"Planificar la acogida de refugiados ofrece calidad"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Olga Aguilar, coordinadora en Burgos de Accem, la entidad elegida por el Gobierno para canalizar la ayuda a las personas provenientes de Ucrania, analiza cómo está siendo este proceso y cómo es la figura de los refugiados

Olga Aguilar, rodeada de parte del equipo de Accem en Burgos. - Foto: Alberto Rodrigo

Se han cumplido en marzo dos décadas desde que Accem, la organización sin ánimo de lucro, apartidista y aconfesional que trabaja con personas vulnerables y está especializada en refugio e inmigración, se asentara en Burgos. Fue en un pequeño local de la Plaza Doctor López Sáez, como recuerda ahora su coordinadora, la trabajadora social Olga Aguilar (Bilbao, 1970). Las necesidades desde entonces han ido creciendo y el equipo con ellas. Veintiocho profesionales de diferentes disciplinas (Trabajo Social, Educación Social, Integración Social, Psicología Clínica, Educación, Derecho...) y alrededor de treinta voluntarios y voluntarias dan soporte a quienes llegan a Burgos buscando una vida mejor o huyendo de guerras, atropellos y persecuciones. Un trabajo que siempre es muy intenso pero que desde que Rusia invadió Ucrania se ha convertido en frenético, ya que Accem -que gestiona más de 7.000 plazas de acogida en todo el país- ha sido la entidad elegida por el Gobierno central para canalizar y tramitar en la provincia tanto el envío de recursos como la primera acogida de quienes huyen de ese conflicto. Así que en su gran sede de la Avenida de Cantabria -a la que se mudaron en plena pandemia- los teléfonos no paran de sonar.

¿Cómo están ahora, un poco más de un mes después del inicio de la guerra?

Pues seguimos dando respuesta, por un lado, a todas las familias que llegan de manera paulatina a nuestra sede pidiendo alojamiento, manutención o ayuda para entrar en el sistema de acogida nacional y, por otro, llevando a cabo el protocolo de acogida y dando cobertura, en coordinación con el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, a grupos más numerosos que nos deriva esta institución.

Se ha dicho por diferentes vías -el propio ministerio, el Ayuntamiento, la Subdelegación del Gobierno- que hay que apostar por una ayuda organizada a pesar de que esté muy bien la solidaridad de la gente. ¿Se está consiguiendo?

Se han dado pasos muy importantes porque todas las instituciones y las entidades del tercer sector hemos lanzado el mismo mensaje y hemos trabajado al unísono informando a todas las iniciativas solidarias de que el camino correcto para sumar es hacerlo de una forma ordenada y planificada y, sobre todo, muy, muy coordinada, porque esta es la forma de resultar eficaces. No obstante, es cierto que sigue habiendo iniciativas solidarias particulares y que en la medida que hay información de que se van a llevar a cabo intentamos estar pendientes para dar cobertura a quienes llegan.

Imagino que comprenden que la intención es la mejor y que España está volcada en ayudar al pueblo ucraniano...

Por supuesto. Y hay que agradecer y poner un gracias en mayúsculas a toda esta oleada de solidaridad que hemos presenciado porque, sin duda alguna, nace de la buena voluntad. Las personas lo que quieren es ayudar y hay diferentes fórmulas para hacerlo: el voluntariado, que es muy válido, encomiable y apoya y refuerza la labor social que venimos haciendo los profesionales, y otras iniciativas como las que ha habido en diferentes localidades como el Canicross de Salas de los Infantes o un acto solidario que promovió el Ayuntamiento de Belorado al objeto de canalizar esas ayudas a través de Accem para reforzar nuestro trabajo en la acogida a familias y a personas procedentes de Ucrania. Hay otros proyectos también valiosos, porque nacen de la buena voluntad, que consisten en desplazarse a la frontera llevando cosas y trayendo personas. Nuestro mensaje siempre ha ido dirigido a reorientar este tipo de ayudas y canalizarlo a través de las entidades que somos profesionales en la acogida a las personas refugiadas porque entendemos que es la manera de ser mucho más eficaces. Si el pasado sábado pudimos llevar a cabo una acogida de calidad de 74 personas fue porque estaba todo coordinado y planificado.

