Una tele que ya no es la tele

Ignacio Moreno
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El realizador andaluz Alberto Rodríguez, ganador de tres Goyas, dirige los dos primeros episodios de la segunda temporada de 'La peste', una de las grandes ficciones de Movistar

Empecé en la tele, de la tele pasé al cine, y he vuelto a una cosa que ya no es la tele». Así de tajante se muestra Alberto Rodríguez resumiendo en pocas palabras su trayectoria. Sus primeros pasos en el mundo audiovisual fueron en Canal Sur, como ayudante de realización. Tras seis años, pasó al cine, y después de siete películas que le han dado tres Goyas (dos como guionista y uno como director) y le han colocado como uno de los cineastas de más éxito de nuestro país, volvió en 2018 a una tele que «no es la misma de antes». La introducción de la tecnología digital y los nuevos operadores han cambiado el paradigma: «Ahora se consume por demanda. Hace 10 años pensar en algo así hubiera sido imposible. Creo que ya ni siquiera deberíamos llamarlo teleespectador». El artífice de esta vuelta a la pequeña pantalla fue La peste, la gran apuesta de creación propia de Movistar+. Una serie que contó con un presupuesto inaudito (10 millones de euros, récord histórico en la televisión de nuestro país) y que consiguió el aplauso de crítica y público. Una gran acogida que, sin embargo, no fue del todo unánime: «Hubo gente que dijo que el sonido no estaba bien, que no se entendía, igual que hubo una crítica general a la imagen, que era demasiado oscura».

En las redes hubo de todo: quien aseguraba que no se veía o que los actores no vocalizaban, quienes criticaban el acento andaluz, e incluso quienes pedían subtítulos. Alberto entona un pequeño mea culpa, debido a ese «cambio de paradigma » que ha supuesto la introducción de determinadas tecnologías en el campo audiovisual. «En la primera temporada nosotros pensábamos que el que lo fuera a ver lo iba a hacer en las mejores condiciones, en un televisor en el salón de su casa, con luz tenue, con un sonido perfecto… y realmente la gente consume las series como quiere. Hay que tener en cuenta que hay teléfonos, iPads, que lo ve en el metro, que se termina escuchando con cascos».

Sin embargo, esa oscuridad forma parte de la personalidad propia de la serie, como si se tratase de un personaje más. Si en la primera temporada la peste no era solo una epidemia, sino también una metáfora de la corrupción y el poder, en esta segunda, en la que dirige los dos primeros episodios, tiene que ver «con esa especie de omertá, el código de silencio que se establece dentro de la garduña», el hampa de aquella época que, según la leyenda, surgió de los bajos fondos de Sevilla y llegó a exportarse al exterior. De hecho, hay quien asegura que está en el origen de la mafia italiana. «Es casi algo mítico. Hay muy pocos datos que constaten la existencia de la garduña. Lo que sí está constatado es que hay una especie de crimen organizado. El propio Cervantes lo describe en Rinconete y Cortadillo, a menor escala».
En la ficción vemos una continua lucha por el poder. Por un lado, el poder civil, representado por el Cabildo y el comisionado del Rey en la ciudad, y por otro, «todo lo que se mueve en la sombra». «Me contaba alguien que la garduña es como un animal, que se mete en los corrales, mata a las gallinas y a algunas las mata solo por placer».

 

Una ciudad oscura

Se muestra una Sevilla siniestra, violenta y nocturna. «Bueno, oscura y violenta cuando tiene que ver con la mafia y con la noche. Por la noche la gente dormía, el que estaba en la calle estaba haciendo algo malo casi seguro ».

Sin embargo, apenas aparece en la serie la grandiosidad que la llevó a ser la gran capital europea de la época. «Es verdad que nos falta la Sevilla más luminosa. Sevilla era una ciudad balanceada continuamente entre el oro y el barro, que es lo que a nosotros nos parecía más interesante. Era la ciudad más rica de Occidente, y al mismo tiempo había picos de pobreza en lo que la gente no podía comprar el pan, un alimento tan básico como ese, por culpa de la inflación».

Una recreación detallista y minuciosa, en la que cada detalle está avalado por una meticulosa investigación histórica y un trabajo artesanal. «Prácticamente cada objeto ha sido creado. Hemos tenido ceramistas, herreros, pintores... que han estado fabricando buena parte e los objetos que aparecen en la serie ». Esto elimina críticas que se hicieron a la primera temporada: la de presentar una ciudad excesivamente sucia y desamparada.

«La gente tiene una visión de la historia edulcorada y pasada por el filtro de muchas películas históricas, en la que si te fijas bien puedes ver que el vestido se lo acaban de traer planchado, y hay alguien en mitad de una batalla y no tiene mácula, no está manchado, no suda siquiera». Sin embargo, desde los primeros compases de la producción, «la idea era ser bastante fiel a la historia, y de hecho buena parte de las felicitaciones que hemos tenido vienen de los historiadores».

«Creo que era Montaigne, un filósofo y escritor francés del Renacimiento, quien decía que las ciudades más bonitas del mundo eran tres: París, Venecia y Sevilla. Y que la más grandiosa era la que peor olía, Sevilla», apostilla Rodríguez. Sin embargo, esa oscuridad forma parte de la personalidad propia de la serie, como si se tratase de un personaje más. Si en la primera temporada la peste no era solo una epidemia, sino también una metáfora de la corrupción y el poder, en esta segunda, en la que dirige los dos primeros episodios, tiene que ver «con esa especie de omertá, el código de silencio que se establece dentro de la garduña», el hampa de aquella época que, según la leyenda, surgió de los bajos fondos de Sevilla y llegó a exportarse al exterior. De hecho, hay quien asegura que está en el origen de la mafia italiana. «Es casi algo mítico. Hay muy pocos datos que constaten la existencia de la garduña. Lo que sí está constatado es que hay una especie de crimen organizado. El propio Cervantes lo describe en Rinconete y Cortadillo, a menor escala».