Adiós a Julián Santamaría, un referente de la creatividad

DB
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La ciudad despide al artista que dedicó su vida al dibujo con una ingente producción de carteles para un abanico de disciplinas y eventos que le valieron destacados reconocimientos internacionales

Julián Santamaría, durante una exposición de carteles de la Ruta Quetzal en el Arco de Santa María en 2002. - Foto: Patricia González

«Julián Santamaría piensa con los ojos. Son sus ojos de artista los que dan órdenes a su cerebro. Y así, cuando el cerebro transmite sus impulsos a la mano, esta no es tan solo la mano habilísima que es. Es además una mano observadora, sensitiva, precisa, óptica (...)». Esa mano dejó de observar y sentir ayer. Julián Santamaría López falleció a los 90 años. Pero su mirada y su trazo continúan palpitando a través de la importante producción creativa que realizó durante una larga trayectoria que ocupa un relevante capítulo en la historia del diseño.

Aunque en los últimos años su actividad cesó y, como apunta el coordinador cultural del Instituto Municipal de Cultura (IMC), Ignacio González, cayó sobre él una inadmisible losa de olvido, su carrera tiene el suficiente peso para considerarlo uno de los grandes, sobre todo en el diseño y la ilustración, artes a las que estará siempre ligado su nombre. Le valieron el reconocimiento internacional, igual que sus trabajos como grabador y pintor. 

Su biografía arranca en la localidad cántabra de Reinosa en enero de 1930, pero durante su niñez, a causa de la Guerra Civil, se traslada con su familia a Las Hormazas. Aquel joven ya despuntará por unas aficiones artísticas que, según apunta el Diccionario de la Cultura en Burgos, le llevarán a abandonar los estudios de Comercio que inicia en Burgos para entregarse al dibujo. 

Muestra sus primeras pinturas en exposiciones colectivas en los bajos del Teatro Principal y con 21 años recibe una beca de la Diputación Provincial para la Escuela de Bellas Artes. Más interesado en la práctica que en la teoría, empezará a alumbrar una ingente labor creativa que se traduce en carteles, cientos de portadas y de ilustraciones para libros y revistas, logos como el de la Ruta Quetzal, tarjetas navideñas -esperadas por muchos durante estas fechas-, dibujos... 

Estos trabajos pronto le valen premios, tanto nacionales como internacionales, como el Nacional de Artes Decorativas y Mundial de Carteles de Manila (1961) o el de Grabado en la Bienal Internacional del Arte Comprometido de Viena (1972). Estos reconocimientos se unen al que supone que su obra esté presente en importantes colecciones como el Museo Español del Grabado y Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, el Lincoln Center de Nueva York, el Gulbenkian de Lisboa o el CAB de Burgos. 

Siguiendo con las palabras que un día dijo su colega y paisano Máximo, recogidas en el citado Diccionario de la Cultura, que abren este texto, «Julián Santamaría ha ido haciendo sus cuadros, sus dibujos, sus grabados, sus carteles, sus emblemas, sus inventos, con precisión de ingeniero e impregnación lírica. Quizás le viene el entusiasmo de su pasión por la montaña, de su insaciable cultura visual, de un buen gusto que le devora o de sabe Dios qué dones y comezones que él estruja sobre su mesa de trabajo hasta, sin esfuerzo aparente, conseguir hacer milagros».