Del amor por la música a ¿y si organizamos aquí un festival?

I.M.L.
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Susana Vicario, 'Madrina' de Sonorama, abre el baúl de los recuerdos para rememorar aquel inicio incierto pero cargado de positividad juvenil

Susana quiso guardar el recuerdo de este retrato con el escenario del 20 aniversario. - Foto: Paco Santamaría

Cinco días de conciertos, más de 150 grupos en cartel, más de 100.000 asistentes, 4 millones de euros de presupuesto, 11 millones de impacto económico en la comarca. Estas son las grandes cifras que definen hoy en día Sonorama Ribera, que distan un abismo de las de sus inicios, cuando el germen de lo que ahora es uno de los mayores festivales del panorama nacional fue una tienda de discos que abría en una ciudad de pequeño tamaño en plena Castilla.

«Abrimos en octubre de 1997, aunque no estoy segura, tendría que mirar los papeles, que todavía los tengo por ahí», hace memoria Susana Vicario. Ella fue, junto a Javier Ajenjo, la joven que hace más de un cuarto de siglo quiso «darle un aire diferente a lo que era la música aquí», en Aranda de Duero. «Nosotros nos íbamos a la FNAC a Madrid a escuchar música y queríamos una tienda igual pero en chiquitina aquí; es más, poníamos a la gente los discos para que los escuchara antes de comprarlos», explica la filosofía de aquel negocio incipiente, que bautizaron como Planeta Sonoro. «Yo he sido siempre fan de Los Planetas, de ahí el Planeta. Y el tema sonoro, era obvio, era todo acorde», justifica el nombre que le pusieron a la tienda.

Pero ese Planeta Sonoro no acabó de despegar, las cuentas no salían en un sector complicado en Aranda. «Era hacer algo diferente pero era complicado, hacía falta un desembolso económico fuerte y, además, aquí había ya dos tiendas fuertes. Era probar algo diferente que no terminó de arrancar», reconoce Susana, aunque hicieron todo lo que estaba en sus manos para sacarlo adelante. «La juventud te hace pensar que todo va a ir bien, nos tiramos a la piscina pero pensábamos en positivo, hacíamos incluso una revista que montábamos nosotros en casa con el ordenador con el último disco de Los Enemigos, Los Planetas ha sacado un single, hablábamos de grupos que empezaban entonces a sonar, como Mercromina, que estábamos siempre encima de ellos. Luego ves que por mucho que hagas, la cosa no va», comparte Susana echando la vista atrás.

Antes del primigenio Sonorama, Javier y Susana organizaron un primer concierto «en El Particular, lo que es ahora el 51 del Sol, que también salió malamente» y, en vez de tirar la toalla, decidieron subir la apuesta. «Mientras, nos escapábamos a festivales como el Espárrago Rock y FestiMad, y pensamos que nos podría servir hacer algo parecido para sacar adelante la tienda, además de hacer algo que nos mola», explica de dónde sacaron la idea.

¿Y el nombre? Hay distintas versiones, pero la suya parte también de un viaje en busca de música diferente. «Yo recuerdo que íbamos por Madrid y vimos una tienda que se llamaba Cinerama, alguien soltó Sonorama casi de broma, y mezclamos lo de sono por sonoro y el -rama», rememora Susana.

En torno al proyecto se juntaron dos cuadrillas de amigos, comandadas por Javier Ajenjo y Susana Vicario, con edades en torno a los 20 años y empezaron a dar forma a esta aventura. «Llamábamos a uno para que nos alquilase el generador, pero no sabíamos ni cómo enchufarlo, cómo hacíamos lo de las taquillas, los carteles eran cartones pintados con rotulador,… todo así. Algo como la verbena de las fiestas del pueblo con la barra de los quintos», define Susana, para un cartel formado por Dr. Explosion, Chucho y Mercromina. Pero la ilusión que llenaba de electricidad todos los preparativos no se vio refrendada por el público. 300 asistentes, tirando por lo alto, no se puede calificar de éxito y agrandó el agujero económico del proyecto.

Lo que sí produjo fue una reacción positivista en el medio centenar de jóvenes que se juntaron para organizar aquel Sonorama inicial. «La falta de público no nos desanimó, al contrario, nos animó para hacerlo mejor otro año. El fracaso te hace levantarte, como el ave fénix, tiras casi por cabezonería. Lo que nos marcó fue la experiencia entre toda la cuadrilla de personas que estuvimos allí, te hace sentir algo diferente, parte de algo muy importante», remarca Susana que, «al día siguiente lloraba de emoción por los que estábamos allí, no por las pérdidas, me encantaría volver al día anterior por la mañana». El poso sentimental que dejaron aquellos momentos en esta madrina del festival siguen muy vivos. «Estábamos emocionados, era como cuando vas a comprarte tu primer coche o tu casa, algo que llevas mucho tiempo deseando. Desde que nos dieron las camisetas bordadas con el muñeco que dibujó una amiga, cada vez que nos llegaba un papelito nos emocionábamos,... era como el cachorrito que empiezas a cuidar desde cero», pone como ejemplo para verbalizar un sentimiento.

Ellos, Javier y Susana, y su equipo de amigos/colaboradores, tenían claro que la música y Sonorama eran un instrumento para «dar otro toque a la cultura musical, una nueva cara a la gente de Aranda y la comarca, dar a conocer Aranda y aportar algo a la economía local», objetivos que luego se resumirían en el lema de «conquistar la ciudad con la imaginación». Y ahora, con el poso que deja el paso de los años, esa guerra pacífica la han ganado los sonorámicos, brindando con Ribera del Duero y celebrando la música y la amistad. Encadenando la organización de un festival con el siguiente y luchando siempre por superarse, por seguir dando lo mejor, porque durante cuatro días la música invada cada rincón de Aranda.