He aquí el último testigo

I.E.
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La familia del sacerdote Agustín Heras da con Enrique Rebé, el hombre que lo auxilió antes de morir. Confiesa que se sintió abatido al saber de su fallecimiento tras aplicarle durante más de 15 minutos maniobras de reanimación

Enrique Rebé, en el punto donde socorrió a Agustín Heras el 5 de enero. - Foto: Patricia

A Enrique Rebé no le entusiasman los primeros planos, y menos si es él el foco principal del objetivo. Pero en estos momentos de pandemia -en los que las historias de generosidad y solidaridad espolean el ánimo- deja a un lado el pudor y su timidez y se aviene a relatar cómo socorrió, el 5 de enero, al sacerdote Agustín Heras cuando se desvaneció en la calle Miranda, frente a la estación de autobuses. Le hubiera gustado que se tratara de una historia «con final feliz», pero lamentablemente el expárroco falleció después de que él le practicara maniobras de reanimación durante más de 15 minutos. Tras el esfuerzo, saber que moría ya en manos de los sanitarios lo dejó «abatido» y entendió el «sufrimiento de médicos y enfermeras cuando pierden a un paciente». 

La familia de Agustín Heras quería conocerle y agradecerle en persona su gesto. Y finalmente consiguió dar con el último testigo de la vida de su pariente. Tuvo una conversación con su hermano Vicente que prefiere no revelar, como es lógico, pero sí cuenta lo que ocurrió ese 5 de enero. Vive en San Cosme y esa mañana se dirigió al Bosque de Marie, floristería de la calle Miranda, a tomarse un café con la dueña. Cuando estaban en ello se dio cuenta de que en la acera de enfrente de la estación de autobuses había un hombre tendido en el suelo, que no se movía. Salió corriendo hacia allí, «alguien ya había avisado al 112» cuando llegó, y se percató de que tenía la cara amoratada, se estaba asfixiando. Le tomó el pulso en la muñeca y la carótida pero no lo halló, de modo que acercó su cabeza al pecho del hombre y solo apreció un leve rumor. Había que actuar y rápido con maniobras de reanimación a base de masaje cardiaco. Se puso a la faena y «funcionó, empezó a respirar, el corazón le latía y su rostro recobró el color». «Lo giré por si vomitaba y seguí con el masaje, pero continuaba inconsciente, no respondía a mis preguntas; ‘¿me oye?’, le preguntaba mientras le tocaba la cara», recuerda.

Un cuarto de hora después llegó una ambulancia de Sacyl y el paciente quedó en manos de los sanitarios. Al principio les ayudó sujetando la bolsa de suero y luego salió de escena. Unos agentes de la Policía Local le pidieron el número de teléfono por si tenían que llamarle para alguna diligencia y, tras saber que el hombre había fallecido, se fue a casa, se duchó y por la tarde acudió a la base del Cuerpo municipal de seguridad para interesarse por la identidad de la persona. Le dijeron que vivía en la residencia sacerdotal de los Cubos. Allí se fue para presentarse y dar el pésame a sus compañeros. Y debido a ello los hermanos de Agustín supieron que un hombre bueno había pasado con su familiar los últimos momentos de su vida. Le buscaron a través de este periódico, en un artículo que el hermano de Enrique le pasó por WhatsApp y que vio cuando regresaba de Vizcaya, tras finalizar un transporte para la empresa en la que está empleado. «Me quedé impactado con el hecho de que me buscaran», afirma. 

Enrique, de 53 años, explica que sus conocimientos en primeros auxilios le vienen de su época de nadador cuando eran joven y vivía en el País Vasco. Hace unos años los refrescó con cursos que hizo al sacarse el carné de camionero, su profesión actual tras regentar una floristería, Coquelicot, en Reyes Católicos. Confiesa que tras los hechos habló con una sobrina suya que es enfermera, con la cual se desahogó y se puso a «llorar como un niño» al relatarle el hondo pesar que le causó conocer el fallecimiento de un desconocido al que durante unos minutos sintió como el más cercano de los seres humanos.

Para acabar, Enrique quiere dejar constancia de que Prosegur, por iniciativa propia, le ha pagado las gafas que le rompió durante su intervención una vigilante de seguridad que participó en las labores de socorro. Generosidad con generosidad se paga.