Tragedia en la pirámide

R. PÉREZ BARREDO
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Hace ahora 50 años, un autocar con viajeros italianos que habían honrado a sus compatriotas enterrados en el mausoleo del Escudo sufrió un accidente. El saldo: doce muertos y veintitrés heridos. Poco después, el Gobierno italiano repatrió los restos

Mausoleo en forma de pirámide en el puerto del Escudo. - Foto: Jesús J. Matí­as

La pirámide sigue ahí, en lo más alto, como un objeto extraño en un paraje de tanta belleza. Rodeada de pastos, desde tan singular construcción, dominada por la M de Mussolini que hace de pórtico de acceso a la cripta, se ve, del lado burgalés, el pantano de Arija; del otro, el descenso del endiablado Puerto del Escudo que se adentra en tierras cántabras. El mausoleo en memoria de los legionarios italianos muertos en esa zona del frente del Norte durante la Guerra Civil española fue inaugurado en agosto de 1939 siguiendo los cánones de la arquitectura fascista. Desde entonces, cada año, italianos supervivientes de aquella contienda y familiares de los caídos viajaban hasta ese lugar para rendir homenaje a sus muertos: hasta 384 cadáveres hubo inhumados en los nichos del monumento mortuorio.

Todos los años, hasta 1975 en que el Gobierno transalpino decidió exhumarlos y repatriarlos a Italia en cajas de cinc, si bien algunos (los menos) se quedaron en tierras españolas, concretamente en la Torre-Osario de San Antonio de Zaragoza, el mayor cementerio de italianos muertos en la contienda española. El motivo de esa decisión fue una tragedia, acaecida en 1971. Exactamente en el mes de mayo. De ella se cumplen ahora cincuenta años. Era el atarcecer del día 19 cuando medio centenar de exlegionarios y de familiares de combatientes muertos en la guerra española, que viajaban en un autocar del ejército español, rindieron tributo a la memoria de los suyos realizando una ofrenda floral y rezando en el escalonado camposanto piramidal.

Ya con las primeras luces de la noche continuaron su viaje, con destino final en Santander, desde donde partirían al día siguiente de regreso a su país. Algo sucedió en el descenso. Las fuentes oficiales hablaron de un fallo en los frenos del autobús. Lo cierto es que el vehículo se salió de la angosta carretera para despeñarse sin remisión. En la memoria de los más mayores de los pueblos del entorno no se ha olvidado aquel suceso. De Luena, en Cantabria, a Cabañas de Virtus, en Burgos, los vecinos fueron alertados, acercándose muchos de ellos al lugar del siniestro para tratar de auxiliar a los desgraciados viajeros. Fueron momentos de gran confusión, porque a la oscuridad de la noche se añadió una densa niebla que complicó las tareas de rescate, que fueron de lo más penosas.

La crónicas de la época cubrieron con profusión de datos el accidente. He aquí un pasaje de Diario de Burgos: "Es paradójico que a escasa distancia de donde muchos de los que viajaban en autobús, cuando figuraban en las filas de la famosa ‘Legión Litorio’ en plena Guerra de Liberación (sic) española, salvaron su vida, hoy, de una forma inesperada para ellos, en la que ni remotamente podía pensar, han perdido la vida y otros sufren heridas que les harán recordar el lugar no precisamente por la guerra, sino porque en circunstancias adversas también hna estado a punto de morir". El saldo fue escalofriante: doce fallecidos y 23 heridos de diversa gravedad. Y una enorme conmoción en Italia. Días más tardes, los cadáveres fueron repatriados en avióna Turín, que fue también el destino de los supervivientes una vez se recuperaron de sus heridas.

En el olvido. Aquel terrible accidente provocó la caída en el olvido del ‘Valle de los Caídos’ de los italianos. Aunque permanece en tierras burgalesas, en el punto más alto, se encuentra profundamente deteriorada, especialmente en su interior, donde ha sido objeto de un feroz vandalismo. Al ser una estructura circular, el interior parece un palomar. Quedan restos rotos de lápidas, suciedad, un cirio, la leyeda Presente, presente, presente, escrita en el dintel, destrozos de todo tipo. Dos peligrosos accesos al sótano de la pirámide, a lo más profundo de la cripta, se abren en el suelo, a ambos lados; permanecen, herrumbrosas, las escalerillas por las que se puede bajar. Al fondo, más escombros. El historiador José Miguel Muñoz Jiménez, que ha profundizado en su historia, asegura que el autor de esta construcción fue "un inédito arquitecto, escultor y grabador de origen dálmata afincado en Milán llamado Attilio Radic (1898-1967)", siendo el realizador material de la pirámide "un bizarro capellán militar, el fraile Pietro Bergamini di Varza, también dotado de destreza artística, que un poco orgullosamente se atribuye después todo el mérito del conjunto funerario. Con todo, se podría concluir que el mausoleo de El Escudo fue una obra conjunta del arquitecto milanés y del excelente pintor capuchino".

Desde el punto de vista simbólico y estilísitico, abunda Muñoz Jiménez "la disposición escalonada, que busca la variedad en los puntos de vista de la pirámide, debe responder directamente a requerimientos propios de la arquitectura art decó, tan cubista en su facetado, en que se encuadra estilísticamente este edificio funerario. Rasgos futuristas, metafísicos, expresionistas y brutalistas, y lógicamente de la política de exaltación fascista, se funden además en este mausoleo único, tan exótico en su origen y concepción (...) El osario de El Escudo, en sus dimensiones modestas, enlaza con los grandes sacrari italianos de entreguerras, al tiempo que por su carácter pionero es el inicio de la veta utópica que caracterizó a la arquitectura franquista del periodo de la Autarquía".

El conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano y yerno de Mussolini, visitó el mausoleo en el verano 1939. Se sintió gratamente satisfecho, al punto que ordenó que fuera recubierto de mármol, algo que finalmente no se produjo. El proyecto inicial también contemplaba que la pirámide fuera remata en su pico por una estatua, una suerte de un guerrero armado con lanza y escudo. Tampoco se concretó ese detalle.