Explíqueme cómo es una acogida de calidad.

En primer lugar, tienen que estar muy claro los perfiles de las personas y las familias que llegan y tener un diagnóstico social de cada una. Porque detrás de cada caso, además de la dramática situación que supone estar huyendo de una guerra, haber abandonado absolutamente todo y empezar de cero, hay muchas otras circunstancias que hay que tener en cuenta: si hay personas mayores o con diversidad funcional o con enfermedades crónicas o que necesitan un tratamiento, o que tienen problemas de salud mental... Esto es vital, tanto como tener un dispositivo de emergencia para que haya en el hospital preparada la asistencia que necesitan. Cuando llegaron estas personas de las que te hablo estaba todo esto absolutamente preparado. Si no hubiera habido un diagnóstico social o se hubiera hecho desde la improvisación hubiera sido inviable y no se habrían dado respuestas personalizadas y dignas.

Por suerte, según cuenta, así se hizo ese día.

Gracias a un recurso público que el Ayuntamiento ha ofrecido al Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones tenemos en Burgos un espacio digno, con habitaciones compartidas porque no deja de ser una solución de emergencia, pero sumamente digno. Teníamos planificados todos los detalles: cunas, pañales, alimentación infantil, habitaciones sin barreras para personas con problemas de movilidad... Quiero agradecer otra vez, y no me voy a cansar de hacerlo, la buenísima disposición y los gestos generosos de todas las instituciones -con la Junta ha habido una colaboración muy estrecha para la escolarización de los menores- y entidades sociales, que siempre los hay, no solo en este escenario, pero que se ha vuelto a poner de manifiesto. Ha dado igual que fuera sábado o domingo, siempre que se ha pedido algo todo el mundo ha estado ahí. Esto es un valor inmenso que tiene nuestra ciudad y que se ha demostrado en otros momentos como en la llegada de los cayucos en el año 2005. Entonces mucha gente se ofreció como voluntaria para ayudar y aquí sigue con nosotros -siempre incondicionales y en la sombra- y esto es algo que me emociona mucho.

¿Cómo es ese momento en el que quienes huyen de una guerra llegan a un lugar seguro? ¿Cómo son sus reacciones?

Ahí se pone en evidencia la plena humanidad y solo piensas en que esas personas se encuentren lo mejor y más dignamente posible. Es un momento muy especial porque es muy fácil ponerte en su piel. La inmensa mayoría tienen un sentimiento de agradecimiento, se genera una conexión muy gratificante.

Habla de la colaboración de todas las instituciones. ¿Pero había ocurrido en otras ocasiones que la Universidad de Burgos se ofreciera para acoger a estudiantes y profesorado de países en conflictos?

Le estamos sumamente agradecidos a la UBU porque quizás no es tan pública esa solidaridad pero siempre que llegan refugiados de cualquier país tenemos su puerta abierta, hasta el punto de que han acudido a sus clases, a veces no de manera formal porque igual llegaba, por ejemplo, un estudiante de Medicina, que aquí no hay. Siempre han tenido una magnífica predisposición a favorecer estos procesos.

¿Tienen un cálculo aproximado de cuántas personas han llegado de Ucrania desde que comenzó la crisis humanitaria?

Me da un poco de miedo dar cifras porque las acogidas son sumamente dinámicas. De las familias que llegaron el domingo pasado ya hay algunas que han salido de Burgos y otras nuevas han llegado, por lo que los números que se dieron en ese momento ya no son buenos. A día de hoy (el pasado jueves) tenemos 271 plazas de acogida donde no solo están familias ucranianas sino otras procedentes de otros países con conflictos bélicos o donde no se respetan los derechos humanos.

