Tal vez haya llegado a sus oídos algo de un bofetón que el actor Will Smith propinó al cómico Chris Rock tras hacer un chiste -bastante malo, en mi opinión- sobre la alopecia de la actriz Jada Pinkett, con la que lleva años casado. Quiere sonarme que, entre medias, la Academia de Hollywood entregó algún que otro premio Oscar. Uno de ellos al español Alberto Mielgo por su corto El Limpiaparabrisas. Pero supongo que tampoco importa mucho que hablemos de galardones. 

Me he cansado de leer que la agresión del que a la postre ganó el Oscar a mejor actor empañó la gala. Como si esa fuera la razón por la que ya no se hable prácticamente de unos premios que desde hace años presentan una clara decadencia. Y aquí no vamos a plantear un simposio sobre películas sobrevaloradas, olvidadas y demás debates vacuos sobre el gusto por las obras del séptimo arte, que no deja de ser personal e intransferible. Pero habría que reflexionar si el máximo galardón del cine es un reclamo, o no, para el espectador. 

Atrás quedaron, opino, aquellos años en los que los carteles del cine anunciaban a bombo y platillo a las vencedoras anuales. 'La película de los 8 oscars', rezaba hace más de medio siglo el anuncio de Lo que el viento se llevó en las salas españolas. Las estatuillas eran garantía de éxito, y eso que la Academia ha repetido imperdonables olvidos a lo largo de la historia. No consigo recordar, desde hace una década, ya no las nominadas, para no acotar el catálogo a la opinión mayoritaria de los académicos. Tampoco las grandes triunfadoras. Y tengo la sensación de que no soy el único. Los filmes actuales caen en saco roto mucho antes. Y no sé si es culpa de una sociedad que pasa página demasiado rápido, o porque estamos ante el inicio del crepúsculo de Hollywood.