El Burgos secreto de Picasso

R. PÉREZ BARREDO
-

En su último viaje a España, realizado en 1934, el gran genio de la pintura contemporánea, del que se cumple medio siglo de su fallecimiento, visitó de incógnito la Cabeza de Castilla

Pablo Picasso retratado por André Villers. Esta imagen es de 1962, diez años antes de su muerte.

Cuando visitó por última vez España en el final del verano de 1934, aquel genio llamado Pablo Ruiz Picasso era poco menos que el gran tótem del arte contemporáneo, un Dios al que se reverenciaba de París a Nueva York; sin embargo, en su país, del que llevaba años alejado, era apenas un desconocido. Tan es así, que en aquel último viaje a su tierra natal pasó desaparecibido.Y sigue siendo hoy, en el cincuenta aniversario del fallecimiento del artista malagueño, uno de los capítulos más misteriosos de su biografía. Se conocen pocos datos, obtenidos por quienes mejor han indagado en la vida del artista casi a tientas; pero se tiene la absoluta seguridad de que, en aquella visita que hizo acompañado por su esposa Olga Jojlova y su hijo Paulo, el autor de tantas obras maestras del arte contemporáneo estuvo en Burgos.

En aquella década de los años 30 Picasso estaba obsesionado con la figura mítica del minotauro, temática que exprimió de forma obsesiva en aquella etapa: series, grabados, pinturas... El artista era un gran aficionado a los toros, pasión que había heredado de su padre. Desde que se afincara en Francia, lo que Picasso más añoraba de su país de origen precisamente era la fiesta, por eso era habitual verle asistiendo a corridas que se celebraban en Nimes, Arlés y otras plazas francesas. En agosto de 1934, el pintor viajó de incógnito a España -si es que se puede pasar desapercibido al volante de un flamante Hispano-Suiza- para empaparse de toros y visitar lugares que llevaba años queriendo contemplar. Acompañado por su esposa Olga y su hijo Paulo, entró al país por Irún, realizando su primera parada San Sebastián. Allí, invi tado por Giménez Caballero, Picasso asistió a la inauguración de GU, una sociedad cultural y gastronómica impulsada por intelectuales de ideología conservadora. Según los biógrafos del padre del cubismo, en aquel evento conoció Picasso a un joven de mirada reconcentrada y pelo engominado que hacía alarde de refinadas maneras. Era José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española. Al parecer, el pintor le confesó que el único español al que le había oído elogiar su obra había sido a su padre, Miguel Primo de Rivera.Cosas veredes. En cualquier caso, ajeno a las conspiraciones políticas de su país, que ya estaba incubando un odio fratricida, Picasso continuó viaje. Los toros eran su objetivo principal, pero no el único. Así, el siguiente destino del pintor fue Burgos.

Según cuenta el hispanista neerlandés Gijs van Hensbergen en su obra Guernica, el malagueño quería estudiar con detenimiento el Cristo de Burgos que se conserva en una capilla del mismo nombre de la Catedral. 

El viaje lo realizó con la que entonces era su mujer, la bailarina rusa Olga Jojlova (en la imagen) y Paulo, hijo de ambos. El viaje lo realizó con la que entonces era su mujer, la bailarina rusa Olga Jojlova (en la imagen) y Paulo, hijo de ambos.

Había oído hablar de aquella talla en torno a la cual se multiplicaban las leyendas: una figura que sangraba, a la que le crecían las uñas, el pelo... Picasso quería contemplarla, inspirarse. Le resultó «impresionante», en palabras de Rafael Inglada, principal biógrafo del universal artista andaluz. Aunque el viaje es uno de los capítulos más brumosos de la vida de Picasso (apenas existen documentos gráficos de su visita a Burgos, Toledo, El Escorial o a Barcelona) sí quedó probado que vio toros en cada ciudad que visitó; si esto es así, en aquellos días, entre agosto y septiembre, Picasso pudo asistir en el coso de Los Vadillos de Burgos a un festival taurino impulsado con mimo por la Peña Taurina Burgalesa. La corrida, celebrada en 9 de septiembre, contó con la presencia de los diestros Pepe Gallardo, Antonio Posada, el mexicano Jesús Solórzano y Mariano Rodríguez, que torearon bestias del ganadero Manuel Santos. Con todo, resulta imposible confirmar este extremo, y menos aún si hizo noche en Burgos. De haber pernoctado, es muy probable que lo hubiese hecho en el Hotel Infanta Isabel de la plaza de Castilla. Lo cual no hubiera sido sino una cabriola más del destino, ya que ese edificio fue el lugar desde el que, sólo tres años más tarde, pilotos de la Legión Cóndor salieron una mañana rumbo al aeródromo de Gamonal para, desde allí, volar hacia una localidad vizcaína que fue pasto de sus bombas.

El pueblo, ya se sabe, se llamaba Guernica.