¿Qué es más importante ahora, preparar paquetes de comida para llevar a la frontera polaca o hacer aportaciones económicas a las entidades sociales?

Cualquier cosa que la gente quiera hacer, insisto, que la canalice a través de las entidades sociales porque todo puede ser valioso dependiendo del momento. El de ahora es de pura emergencia y eso significa que la prioridad es la acogida digna, lo que no quiere decir que dentro de tres o cuatro meses podamos necesitar reforzar nuestros roperos o nuestro voluntariado en determinadas acciones. Toda la ayuda que se ofrece es valiosa pero hay que ser paciente y prudente porque ahora igual no es el momento para determinada ayuda pero puede ser que a corto o medio plazo pueda ser súpervaliosa. Ninguna iniciativa que nosotros hemos recogido va a quedar en el olvido.

¿Cómo les ha cambiado el trabajo esta guerra?

Mira, este trabajo nuestro es algo más que un trabajo, aquí la gente no está solo por una nómina. Es la emoción de ayudar a las personas y llegar por las mañanas con la ilusión de aportar, pero no solo a quienes ahora vienen de Ucrania porque no hace ni un año de la huida que hubo en Afganistán tras la llegada de los talibanes e hicimos lo mismo, que anteriormente se había repetido con la gente que huía de Siria. Además de la profesionalidad que tiene nuestro equipo hay una calidad humana y un compromiso inquebrantable con las personas. El otro día, cuando llegó un número importante desde Ucrania estaba ahí el 70% del equipo y el resto estaba pendiente de los otros programas.

¿Qué es una persona refugiada?

Si vamos a la definición que hace la Convención de Ginebra es aquella que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social determinado o con una opinión política se encuentra fuera de su país y no puede o, a causa de esos temores, no quiere acogerse a la protección del mismo. ¿De una manera más coloquial? La que tiene que salir de su país porque su vida está allí en riesgo. Los motivos son muy diversos y a diario vemos a personas que huyen de la guerra o porque son perseguidas por su condición sexual o por su religión o por su posición política. Es importante resaltar que los refugiados pueden ser de cualquier estatus social: hemos tenido desde diplomáticos y gente con un alto nivel adquisitivo y de formación hasta personas que vienen de una aldea muy pobre.

¿El hecho de huir les convierte inmediatamente en refugiados o se adquiere este estatus cuando el país de acogida lo otorga?

El refugiado lo es cuando el país al que llega le da ese estatus y el camino para conseguirlo es muy arduo, por lo que hasta ese momento la persona es solicitante de asilo internacional, decimos 'refugiado' de forma coloquial. A esta petición se le puede contestar afirmativamente, darle otras soluciones o negarle ese estatus, que es el momento en el que se convierte en un inmigrante sin papeles. En los países donde el conflicto armado está presente, a la hora de que el instructor informe un caso y vaya a la Comisión Interministerial de Asilo y Refugio (CIAR)- que es quien resuelve- es mucho más sencillo el proceso que si la persona tiene que demostrar que está siendo perseguida o que ha tenido que huir de su país por su condición sexual, por ejemplo. Para eso, nuestra abogada, nuestra psicóloga y el resto de los profesionales hacen un trabajo muy minucioso fundamentando y argumentando perfectamente cada punto de los expedientes para que sean aprobado por la CIAR porque nunca es suficiente solo con el testimonio de la persona.

¿Con quienes vienen de Ucrania va a haber más facilidades?

Sí, se les va a aplicar la directiva 2001, que es un instrumento sumamente favorecedor cuando hablamos de la situación administrativa de las personas. Es un procedimiento muy ágil y una vez que obtienen cita en la Comisaría, en 24 horas se resuelve y automáticamente obtienen la autorización de residencia y trabajo. Accem, en muchísimas ocasiones, ha incidido en poner en práctica esta directiva porque ante crisis de emergencia lo agiliza todo, sobre todo lo que tiene que ver con la autonomía de las personas, muchas de las cuales tienen grandes habilidades y una vida como la nuestra que se ha roto por la guerra.

