"Nada es comparable al contacto humano de ejercer medicina"

HÉCTOR JIMÉNEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José María Arribas Andrés es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Felizmente jubilado, ahora pasa los inviernos entre Burgos y Sedano mientras los otoños y las primaveras las disfruta en Almuñécar (Granada). - Foto: Patricia

No se dejen engañar por la Wikipedia. Aunque lo diga la enciclopedia libre y así lo encuentren ustedes tras una búsqueda rápida en internet, el José María Arribas de estas páginas no es el secretario general de la Asamblea de Madrid. Le han confundido con otro señor que se llama igual, y no es la primera vez que le pasa porque ya le ocurría con el expresidente de Caja de Burgos. Así que dejemos claro que su segundo apellido es Andrés.

Este burgalés de 1956, nacido en el barrio de San Pedro y San Felices aunque pronto mudado a la calle Salas, fue primero médico por vocación (el último que residió en Vilviestre del Pinar) y después gestor público. Atendió pacientes en el mundo rural, encabezó la Gerencia de Servicios Sociales, se convirtió en director general de Salud Pública y llegó a ser subdelegado del Gobierno en Burgos. Siempre de la mano del Partido Popular.

Ahora está felizmente jubilado, goza de su retiro entre Sedano, Burgos capital y Almuñécar y repasa con su habitual calma y templanza una trayectoria en la que no falta incluso una experiencia en la Armada. Nada menos que como doctor en una flotilla de submarinos.

Dice el DNI de Arribas Andrés que su fecha de venida al mundo es el 11 de abril. Y eso que su madre apuntó en la partida de nacimiento que había sido el 10. "Si lo sabré yo", apostillaba la mujer según recuerda ahora su vástago.

Fue el segundo hijo (su hermana Marisol es tres años mayor que él) de un militar ceutí que trabajaba en el Servicio Militar de Construcciones. Pasó su infancia y su adolescencia en la calle Salas, entre el colegio Padre Manjón donde estudiaba y la calle Madrid, muy cerca del por entonces incipiente taller de José Antolín. Y posteriormente pasó a Jesuitas, donde fue compañero de clase durante el bachillerato de un chaval llamado Juan Vicente Herrera, que tiempo después tendría una influencia importante en su vida.

Dice que estudió medicina "porque me atraían los personajes médicos de las películas". Cita de hecho a Gary Cooper, al que puede darle las gracias por haber contribuido a una vocación que le llevó a la Universidad de Valladolid. Allí en 1973 participó en las asambleas estudiantiles durante unos momentos especialmente convulsos. El régimen de Franco llegó a cerrar las facultades en el mes de febrero y los compañeros de promoción todavía hoy se reúnen, en el segundo mes del año, para celebrar con una cena aquel acontecimiento que les dejó marcados y les proporcionó unas inesperadas vacaciones.

Licenciado como especialista de Medicina de Familia y Comunitaria, su primer trabajo fue en el ambulatorio de Gamonal Antigua hasta que en 1980 se marchó al Valle de Losa. Pero pronto llegaría el primer paréntesis.

"A mi padre, por ser militar, siempre le hizo mucha ilusión que yo pudiera entrar en el ejército y me preparé las oposiciones para el Cuerpo de Médicos de la Armada", explica José María. "El 10 de enero de 1981 ingresé como alférez en la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra) y estuve durante seis meses". Durante esos meses tuvo que superar también un curso de salvamento y socorrismo que incluía entre otras pruebas nadar 1.500 metros con bañador o 100 vestido con el uniforme y los zapatos puestos. De aquella le quedó un gusto por la natación que hoy sigue practicando, tanto en piscina como en aguas abiertas.

Quedó el sexto de su promoción y su primer destino militar fue Cartagena, nada menos que en la base de submarinos. Allí llegó como teniente médico. Se suponía que era un destino tranquilo, que no tenía que navegar durante meses como les ocurría a los de las fragatas o las corbetas, pero para su sorpresa al poco de llegar les mandaron de maniobras al Golfo de León. Se pasó tres semanas bajo el agua, salvo los días de permiso que desembarcaban en Francia, a bordo del submarino 'S-35 Narciso Monturiol', tratando luxaciones, achaques y fiebres de la marinería.

En Cartagena se pasó dos años y allí se mudó su mujer, tras casarse ambos en Covarrubias. Para ella, que se formó como auxiliar de geriatría, solo tiene buenas palabras nuestro protagonista por su "dedicación y entrega a la atención de la casa y al cuidado y educación de nuestras hijas, sin cuyo apoyo hubiese sido imposible desarrollar toda mi actividad profesional". La aventura de la Armada acabó con una petición de paso a retiro a petición propia. De nuevo por oposición, Arribas consiguió entrar en el Cuerpo Nacional de Médicos Titulares. Y le tocó la localidad serrana de Vilviestre del Pinar.

El último de Vilviestre. "Yo fui el último médico de Vilviestre, entendiendo como tal el último que tuvo casa allí. Entonces era un pueblo lleno de vida, con muchos más habitantes que ahora. Tenía Farmacia, tenía carnicería, pescadería, dos panaderías"... y muchas historias humanas que le tocó vivir. Aquello era el verdadero sentido de la vocación que le llevó a ser médico porque, asegura, "no hay nada comparable al contacto humano que te proporciona la medicina en un entorno rural". Había un compromiso con las personas, desde los niños a los que atendía en sus dolencias pediátricas hasta los ancianos a los que veía cumplir el ciclo de la vida procurando los mejores cuidados posibles. "En la facultad te enseñan a tratar enfermedades pero luego en la realidad hay que tratar personas. Y se dice que llega un momento en el que precisamente no hay enfermedades sino personas, porque un mismo problema cada uno lo lleva de una manera, cada cual reacciona de forma distinta. Y eso en un pueblo es distinto porque hay un mayor arropamiento".

