La mente y el corazón

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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El proyecto Dríada Salud Mental de viviendas tuteladas cumple diez años en la localidad de Arlanzón. Ha creado doce puestos de trabajo y cuida de 24 personas con patología psiquiátrica grave

Las codirectoras de Dríada Salud Mental junto a unos carteles llenos de declaraciones de intenciones. - Foto: Valdivielso

Cuando Ana de Juan y Yolanda Sáez contaron a la gente de su entorno que dejaban su trabajo y se lanzaban a la aventura empresarial, más de uno les dijo que no sabían dónde se metían y hasta hubo quien vaticinó que el batacazo que se iban a dar sería monumental. Su proyecto era -nada menos- poner en marcha unas viviendas tuteladas para personas con enfermedad mental en un medio rural que ya entonces hacía tiempo que galopaba hacia la despoblación. 

Diez años después -abrieron el 2 de julio de 2012 con apenas dos pacientes-  pueden decir muy alto que la apuesta ha salido más que bien, no solo porque han conseguido dar trabajo a doce personas (varias de la zona) sino, sobre todo, porque han hecho que otras 24 con enfermedad mental grave tengan una gran calidad de vida, hecho más que conocido ya dentro el sector y la razón por la cual tienen siempre lista de espera. 

En cinco adosados de la localidad de Arlanzón se encuentra Dríada Salud Mental, un nombre que, según explican las dos socias, hace referencia a las ninfas de los robles de las que la mitología dice que defienden estos árboles a toda costa, algo parecido a lo que Yolanda y Ana hacen con sus usuarios. Una de las casas alberga los servicios generales y los espacios comunes de ocio y en las otras cuatro viven seis personas con diferentes diagnósticos que allí refuerzan sus habilidades sociales -en muchos casos olvidadas, cuando no perdidas-, mejoran sus síntomas y, en definitiva, recuperan una vida que en muchos casos parecía abocada al más completo fracaso.

Betete, con Plumitas, la mascota de la casa. Betete, con Plumitas, la mascota de la casa. - Foto: Valdivielso

Jesús María Gómez Betete es uno de los habitantes de Dríada. Se emociona hasta las lágrimas cuando recuerda en qué situación estaba poco antes de llegar a la casa de Arlanzón, hace ya seis años. «Llevaba mala vida y andaba muy despistado pero desde que estoy aquí me encuentro muy bien y les debo la vida a las monitoras y a las jefas», explica este hombre, que durante mucho tiempo fue el encargado de llevar a hombros a los toreros que triunfaban en la feria de los sampedros. «Seguro que hay muchas fotos mías en el Diario de Burgos», dice. Y sí, alguna hay. Aunque está delicado del corazón y fue operado de un tumor se encuentra bastante bien y, sobre todo, muy feliz: «Aquí somos una auténtica familia». 

Yolanda, que le está escuchando, asiente con la cabeza y añade que tanto sus hijos como los de Ana casi se han criado en este proyecto que ha salvado tantas vidas. Ninguna de las dos era nueva en el sector. Son trabajadoras sociales de formación y cuando se animaron a montar su propio negocio llevaban ya a sus espaldas bastante experiencia con personas con problemas de salud mental y habían hecho un máster sobre dirección y gestión de centros de servicios sociales cuyo proyecto final tenía bastante en común con lo que luego fue Dríada. 

Pero nada de esto hizo que las cosas, a la hora de la verdad, fueran más fáciles. Les costó bastante encontrar el lugar más adecuado donde ubicarse -querían que fuera tranquilo pero que, a la vez, no estuviese demasiado alejado de la capital- así que cuando llegaron a esta promoción, propiedad la Fundación Caja de Burgos en Arlanzón, les pareció que era el sitio perfecto.