¿Por qué nos están importando más que los afganos o los sirios?

Para Accem todas las personas son iguales, no hay gente de primera y de segunda. Somos capaces de dar respuesta a una situación de emergencia humanitaria como es ahora la de Ucrania, sin olvidarnos de las más de cien personas que tenemos acogidas en nuestro distintos dispositivos y que también han huido de conflictos armados y de países donde se han vulnerado sus derechos. Para nosotros son igual de importantes y la intervención a nivel de prestaciones es la misma, no hay diferencias y nunca las va a haber. Esta es nuestra esencia.

¿Cuáles son los lugares de origen de este centenar de personas que viven en Burgos con nosotros?

El año pasado, por ejemplo, atendimos a gente de más de 50 nacionalidades. Ahora mismo tenemos de Mali, Guinea Conakri, Colombia, El Salvador... y hace ya bastantes años que también acogemos a ucranianos, concretamente desde el 2014, cuando la anexión de Crimea a Rusia, hemos acogido a unas 95 procedentes de aquel país.

Me decía que estas personas tenían hasta hace bien poco una vida como la nuestra. ¿Esto nos tiene que hacer pensar que nadie estamos libres de que nos ocurra lo mismo?

Por supuesto. Es muy importante que no se nos olvide que no hace tanto tiempo aquí nos pasó lo mismo. No podemos pensar siempre que son 'los otros' los que tienen estos problemas porque podemos ser nosotros en cualquier momento. Quizás por eso esta guerra ha tocado tan de cerca a la ciudadanía, porque la estamos viendo a las puertas de Europa y nos recuerda que somos nietos o biznietos de gente que vivió una guerra civil y nos hace muy vulnerables pensar que este espacio de confort en el que vivimos se puede ver alterado en cualquier momento.

Accem lleva años pidiendo vías legales, reales y seguras para los refugiados. ¿Qué es esto exactamente?

Pues una condición para evitar que alguien se aproveche de estos dramas humanos para sacar beneficio, significa evitar muertes y que quienes huyen de sus países lo hagan con seguridad, que no caigan en las redes de trata de seres humanos sobre todo las mujeres y las niñas y niños, que en estas circunstancias son muy vulnerables. Se trata de una petición no solo de Accem sino de muchísimas entidades del tercer sector que trabajamos en este ámbito.

¿Una vez que rehacen sus vidas mantienen el contacto con ellas?

Con mucha gente seguimos en contacto a través de los años. Tenemos chicos de Camerún o de Guinea Conakri que siguen llamándonos, a pesar de que estuvieron aquí hace un montón de años, para contarnos cómo les va su vida o simplemente para preguntarnos cómo estamos. A otras familias les perdemos la pista.

¿Se le ha quedado a usted en el corazón alguien en concreto?

Hay alguien que siempre tengo muy presente, un joven de Mali, muy joven, muy joven -probablemente era menor de edad aunque las pruebas óseas no lo terminaron de confirmar- con quien se hizo una acogida muy especial. Materialmente no tenía nada pero nunca se le quitó la sonrisa de la boca y esté donde esté -ahora le va muy bien- siempre se acuerda de nosotros.

¿Qué le provoca los discursos que demonizan a los menores no acompañados?

Malestar -tristeza, sobre todo- y algunas veces, enfado, porque detrás de cada uno de esos niños hay historias durísimas y que salgan adelante y lleven a cabo sus proyectos de vida es de verdadera admiración porque cualquier de nosotros estoy segura de que nos hubiéramos quedado por el camino. Hay una línea tan fina entre coger el camino bueno o el equivocado que siento una gran admiración por ellos y mucha tristeza por quienes no son capaces de tratarles con el respeto y la dignidad que se merecen.