El tesoro escondido de Ojo Guareña

R. PÉREZ BARREDO
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El complejo kárstico tiene registros pictóricos desde el Paleolítico (13.000 años) hasta la Alta Edad Media (1.000 años). Los investigadores Ana Isabel Ortega y Marcos García están analizando estas maravillas

El tesoro escondido de Ojo Guareña - Foto: Alberto Rodrigo

La cavidad es tan imponente y sobrecogedora que hasta las gotas constantes del agua que lleva millones de años filtrándose con cadencia armoniosa y obsesiva contribuye a una sensación de íntimo recogimiento, de hallarse en un lugar especial, en un espacio mágico y telúrico. Quizás por eso lo llamen santuario. En las entrañas de Ojo Guareña el tiempo se detuvo hace demasiado tiempo, quizás en el momento en el que uno de los muchos hombres que exploraron y habitaron sus galerías desde el Paleolítico Superior hasta la Alta Edad Media decidió dibujar en una de sus paredes, con carbón vegetal, una cruz, acaso para conjurar todos los símbolos que, en una espectacular gruta varios metros más adelante, hoy conocida como Sala de Pinturas, debieron parecerle paganas, acaso relacionadas con algún rito atávico vinculado con la idolatría a otros dioses. O, quizás, para eternizar, de la misma forma que hicieron aquellos mucho antes, su muesca, su huella en un espacio que debió parecerle igual de fascinante, con intensa fuerza magnética y, por qué no, espiritual. 

Ojo Guareña es mucho más que uno de los complejos kársticos más espectaculares de España.Es mucho más que las catorce cavidades con más de 110 kilómetros de conductos topografiados distribuidos en seis niveles escalonados. Uno de sus tesoros, quizás el menos conocido, es el arte rupestre. Ana Isabel Ortega (Cenieh) y Marcos García (UCM) llevan varios años inmersos en la datación y estudio de estas representaciones artísticas.Con resultados espectaculares, algunos de los cuales se conocerán en breves fechas procedentes de una de las cavidades menos conocidas del complejo: Sala Keimada. Y que van a confirmar lo que ya han revelado ambos investigadores: no sólo que los dibujos más antiguos tienen 13.000 años, esto es, que pertenecen al final del Paleolítico, sino que estas galerías fueron frecuentadas y 'pintadas' por quienes les sucedieron: hombres y mujeres del Calcolítico, del Neolítico y de la Edad del Bronce hasta llegar al último en la Alta Edad Media, hace 1.000 años, que con el dibujo de la cruz sugiere el intento de 'cristianización' de un lugar que reconocía la presencia de símbolos paganos.

La arqueóloga Ana Isabel Ortega y el espeleólogo Miguel Ángel Martín se mueven por las entrañas de Ojo Guareña como si lo hicieran por las habitaciones de su casa. No en vano, sus galerías son una suerte de segundo hogar: llevan habitándolas más de cuatro décadas. Nada más acceder al interior del complejo kárstico por Cueva Palomera se toma conciencia de la singularidad del lugar: es una cavidad tan espaciosa que sobrecoge. A unos 250 metros se encuentra el acceso a dos de los lugares más mágicos: la Sala Cartón y la Sala de las Pinturas; en la primera, hay paneles de grabados del tipo macarroni, así como otras muescas realizadas con largos palos, según afirman los investigadores; todas son figuras geométricas, destacando los meandriformes, retículas, zigzags, formas envolventes y haces de trazos paralelos. Es en su tramo final, poco antes del acceso al gran santuario, a esa suerte de ábside natural prehistórico que es la Sala de Pinturas, donde se localiza la gran cruz negra, que tiene una datación de 1.000 años. 

La Sala de las Pinturas es la Capilla Sixtina de Ojo Guareña: se ha conservado un impresionante conjunto de pinturas negras: 6 antropomorfos, 28 zoomorfos, 50 triángulos, 5 serpentiformes y algunos signos rectilíneos. Las dataciones han mostrado una sincronía entre zoomorfos, antropomorfos y signos, con fechas calibradas que apuntan a la transición entre el final del Paleolítico Superior y el Epipaleolítico, en los comienzos del Aziliense. A partir de la aplicación del método de datación de Espectrometría de Masas con Aceleradores (AMS), los investigadores han podido corroborar que los dibujos negros de este espectacular santuario se realizaron en la etapa final de los últimos grupos cazadores-recolectores europeos. 

