Adiós a los mejores pinchos de riñón

L.N.
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Tras casi 30 años al frente del bar Perdiguero, Mariángeles y José Luis se jubilan, agradecidos a unos clientes que se han convertido en amigos

Adiós a los mejores pinchos de riñón - Foto: L.N.

José Luis debutó en el mundo de la hostelería con apenas 13 años. Nunca ha estado parado. Tampoco de baja. Pero lo más importante es que ha disfrutado de lo lindo con su oficio. Primero por cuenta ajena y desde el 15 de enero de 1994 al frente del bar Perdiguero, en el barrio arandino de Santa Catalina, mano a mano con su mujer Mariángeles. Ahora, después de 51 años cotizados, encara la jubilación con la satisfacción del deber cumplido. Eso sí, el matrimonio Marlasca Del Río deja 'huérfanos' a una multitud de ribereños que no perdonaban ni un solo fin de semana sin acercarse hasta su establecimiento para disfrutar de sus afamados pinchos de riñón.

El "jefe", como le define Mariángeles, es quien se ha ocupado de su elaboración a lo largo de estas tres décadas. Sin desvelar su secreto, apunta que la clave está en guisar los riñones, que después servía sobre un trozo de pan empapado en la salsa del propio guiso y con una rodaja de huevo cocido. Ni más ni menos. Sencillo a la par que sabroso. A veces la felicidad se esconde en los pequeños detalles. Y este pincho bien puede servir de ejemplo. "Muchísima gente viene, incluso de los pueblos de alrededor, porque dicen que ninguno está igual", comenta un complacido José Luis, quien siempre ha procurado que todas sus elaboraciones quedaran "perfectas y se pudieran comer por los ojos". Vaya si lo ha conseguido. Raro era el fin de semana que no vendía 600 pinchos.

Así que con tal cariño hacia su profesión no es de extrañar que los fieles al bar Perdiguero ya echen de menos a sus dueños. Por supuesto, por su barra de aperitivos, donde tampoco faltaban el bacalao o los huevos rellenos, pero, sobre todo, por la infinidad de momentos que atesoran juntos. Así lo destaca el matrimonio, quienes se muestran especialmente agradecidos a todos sus clientes, muchos ya amigos. Cerraron a mediados de diciembre. El último día invitaron a todo aquel que quiso acompañarles en su despedida detrás de la barra. "Fue muy emotivo. Hubo hasta lágrimas", reconoce Mariángeles.

El camino ha sido intenso. José Luis, natural de Pesquera de Ebro, aterrizó en Aranda en 1980 por motivos laborales. Catorce años después decidió ponerse por su cuenta. Pidieron un crédito y compraron el local, que antes había sido bar pero llevaba un año cerrado. Les costó hacer clientela. Tanto, que como recuerda, "el primer año no entraban ni las moscas". Es más, admite que si lo hubiera alquilado, no habría aguantado. Durante los cuatro primeros años no cerraron ni un día. "No se pudo". Menos mal que ambos forman un buen equipo y el entendimiento ha sido total. "Siempre juntos, salvo para comer, que nos turnábamos", detalla Mariángeles. Así que ahora, después "una paliza tremenda", se disponen a vivir y disfrutar "de la libertad que no hemos tenido nunca". Por si fuera poco, acaban de ser abuelos. No hay mejor guinda.