Un verano por la causa saharaui

GADEA G. UBIERNA
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Veinte menores de los campamentos de Tinduf llegaron ayer a Burgos con el programa 'Vacaciones en paz', que llevaba dos años suspendido y ahora ha superado un sinfín de trabas

Hassina abraza y besa a su hermana Fatma, a quien no veía desde hace tres años porque una operación de cadera la retuvo en España durante la pandemia. - Foto: Luis López Araico

«Dar dinero para una causa es lo más fácil, pero yo ahora quería un compromiso tangible, involucrarme más con las necesidades de estos niños», afirmaba ayer Maribel Páez, de Treviño, mientras esperaba la llegada del autobús con los veinte menores saharauis que van a pasar el verano en Burgos, con el programa 'Vacaciones en paz'.

Páez se estrena como acogedora, pero quienes llevan lustros recibiendo a críos nacidos en los campamentos de Tinduf (Argelia) estaban casi tan nerviosos como ella. «Es que la espera ha sido muy larga», explicaban las veteranas, recordando que a los dos años de suspensión del programa por la pandemia, este verano han tenido que añadir las dificultades administrativas que ha provocado «la doble traición» del bloque socialista del Gobierno al avalar la posición de Marruecos con respecto al Sáhara. Tantas, que la llegada se ha retrasado más de dos semanas, a pesar de que la coordinadora del programa en Burgos, Raquel González, viajó a primeros de julio a Argelia con la intención de volver a España con los niños. No pudo. «Fue un viaje para olvidar», remachaba ayer, mientras la coordinadora en Miranda, Marian Rocandio, remachaba sus palabras subrayando que «España tiene una responsabilidad con el pueblo saharaui, al que abandonó hace 47 años. Nosotros sentimos su causa como nuestra y, una vez que traes un verano a un niño y creas ese vínculo, ya forma parte de ti».

Así se demostró una vez que el bus paró frente a la sede del colectivo y empezaron a bajar los pequeños; la mayoría de 7 y 8 años, con una mochila como único equipaje y cara de agotamiento. Su viaje había comenzado casi 24 horas antes y, para buena parte, era la primera salida del campamento. «Yo admiro a sus madres, creo que son muy valientes por dejarlos venir siendo tan pequeños», admitía Sonsoles Solanas, también nueva en el programa y «muy nerviosa».

Quienes han visto las condiciones en las que se vive en los campamentos argelinos, sin embargo, explican que el descanso estival lo motiva la necesidad. «Ojalá no tuvieran que venir, pero allí, ahora, están a 50 grados y con escasez de productos de primera necesidad. Hay mucho raquitismo», apuntaba Rocandio.

El parón obligado por la pandemia ha provocado que casi ninguna de las familias acogedoras conociera de antemano al menor con el que van a convivir hasta primeros de septiembre; solo ha habido tres excepciones motivadas por cuestiones de salud. 

Es el caso de Raquel Martínez de Iturrate, quien pudo volver a abrazar ayer al niño que despidió en 2019, hoy de 14 años y con un asma que le ha facilitado el regreso cuando, por edad, ya no podría. «Hemos mantenido contacto con él estos años, pero no es igual que tenerlo aquí», decía, sin ocultar una emoción que se desbordó con la imagen del día: la de Hassina, de 12 años, abalanzándose sobre su hermana Fatma, de 15 años, y residente en España a causa de una parálisis cerebral que le han tratado aquí. Llevaban tres años sin poder abrazarse. Y, solo por verlas, la larga espera mereció la pena.