El tesoro escondido de Ojo GuareñaEl tesoro escondido de Ojo Guareña - Foto: Alberto Rodrigo«No obstante, otras dataciones sobre carbones del entorno inmediato han proporcionado fechas calibradas comprendidas en el Neolítico final, Bronce pleno, finales de la Edad del Bronce y, para el cruciforme citado, Alta Edad Media». La datación se ha llevado a cabo a partir de pequeños fragmentos de carbón vegetal vinculados a la iluminación por el interior de la cavidad, bien a modo de teas o a modo de puntos de iluminación en el suelo, y a la realización de dibujos animales y de signos en las paredes, utilizándose el carbón como 'lapicero' para dibujar. Además de Sala Cartón, Sala Keimada y la Sala de Pinturas, otras cavidades de Ojo Guareña atesoran arte rupestre.En la Cueva de Kaite, por ejemplo, hay grabados de cérvidos seminaturalistas, algunos con la cría en el vientre; en la Sala de la Fuente, hay varias figuras humanas esquemáticas, así como otras, si bien predominan los símbolos: zigzags y figuras cerradas y envolventes. Y en la Galería del Chipichondo destaca la figura de un gran bóvido en altorrelieve, así como la única pintura roja que se conserva en Ojo Guareña, una figura geométrica en tinta plana.

Frecuentación y simbolismo. Este estudio, que ha sido financiado por la Junta de Castilla y León a través de una colaboración con la Fundación Atapuerca y con el apoyo de la Diputación de Burgos, reafirma el sincronismo del arte de la Sala de las Pinturas de Ojo Guareña en el final del Paleolítico Superior, «y confirma la frecuentación de visitas a lo largo de la Prehistoria reciente y la Alta Edad Media, mostrando el uso recurrente de un espacio con una simbología previa (paleolítica), en donde la no incorporación de nuevos registros sugiere un respeto y al lugar y la posible apropiación de estas representaciones en su cuerpo cosmológico por lo menos durante la Prehistoria». En este sentido, para los investigadores, la evidencia de que las cuevas decoradas son espacios de uso reiterado «introduce una nueva dimensión de estudio del arte paleolítico centrada en la reutilización del arte posterior a su creación».

Esas visitas constantes y reiteradas de grupos humanos desde el Paleolítico hasta la Alta Edad media implicó, aseguran Ortega y García, la exploración espeleológica del espacio subterráneo incluso siendo necesario recurrir a técnicas de escalada (como tuvo que suceder en Sala Keimada, por ejemplo), «y conllevó la reutilización de símbolos por grupos humanos con una tradición económica y simbólica posterior y diferente. Los últimos grupos llegaron incluso a cristianizar el lugar, marcando los símbolos ahora considerados paganos. La frecuentación y uso con fines simbólicos de las cuevas se documenta a lo largo de toda la Historia, lo que implica la existencia de una conducta humana mantenida en el tiempo que considera las cavidades como lugares simbólicos posiblemente vinculados a acciones espirituales y/o ideológicas. Los registros de la presencia de diferentes grupos humanos en la Sala de las Pinturas a lo largo del tiempo plantea nuevos y viejos retos sobre el uso y la percepción del espacio. Visitas que sugieren respeto por el lugar y sus manifestaciones artísticas, símbolos que conforman en cierto modo la apropiación y transformación del paisaje subterráneo», apostillan.

Novedades en sala keimada. Es uno de los recónditos santuarios de arte rupestre al que se accede desde Cueva Palomera. En próximas fechas, otro estudio de Ortega y García vendrá a confirmar lo que se intuía por la similitud de las figuras allí existentes con las de la Sala de Pinturas: las nuevas dataciones las ubican entre el Paleolítico Superior y el Epipaleolítico, si bien también se ha detectado su frecuentación humana en épocas posteriores, a las que pertenecerían otros grabados y evidencias.