"Vendimos a Castilla por unas lentejas y perdimos el alma"

R.P.B.
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Blowin´in the wind. Conversaciones sobre Burgos. Juan José García González. Catedrático de Historia Medieval

"Vendimos a Castilla por unas lentejas y perdimos el alma" - Foto: Alberto Rodrigo

No ha perdido poder de seducción, una de las características que mejor recuerdan sus alumnos: la carga de profundidad intelectual de su discurso es expresada con un verbo fluido y brillante en el que no caben dudas ni fisuras. Confiesa estar disfrutando -como jamás hubiera imaginado- de la jubilación. Aunque no le da tregua al cerebelo (es habitual verle en la Biblioteca General porque no ha dejado de investigar ni de estudiar ni de profundizar en sus conocimientos) ha cambiado las aulas por los largos paseos.

 

Larguísimos: procura dar 10.000 pasos diarios "ni uno más. Sería un despilfarro. Se trata de mantener un poco el tipo, sin exageración", apunta sonriendo este catedrático emérito de Historia Medieval, cofundador de la Universidad de Burgos, nacido en Novales, corazón de un ubérrimo valle de Cantabria en 1945. De su infancia pudo muy bien haber bebido Miguel Delibes para contarla con maestría en El Camino: Juan José García González vivió andanzas similares a las de Daniel ‘El Mochuelo’ y sus amigos. Cazó pájaros, pescó peces, correteó de aquí para allá, jugó al fútbol (dice que muy bien; que hoy se hubiese ganado el apodo de ‘El Messi de Novales’. Tras esta confesión, huelga decir que es culé hasta las cachas). Este hijo de pequeños campesinos cántabros pudo estudiar gracias a las becas que concedía el franquista Patronato de Igualdad de Oportunidades. Que eligiera la carrera de Historia Medieval no fue un hecho casual, más bien un ejercicio de amor a sus mayores: no en vano la Edad de Oro del campesinado histórico es la Edad Media. "Siempre sentí un interés muy singular por la vida de mis padres, pero también por lo que era el paisaje natural de la época, un mundo de agricultores que trataba de sacar adelante su prole y su vida en un terruño escaso, el minifundio norteño, mezcla un poco de agricultura y ganadería. El reconocimiento al esfuerzo y a la voluntad de mis padres, que se empeñaron en que fuéramos hijos que estudiaran, fue seguir interesándome por los campesinos. A ello he dedicado mi vida".


Terminó la licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid el año 1969, y se quedó un año en el Departamento de Historia Medieval "con el sólo afán de profundizar mis lecturas sobre la Edad Media. Cinco meses después, pedí y conseguí una beca de investigación del Estado, con la finalidad de iniciar una tesis doctoral sobre ‘Señorío eclesiástico y fiscalidad decimal en San Salvador de Oña’". 


Entonces se le propuso ir a Burgos, al Colegio Universitario Adscrito en creación, como profesor de Historia Medieval. "No lo dudé ni un segundo. Siempre he preferido ser cabeza de ratón que cola de león".  Llegó a Burgos en los albores de los 70. No es indulgente con la ciudad que se encontró: "Burgos era una ciudad transparente, que no engañaba a nadie: conservadora en los principios, asperona en el trato y provinciana en las formas. El espejo no mentía. La esencia y las apariencias eran una sola y misma cosa". 
Medio siglo después, admite que ha cambiado ostensiblemente. "Sin lugar a dudas, hoy es más cosmopolita en las formas y más profesional en el trato. En lo tocante a los principios, la situación también es diferente, aunque bastante más chocante, en la medida en que la esencia y las apariencias ya no coinciden. Me da la impresión de que hoy en día conviven simultáneamente, pero no se interpenetran, dos ciudades en una sola: una ciudad real y una ciudad de cartón piedra. La primera, hija de nuestro tiempo, sigue su curso incontenible hacia formas cada vez más liberales, hijas del capitalismo dominante. La segunda (y que a nadie le siente mal) es la que llamo de cartón piedra. Es la ciudad oficial. La que lucha denonadamente por evitar que la realidad se imponga, la que intenta restringir la marcha de la realidad. Cabe caracterizar de grandiosamente patético el esfuerzo que desarrollan algunos personajes, organismos e instituciones por prolongar -en general, a base de exaltaciones del pasado- una realidad urbana que ya no es lo que era y que nunca volverá a ser de la misma manera".


