No es barrio para viejos

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Con la destrucción, el pasado 6 de julio, de tres de las 25 casas que forman este gueto de familias gitanas ha comenzado su desaparición. Recordamos aquí cómo se formó y quiénes lo habitan

Valentín y Amparo rememoran su vida viendo las fotos que cuelgan en las paredes de su salón. - Foto: Luis López Araico

Son las diez de la mañana y Manuel Hernández, el vecino de más edad de El Encuentro (71 años), y su mujer, Mari Carmen Hernández, de 67, pasean por el barrio, que, en plena canícula, está medio vacío. Algunos han optado por acercarse a ver a familiares que viven en lugares de costa o, como mínimo, que tienen un río cerca. El calor, ya a esas horas, atraviesa las precarias construcciones en las que viven, donde apenas pueden pegar ojo por las noches. Pero la hospitalidad es más fuerte y ambos se avienen a contar su historia en el comedor de casa antes de salir para el hospital donde Manuel está siguiendo un tratamiento.

Ella es de Torrelavega (Cantabria) y llegó a Burgos con apenas 14 años. Sabe lo que es ir de un lado para otro, pues vivió en el espacio en el que se ubicaba la antigua fábrica Flex. También en Castañares y en La Tejera. «En aquellos años éramos muy pobres y yo estaba criando nada menos que a siete hijos. Recuerdo que tenía que ir al río a lavar», explica esta mujer, morena y fuerte, que de vez en cuando compaginó el cuidado de sus criaturas con algún trabajo limpiando casas o recogiendo patatas. Él se desempeñó en la construcción y como peón en las carreteras.

Era tan precaria su existencia en aquella chabola para siete de La Tejera que aún hoy, casi treinta años después, a Mari Carmen se le iluminan los ojos cuando recuerda el día que le dieron la llave de su casa prefabricada en El Encuentro: «¡Ni dormía de la alegría y eso que no teníamos casi muebles! En La Tejera no se podía vivir... Nos comían las ratas», cuenta ante la atenta mirada de la trabajadora social María José Lastra y el responsable del Ayuntamiento, Juan Carlos Poza, que recuerda que allí no se hacían las desratizaciones que en El Encuentro han sido frecuentes: «Entonces se tenía otra forma de ver las cosas», señala.

Reconoce que en este barrio «han estado muy contentos» pero que ahora ya no es lo mismo. Se han producido varios incendios y a ella le da miedo que vuelvan a ocurrir, así que tiene sentimientos ambivalentes: «Me ha dado un poco de pena ver cómo han tirado las primeras casas pero me quiero marchar porque aquí ya no se puede vivir, está todo muy deteriorado y hay mucha gente. Al principio se estaba bien porque cada uno tenía su casa y no había chabolas, ahora estamos todos muy juntos».

La salud es otra de las razones importantes por las que quiere salir de El Encuentro. «Cada vez somos más mayores y tenemos achaques. Yo tengo muchos problemas de circulación y necesito estar en un lugar más cómodo. Además, aquí estamos lejos de todo y tenemos que mover la furgoneta para ir a cualquier parte». La pareja ya tiene adjudicado una vivienda en un primero con ascensor en un barrio lleno de parques servicios y tiendas: «Eso va a ser otra vida».

Manuel y Mari Carmen son primos hermanos y se juntaron por decisión del padre de él, como antes se hacían las cosas: «Lo decidían los padres. Yo era una niña, tenía 13 años, y él 16, y aquí seguimos. Hemos tenido siete hijos, de los que murieron dos, 26 nietos y 19 biznietos. También crié a dos sobrinos, hijos de un hermano, y he tenido su tutela». Todo ha cambiado mucho desde entonces, reconocen. «Yo aprendí a leer y a escribir cuando pusieron una tienda de campaña en La Tejera donde nos enseñaban -señala Manuel- por eso creo que es muy bueno que los niños vayan a la escuela».

Aunque es el mayor del barrio no ha asumido nunca la figura del patriarca, que antes era tan frecuente en el colectivo gitano. «Es muy complicado, yo entiendo perfectamente que no quieran asumir esa responsabilidad -explica María José Lastra- porque todos son familia, descendientes de los dos hermanos originarios, y creen que es mejor no meterse en líos». Mari Carmen asiente y la mira con mucho respeto: «María José es una más para nosotros, confiamos mucho en ella y la queremos muchísimo».

La segunda pareja más veterana de El Encuentro es la formada por Valentín Hernández (69 años), hermano de Manuel, y su mujer, Amparo Dual (66), que también son primos hermanos. Él cuenta que la conoció «entresacando remolachas» y que se fijó en ella porque «era guapa y tenía buen tipo». Al principio, a Amparo no le hizo mucha gracia -«solo tenía 14 años para 15», recuerda-, pero, al final, Valentín se ganó su corazón. Tienen 8 hijos, 33 nietos y 17 biznietos. 

Su vida también fue errante. «Íbamos de pueblo en pueblo haciendo cestas y vendiéndolas, yo trabaja en alguna obra y también vendiendo burros y caballos», rememora Valentín. Hasta que encontró un trabajo fijo en la construcción, en Río Vena, donde trabajó hasta su jubilación. «Él ha sido siempre un gitano muy moderno -dice su mujer- que nunca ha tenido problemas para ayudarme con la crianza de los hijos y con las cosas de la casa».

Valentín y Amparo no son de los que se quieren marchar. Él ha aprovechado que una de las casas derribadas estaba junto a la suya para colocar en el espacio que ha quedado libre una mesa y varias sillas de camping: «Aquí estamos muy a gusto y rodeados de familia, sales de casa y ves a unos y a otros. A mí si me faltan mis hijos y mis nietos, me muero», afirma ella.

Durante lo peor de la pandemia, en El Encuentro, como en el resto de la ciudad, el cuidado de los mayores fue un objetivo prioritario pero, según explica la trabajadora social, el año pasado las enfermedades crónicas se agravaron y falleció una persona: «Se ha trabajado mucho en la comunidad para proteger a este colectivo, ya que todos tienen enfermedades que les hacían más vulnerables al virus. La respuesta de las familias fue de gran responsabilidad y la inmensa mayoría se ha vacunado». Una prueba irrefutable de esta responsabilidad es que en la casa de Manuel y Mari Carmen hay un cartel con letras bien grandes en el que se lee: «Prohibido pasar sin  mascarilla».