde el exterior, que al decir de los entendidos es un poco 'mazacote', pero su interior es esplendoroso. Las tres naves interiores y sus seis capillas ricamente 'vestidas' dan idea de la importancia que tuvo esta colegiata en el siglo XV, que además tiene un bello claustro, que está integrado en uno de los museos sacros más relevantes de la provincia. Además del visitado y ornamentado sepulcro de la infanta Kristina, bajo las arquerías se muestran capiteles, claves, columnas romanas y otros vestigios pétreos recuperados.

Ampliado a cinco salas y con un nuevos 'discurso' expositivo, en el museo propiamente dicho, que incluye la sacristía, se puede admirar, desde el singular tríptico de los Reyes Magos, atribuido a Gil de Siloé, así como tablas de Berruguete y Van Eyck, entre otras muchas pinturas, imaginería, orfebrería, ropajes litúrgicos… Sin duda merece pagar la pequeña entrada -los lunes cierra- para ver tanta belleza y arte, aunque habrá que esperar a su reapertura.

Toda la colegiata está declarada Bien de Interés Cultural, como la villa. El interior de la iglesia bien merece también una detenida visita. Su retablo mayor es barroco, hay otro clasicista y además un cristo procesional del siglo XVI. En el ábside se conservan las tumbas de Fernán González y de las infantas doña Sancha de Pamplona y las dos Urracas, García -primera abadesa de Covarrubias-, y Urraca Fernández, hija del buen conde. La música tiene también su espacio en este templo, que tiene unos de los mejores órganos de la diócesis burgalesa y en el que ha tocado prestigiosos organistas, de la talla de Chapelet o Patxi García Garmilla.

Covarrubias no es villa de una sola iglesia y para demostrarlo ahí está la de Santo Tomás o Tomé, que dicen los feligreses. No tiene la grandiosidad de la colegiata, pero este templo construido en el siglo XII tiene media docena de bellos retablos y una destacada escalera plateresca y su pila bautismal románica. Además tiene un magnífico órgano. Hay otros elementos que son referencia de ese fervor popular, como es ese crucero y ornacina con la imagen de la Virgen de las Cerezas -la talla restaurada y con los frutos adicionados por Lomillo se muestra en el museo de la excolegiata- que está junto al arco del Archivo del Adelantamiento. Un segundo crucero se puede admirar frente al torreón de Fernán González y ese característico rollo de justicia -también picota de reos-, está en el barrio del Arrabal, antigua aljama fuera de los muros de la villa, al que se llega atravesando el puente medieval.

Vigía pétreo. La estratégica ubicación de la villa, ese cruce de caminos en pleno valle del Arlanza, hizo de Covarrubias llave defensiva del valle del Arlanza. Para evidenciarlo nada mejor que acercarse al torreón de Fernán González o de doña Urraca, pues cuenta la leyenda que entre sus cuatro paredes la encerró su padre para hacerla desistir de sus amoríos con un pastor. Esta construcción defensiva del siglo X pegada a la antigua muralla y de diseño piramidal truncada para hacerla inexpugnable, se erigió sobre otra romana y visigótica. Es el único edificio que se salvó del incendio que arrasó el palacio del Infantado. El humo marca aún sus piedras.

La visita a este baluarte medieval, recuperado y puesto en valor turístico y cultural como museo por sus propietarios, es una experiencia singular, donde se dan la mano gesta y leyenda. El patio acoge ahora una de las mayores exposiciones sobre armas de asedio no solo de España sino también de Europa, que enseñan a los visitantes con todo lujo de detalles sus promotores. Lo mismo ocurre con las colecciones de estandartes, armeros e impedimentas bélicas. La colosal fortificación abre todo un mundo de sensaciones según se ascienden por unas estrechas y empinadas escaleras. Las vistas panorámicas desde la alturas son magníficas. También desde los montes que circundan esta villa que fue cuna de Castilla.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 13 de junio de 2020.