Juanjo García González inauguró "literalmente" el CUA. "Ahora mismo soy uno de los pocos fósiles vivientes que quedan de su fundación". En Burgos concluyó la tesis doctoral, que presentó en la Complutense de Madrid, y se convirtió en profesor titular y en catedrático. Fue Director del CUI varios años y formó parte como vicerrector de la Comisión Gestora que creó la Universidad de Burgos en 1994. 


El germen de la UBU. Recuerda con nitidez aquellos años. "Lo viví con gran ilusión y gran responsabilidad. El profesorado que aquí vino es la esencia fundamental de la Universidad de Burgos, por lo menos en su fase germinal. Por otro lado, la ciudad estaba -como casi todo el país- en una fase de despegue, de arranque, de ilusión. Y desde muy pronto empezó a gestarse la sensación de que debería haber algo más consistente que una cosa prestada por los pelos. Hay que reconocer que hubo mucha gente que tuvo un papel capital, desde las instituciones a las entidades pasando por las personas. También pasamos momentos duros. Hubo huelgas que estuvieron en un tris de lanzar al despeñadero el proyecto. Lo cierto es que sobrevivió y consiguió cristalizar".


Subraya que se implicó seriamente en su consecución no tanto para dotar a la ciudad de una institución más, "o para ganar cuotas de prestigio, sino porque me parecía conveniente para la mayoría. Los ricos de Burgos no necesitan tener universidad en casa, ni entonces ni ahora. Siempre han mandado -y siguen mandando- a sus hijos a estudiar fuera. Los que sí la necesitaban eran las numerosas familias de la ciudad y de su entorno que carecían de los recursos de aquellos. Creo que ese es el argumento social que sigue justificando su existencia hoy en día", apostilla. Aunque fueron muchas las personas que trabajaron para que aquel deseo se hiciera realidad, Juanjo García destaca un nombre por encima de los demás: "Me habría gustado que Federico Sanz hubiera compartido el ‘Doctorado Honoris Causa’ que la UBU acaba de conceder a Juan José Laborda. Ambos se lo merecen por igual".


Se define como un historiador materialista marxiano. "Ni marxista, ni marxólogo. Con esta doble afirmación quiero decir dos cosas: en primer lugar, que me ocupo en conocer cuál es la naturaleza de la condición humana y cómo se ha desenvuelto en el espacio y en el tiempo, y, en segundo lugar, que sigo encontrando en los escritos de Marx mi mayor fuente de inspiración para lograrlo. A fin de cuentas, los humanos no somos más que lo que son nuestros cuatro imperativos básicos: la necesidad de alimentarnos, la obligación de reproducirnos, la exigencia de conseguir defensa física y la conveniencia de encontrar amparo anímico. Y Marx lo que ha dicho es que, partiendo de esas simples materialidades, se puede construir nuestra trayectoria en el pasado y explicar racionalmente el presente que nos ha tocado vivir".


Ser una eminencia en historia medieval no le inhabilita para conocer en profundidad épocas más cercanas, como la que le ha tocado vivir, sin ir más lejos. Así, como ciudadano que lleva medio siglo en Burgos, considera en el transcurso de este tiempo la ciudad ha sufrido "dos derrotas descomunales": la pérdida de la capitalidad autonómica y la quiebra de la identidad castellana. "Aquí siempre ha habido muchos prohombres, pero no ha habido ningún héroe o heroína que haya salido al paso de tamaños despojos. Estoy por decir que Burgos es la única ciudad del mundo que ha perdido la capitalidad que tenía en sus manos y que se ha despojado conscientemente de la mochila simbólica que la hacía importante en la historia de Europa. Probablemente ha sido así por una mala lectura del futuro, pues mientras la capitalidad emigraba a Valladolid y Castilla era sepultada en una Comunidad Autónoma inasumible, aquí no pocos responsables gastaban sus energías en clamar contra la creación de unas autonomías supuestamente destructoras de la madre patria".