También la labor del doctor era muy diferente a la que hoy en día puede desarrollarse en los centros de salud. "Era muy gratificante todo aquello, aunque también tenías que organizarte el trabajo a tu manera. Siempre debía dejar dicho a dónde iba por si tenían que ir a buscarme. Cuando me iba a dar un paseo, cuando me marchaba al pueblo de al lado... igual tenías que ir a una casa a las 3 de la mañana y al día siguiente no empezabas la consulta hasta las 10".

Dieciocho años en Vilviestre dieron para mucho, también para que llegaran dos niñas a la vida de la familia Arribas, hasta que José María fue elegido presidente del Sindicato de Médicos y empezó a repartir su tiempo entre el pueblo y la ciudad. En 1993, su antiguo compañero de pupitre Juan Vicente Herrera, que se convertía entonces en presidente del PP de Burgos, le pide que sea el secretario provincial y aquello resulta incompatible con la labor sindical.

Es entonces cuando se convierte en gerente de Servicios Sociales. "Las labores de gestión fueron también una etapa ilusionante. Me había formado con diplomaturas en salud pública, dirección y gestión de recursos humanos y de servicios sociosanitarios y recuerdo esa época también con mucho cariño".

Le tocó organizar cuestiones tan variopintas como las actividades del Año Europeo de las Personas con Discapacidad, la reubicación de un grupo de ancianos cuando cerró la residencia en la que vivían o garantizar la tutela de una menor a la que abandonaron en un club de alterne de Pancorbo. Hasta que en 2003 su labor de gestión profundizó un nivel más al convertirse en director general de Salud Pública de la Junta de Castilla y León, de la mano del entonces consejero César Antón.

Iba y venía a diario a Valladolid y describe esa etapa como de una notable dureza y exigencia personal y profesional: "en los cuatros de aquel mandato creo que tuve ocho semanas de vacaciones en total". Y entre otras crisis le tocó abordar la de las antenas de telefonía móvil del colegio García Quintana, de Valladolid, donde la aparición de varios casos de cáncer generó una enorme alarma social. Al menos, como parte buena, pudo disfrutar con el impulso de varios proyectos entre los que cita el Centro en Red de Terapia Celular y Medicina Regenerativa, el Banco Nacional de ADN en Salamanca o la Red Centinela de Vigilancia Epidemiológica.

Solo estuvo una legislatura. Y en un nuevo giro a su intermitente entrada y salida de la política, volvió a ejercer la medicina. Esta vez fue en el centro de salud Burgos Rural Norte, atendiendo a los pacientes del Valle de las Navas (que incluye las localidades de Rioseras, Riocerezo, Robredo-Temiño, Tobes y Rahedo, Melgosa y Celada de la Torre). Tuvo que llevar a cabo un reciclaje en el que cita como tutor a Juan Francisco Lorenzo, y de nuevo cinco años después regresó a las responsabilidades públicas.

Los disturbios de Gamonal. Esta vez le tocó ser subdelegado del Gobierno, "un puesto muy complicado, especialmente en esta provincia tan grande y tan diversa". Le dieron muchos disgustos los retrasos de las infraestructuras (ya por entonces el AVE empezaba a incumplir los plazos de forma evidente) y quedó impactado con el dramático incendio de una casa rural en Tordómar en el que perdieron la vida seis miembros de una misma familia.

Otro de sus mayores dolores de cabeza fueron los disturbios de Gamonal contra la remodelación de la calle Vitoria. El Ayuntamiento tuvo que renunciar al proyecto y hubo compañeros de su propio partido que, de forma más o menos velada, criticaron la actuación poco contundente, por decirlo de forma suave, de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

Arribas se defiende argumentando que "siempre tomamos las decisiones tratando de aplicar las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Mi gran preocupación es que no hubiera daños personales, ni por supuesto heridos graves o incluso fallecidos, ni entre los policías ni entre los manifestantes. Porque la Subdelegación no debe velar ni a favor ni en contra de unas protestas, sino por la seguridad de todos".

Superados aquellos tiempos convulsos, regresó a la sección de Sanidad como técnico, donde pasó sus últimos años en activo hasta que se jubiló en octubre de 2020. Desde entonces vive tranquilo. En primavera y otoño en Granada. El resto del año entre su casa de piedra de Sedano, donde disfruta con su perrita de raza westy, practica el senderismo y la lectura. "Siempre me llamó la filosofía de vida del señor Cayo", confiesa Arribas.

Al Burgos de hoy en día lo contempla con optimismo en cuanto a sus posibilidades industriales y turísticas pero también con nostalgia "por la vitalidad que había en todo el centro, en la calle San Pablo, la calle Madrid, el Espolón, la plaza Vega... ahora da pena ver tantos locales vacíos", remata. Y lo dice con una media sonrisa, con su tono de voz siempre pausado y la templanza de un hombre fundamentalmente tranquilo.