Los luminosos retratos de Vicente Antón embellecen las paredes de las viviendas.Los luminosos retratos de Vicente Antón embellecen las paredes de las viviendas. - Foto: Valdivielso

La entidad les dio un préstamo para hacer frente a la compra de dos de las cinco casas y con las otras tres acordaron un alquiler con derecho a compra. Por su parte, Agalsa, la entidad promotora de desarrollo de la Sierra de la Demanda, hizo una aportación al proyecto por un importe de 18.000 euros. Después, su adecentamiento lo hicieron de la manera más 'casera'. Hasta las paredes las pintaron ellas mismas con la ayuda de sus familias. Han sido años de echarle todo su tiempo al proyecto, del que ambas están muy orgullosas. «Solo por el hecho de ver cómo mejoran cuando llegan aquí vale la pena todo el esfuerzo».

El hecho de que el modelo elegido fuera el de viviendas tuteladas no fue casual. Ambas eran conscientes de que en Burgos era necesario un recurso de estas características, porque lo que existía hasta entonces eran pisos de baja supervisión o residencias que no se correspondían con las necesidades que tenían estas personas: «Todas eran destinadas a la tercera edad y las que se podían adecuar a sus necesidades estaban en otras provincias».

Así que Dríada ofreció desde el principio una supervisión de 24 horas al día a la que vez que daba «mucha autonomía» a sus usuarios. Y así siguen. Todos tienen llave para poder entrar y salir y se relacionan mucho con el entorno, un pueblo tranquilísimo donde ya son unos vecinos más, «y un alto porcentaje del censo», bromea Yolanda.

Las patologías más frecuentes que tienen las personas que viven en Dríada son esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión mayor y trastorno obsesivo compulsivo. La casa les ayuda a tener buen adhesión a sus tratamientos y a mejorar los hábitos de vida: «Pretendemos que se sientan acompañados, motivados y válidos a la hora de realizar cualquier actividad de la vida diaria que par algunos son completamente desconocidas porque no las han tenido que hacer nunca».

En todo este tiempo, ha habido usuarios que se han marchado a otros recursos sociales pero también quien ha sido capaz de vivir de forma más autónoma, en concreto hay ocho personas que están en otros tantos pisos con la asistencia personal que Dríada les ofrece a domicilio. 

«La idea del centro es que sea un puente para una vida más autónoma pero no nos engañamos y sabemos que hay gente a la que le va a costar más. De hecho, los tres más veteranos llevan con nosotras desde el principio», explican Ana de Juan y Yolanda Sáez, que recientemente recibieron en Dríada la visita del nuevo jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Burgos, Juan Antonio García Mellado.

MODELO DE CALIDAD DE VIDA. Dentro de la filosofía de la autonomía del paciente, en estas viviendas tuteladas empezaron a implantar el año pasado el denominado 'modelo de calidad de vida' por el que cada uno de los usuarios establece de forma individual cómo quiere vivir, «que es algo que nunca nadie les había preguntado, por lo que muchos ni siquiera tienen claro qué quieren hacer o con qué disfrutan», como señala Ana de Juan. 
Un modelo de calidad de vida tiene en cuenta los gustos y las preferencias de cada persona y los evalúa: «Se trata de valorar que es lo que a cada uno le gusta más y qué le aportaría y, sobre todo, saber y decir cuáles son los objetivos y las metas en la vida de cada uno. A partir de ahí, cuando nos lo han contado a base de encuestas nos hemos puesto a trabajar».

El arte, por ejemplo, es una de las cosas que hace muy felices a varios de los pacientes de Dríada y es fácil comprobarlo, pues la vivienda central está llena de dibujos y manualidades diversas. También el huerto, donde a medida que avanzaba la primavera han ido apareciendo las primeras lechugas y las lombardas asomaban; el asador, donde hacen barbacoas a poco que el tiempo lo permita ya en verano, o la piscina, que tiene una pinta estupenda para darse un chapuzón cuando aprieten los calores y alrededor de la cual pulula Plumitas, la mascota de la casa, una perrita que apareció perdida un día por allí y que tras esperar un tiempo prudente a que apareciera su dueño fue adoptada por esta singular comunidad. No hay mejor símbolo de lo que significa Dríada.