Señala que ésta es una problemática con dos repercusiones trascendentales. "La primera es de tipo prosaico, pues la pérdida de la capitalidad representa la pérdida de un nivel de ingresos y de vida harto superiores. Que se lo pregunten a Valladolid, que ha pasado de ser poco más que una puebla protourbana a convertirse en una ciudad con todo a su favor y un futuro deslumbrante. La segunda repercusión es de tipo intelectual y moral. Antes, la historia de Castilla era la historia de los castellanos. Ahora se nos dice que todo eso ha sido una ensoñación, un equívoco, que siempre hemos sido castellano-leoneses. O sea, que la tierra que se forjó históricamente en pugna con León resulta que tenía el alma desquiciada, pues luchaba contra sí misma y, además, sin saberlo". 


Para refrendar su tesis, dice que podría interrogarse al Cid sobre todo esto; preguntarle si se sentía castellano-leonés. "Y respondería terriblemente enojado que él era un guerrero castellano que consumió toda su vida pugnando contra León. Rodrigo Díaz no era -como parece darse a entender en los últimos tiempos- un tarambana malencarado que se revolvía por puro capricho o por soberbia personal contra el orden institucional leonés, sino un personaje inteligente y cabal que vio con deslumbrante claridad que Castilla era el futuro y que León hacía lo posible y lo imposible por impedirlo. Y resulta que tenía razón. Apenas media centuria después de su muerte, el rey leonés Alfonso VII se encargó de deshacer lo que Alfonso VI había torpedeado con tan malas artes. El Cid tenía razón en su percepción del futuro y los monjes los juglares lo captaron perfectamente. Y, de hecho, se encargó de dársela el único juez inapelable: la historia. Tampoco fue el Cid un mercenario o un apátrida, como se ha dicho tantas veces. Somos nosotros, los castellanos de ahora, los que le hemos convertido en un héroe sin patria al vender a Castilla por un plato de lentejas. Por hacer eso y por hacerlo tan mal, hemos perdido el alma". 


Burgos medieval, no romano. Es incapaz de sustraerse de la actualidad, y ha seguido con interés la revelación que este periódico hizo hace varias semanas sobre una tesis doctoral que defiende un origen romano, que no medieval, de Burgos. "Me parece una bendición que un no historiador aborde dicha cuestión y que se atreva a remover el estanque científico proponiendo un nuevo paradigma explicativo sobre los orígenes de la ciudad. Lo que me parece fatal es que quienquiera que lo intente debute menospreciando a los especialistas que llevan años en el tajo, acusándoles de ‘repetidores de mantra’ y de ‘irracionales en sus propuestas’. La estrategia de ‘tierra quemada’ para hacer sobresalir el producto propio es mala estrategia, pues siempre será infinitamente mejor en términos científicos ser un gigante entre titanes que no un tuerto en el país de los ciegos. Dar lecciones a historiadores con el solo bagaje inicial de un simple aparejador me parece una solemne temeridad". 


Tampoco le parece de recibo que se secuestre académicamente durante tres años un trabajo "pretendidamente científico" y se dé a conocer en los medios de comunicación. En relación al presunto origen romano de la ciudad, añade el historiador que retrasar el arranque nada menos que seiscientos años "es meterse directamente en la boca del lobo, por la radical ausencia de documentación escrita y por la notable escasez de excavaciones arqueológicas. Si de lo que se trata es de impactar al personal o de hacer juegos malabares, yo remontaría el origen mucho más, pues al menos sabemos con seguridad que en el Cerro de San Miguel hay un poblado de la Iª Edad del Hierro, en tanto que no se ha encontrado ni rastro de romanidad en el altozano, al menos por el momento. Se trata, por tanto, de una hipótesis, absolutamente inverificable con los conocimientos que poseemos actualmente, que, sin embargo, ha pasado los trámites académicos como tesis, hasta el punto de haber sido calificada con ‘sobresaliente cum laude’ por un Tribunal de no historiadores", concluye el catedrático de Medieval.