Cantar a la vida

ALMUDENA SANZ
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La cantante burgalesa María Sedano presenta su primer álbum, 'Soledades', diez canciones que parten del jazz y beben de la música tradicional castellana y latinoamericana, este sábado en Cultural Cordón

María Sedano, en El Granero, un local para las musas y la amistad. - Foto: Jesús J. Matías

La soledad que encoge el alma tras una pérdida, la soledad que envuelve el trabajo callado de las gentes del campo, la soledad que deja un corazón roto, la soledad que una madre comparte con su bebé, la soledad que acompaña en el feliz reencuentro con uno mismo... A todas canta María Sedano en su primer disco en solitario, Soledades, que estrena en directo este sábado en Cultural Cordón (19.30 h., 10 euros), acompañada por su banda de músicos y otros artistas invitados.

Todas esas soledades se han ido presentando en su camino en los últimos quince años, algunas sin dejarse notar, otras chocando de bruces. Se quedaron ahí de forma inconsciente y un día, paseando por las calles de Lisboa, feliz con su soledad tras dejar atrás un terremoto emocional, decidió que sobre ese sentimiento tan universal y tan personal giraría su ópera prima. Buscó en esa caja de los tesoros. Y encontró que muchas de las canciones guardadas hablaban de ella.

Confiesa el vértigo de dejar algo tan suyo, tan personal, grabado para siempre. «Han tenido que tirar mucho de mí para que esto salga. Está el miedo de que no guste, de que no sea yo... Muchas cosas. Soy más artista de directo. Me encanta cantar. Salgo al escenario y, de repente, es magia. ¡Es tan bonito!», se entusiasma sabedora de que es su primer disco y que el mejor siempre estará por llegar.

Y es que Soledades, que cuenta con una ayuda Crea de la Fundación Caja de Burgos, era un paso natural en el camino de una niña a la que mecieron las nanas, creció al ritmo de la música tradicional -su madre canta en Yesca-, empezó a estudiar clarinete y que descubrió el poder de su voz cuando la soprano burgalesa Alicia Amo le hizo ver que tenía que estudiar jazz. Aceptó la sugerencia y cursó el superior en Musikene (San Sebastián).

Se enamoró de esa manera de cantar «tan difícil y tan bonita», pero siempre quedó en ella «el remanente de la música tradicional, de raíz, que no es algo intelectual, sino emocional». Y de ese bagaje, del jazz, de la música tradicional tan presente en su vida desde pequeña y su amor por la latinoamericana, nace este álbum.

Soledades comienza con una Nana, que descubrió gracias a Gonzalo Pérez Trascasa (Yesca), recogida en tierras del sur, muy especial para Sedano porque la ha cantado en el funeral de sus cuatro abuelos, muertos uno por año, ya que le parece que una nana une el principio y el final de la vida. «Rosarito de mi vida, quién te ha pegado, que tienes los ojitos de haber llorado. Mi niña duerme, mi niña duerme, con los ojitos abiertos como las liebres», recita y observa: «Suena entre la música tradicional y la electrónica, mezcla lo viejo con lo nuevo, una dualidad que permanece en todo el disco».

Precisamente para su abuela María, a la que dedica todo el trabajo, escribió María del Campo, unida a la peruana María Landó, donde recupera su voz en una vieja entrevista en Radio Valdivielso. «Era una mujer especial, con una resiliencia increíble, era todo amor. Siempre me ha inspirado fuerza, ganas de vivir y de valorar las cosas que de verdad importan. Creo que gracias a ella soy más feliz», aventura y entona: «María no tiene tiempo de alzar los ojos, María de alzar los ojos, rotos de sueño...».

Estas marías suenan más a tradición, más acústico, igual que A pique, tema de Juan Quintero; Paloma negra, un clásico para expresar el desgarro del desamor, aquí con contrabajo y voz; Cardo o ceniza, versión de Chabuca Granda; o La vereda, escrita por su hermano Juan, para guitarra y voz, que vuelve a cantar a la importancia de las pequeñas cosas, de disfrutar el camino, de beberse la vida.

Un ritmo más pop envuelve otras, como Día de muertos, de Pablo Carrascal, músico al que conoció en sus años en Granada. Lloró la primera vez que la escuchó. «Te lleva a esos momentos cotidianos en los que, de repente, vuelve la sensación de pérdida, pero de una manera bonita, no triste», dice y se ve a la lumbre con su abuela. El mismo autor firma Qué pasará. «Tomó un nuevo sentido durante el confinamiento y también ahora con la guerra en Ucrania», expone al tiempo que da una pincelada: «Si lo que somos es lo que nos dejan ser, habrá que pensar en la huida».

Cada tema esconde una evocación, una historia, un momento. La mujer esqueleto la traslada a una charla bajo las estrellas en el festival WIM de Frías, y Polo margariteño, canción de ida y vuelta, recogida en Venezuela, irradia toda la luz que busca con este disco. Y el cantar tiene sentido, entendimiento y razón.