"Me arriesgué a que no me hicieran caso y lo hice sin límites"

R. PÉREZ BARREDO
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El artista arandino Néstor Sanmiguel, al que el Reina Sofía está dedicando una retrospectiva en Madrid (y a partir de hoy también en Vitoria), reflexiona sobre su obra, sobre el arte y sobre la vida en el momento más álgido de su carrera

El artista arandino, en su taller. - Foto: Luis López Araico

Muchos años antes de que decidiera dejarlo todo y saltar sin red para ser artista y tratar de vivir de ello, durante una visita al Museo Reina Sofía, Néstor Sanmiguel le dijo a su novia, que hoy es su mujer: "Algún día expondré mi obra aquí". No fue una declaración pretenciosa: el arandino sabía que tenía algo dentro, y que iba a obstinarse por hacerlo eclosionar fuera como fuera, y que cuando llegara ese momento, lo haría con éxito. Cuando cumplió los cincuenta dejó su trabajo en una fábrica textil y se dedicó a crear buscando al artista en el que habría de convertirse un día. Lo encontró, y al artista que es hoy Néstor Sanmiguel el Museo Reina Sofía le está dedicando una exposición retrospectiva en el Palacio de Velázquez del Retiro. A veces los anhelos se cumplen. Está feliz por ello, claro. Pero lo lleva con naturalidad: hace años que es uno de los artistas contemporáneos más reputados. "Sabía que el Reina Sofía me había echado el ojo, había comprado ya obra mía. Era algo que esperaba que llegara en cualquier momento. Y llegó. ¿Sentir? Creo que no siento nada", dice sosegado mientras se mueve por su enorme taller, un espacio luminoso abarrotado de obras, de pinceles, de libros, de papeles; un lugar en el late la magia de la creación y que parece una obra más de este singular artista.

Recuerda al niño que fue, aquel que dibujaba y pintaba, el que con once años vendía sus creaciones a amigos de su padre. "Ese niño sigue muy presente en mí". Esperó media vida, eso sí, para hacer lo que siempre quiso. "Decidí correr la aventura". Los comienzos no fueron en absoluto sencillos. Llegó a quemar obra y pasó serias estrecheces económicas. Pero estaba convencido de sí mismo. "Fue todo un proceso. Llegó un momento en el que consideré que había concluido el periodo de aprendizaje. Había pintado de todo, pero quería encontrar el diferencial. Yo no tenía problema en encontrar un estilo porque había imitado el de muchos: Van Gogh, Gauguin, Matisse, Picasso... No copiaba su obra, imitaba su forma de trabajar. Adquirí el dominio del brochazo y de la pincelada. Pero si tenía ambición por hacerme un hueco en el mundo del arte contemporáneo, necesitaba algo que me diferenciara de los demás".

Y empezó a distinguirse definiendo un estilo único, intransferible, genuino. "Estuve cinco años analizando las formas, no los contenidos de las formas. Cuando me di cuenta de que lo que había creado era una suerte de metalenguaje con el que escribía sin usar palabras, decidí dar un paso atrás y volver a empezar. Y abrí caminos nuevos. Sucede que en España, como somos tan drásticos en tantas cosas, se había decidido que la pintura estaba muerta. Justo cuando yo había decidido emprender la aventura. O sea, corrí el riesgo de que nadie me hiciera caso, como así ocurrió durante muchos años, hasta que me descubrieron personas varias generaciones más jóvenes que yo, gente que empezaba a ocupar cargos importantes en museos. Me descubrieron".

También los coleccionistas privados se fijaron pronto en él. Pero fue la galería Maisterravalbuena la que apostó todo por Néstor Sanmiguel. "La mía es una pintura procesual. Van apareciendo sugerencias puramente plásticas conforme avanzas en la obra. No hay ideología en mi obra. En el origen, cuando estaba buscando ese diferencial que me ayudara a distinguirme de otros, el peso de la política y de la religión era bastante alto en lo que hacía, con numerosas referencias figurativas", explica el artista, que fue comunista y budista. "Siempre he sido una persona comprometida socialmente. Hasta que el Partido Comunista me echó, fui secretario de CCOO en Aranda".

De eso hace mucho tiempo, dice Sanmiguel. "Ahora soy un pequeñoburgués. Pertenezco a la aristocracia proletaria, como se decía en otros tiempos. Estaba en el sindicato siendo patronista, y había quienes me decían que por qué me metía en eso si yo tenía un buen sueldo. ¡Pues porque los demás no tenían cojones!". Admite que haber sido durante tanto años patronista -o sastre, como prefieran- ha podido influir conceptualmente en su obra. "Hay patrones muy complicados, y a mí siempre me ha gustado lo complicado. Cuanto más complejo, mejor. El gusto por cuadricular, por trazar verticales y horizontales, posiblemente venga de ahí, porque en el patronaje lo haces continuamente. Aunque creo que lo más importante es la constancia y no ponerse límites".

Asegura que el arte es infinito. Y que no se le puede poner límites. "Yo fabrico objetos, como se podía hacer en la Edad de Piedra; pero en lugar de pintar en las paredes de una cueva lo hago sobre tela. El arte es correr un riesgo mental", subraya. Entiende el artista arandino que no siempre, y no todo el mundo, considere el arte contemporáneo como arte. "Desde el momento en el que un artista, Marcel Duchamp, expuso un urinario sin más, ahí se rompieron muchos moldes. Y la cantidad de imitadores que ha habido, y sigue habiendo... Yo no me atrevería a hablar de tomadura de pelo, pero sí de una ligereza conceptual muy peligrosa. Yo sigo mi camino y no voy a dar ya más vueltas, aunque el camino tenga muchas bifurcaciones. Yo a veces realizo una obra en la que el sujeto artístico parece que ha desaparecido porque el azar y la casualidad lo han inundado todo; hay obras con combinaciones matemáticas, en las que mi intervención intelectual parece que es poca. Y estoy con Picasso: no existe la inspiración, existe el trabajo. Ahí puede surgir la inspiración, la intuición. Pero creo que encontré un lenguaje, que es reconocible, aunque tal vez me vuelva a perder", apostilla exhibiendo una sonrisa.

Vivir del arte. Se encuentra tranquilo y feliz Néstor Sanmiguel, que trabaja todos los días varias horas por la mañana y por la tarde. Ya no se jornadas maratonianas en las que a veces le sorprendía la madrugada pincel en mano, pero mantiene un alto ritmo. Asegura que poder vivir del arte es una gozada. "Pero para ello hay que vender mucho, demasiado", apunta. "No me voy a hacer millonario pero seguiré trabajando aunque ya pesan las piernas y los brazos. Se van notando los años. Pero me siento reconocido, eso sí". No reflexiona el artista ni sobre la vida ni sobre el paso del tiempo. "Pienso poco en otras cosas que no sean el arte. Hace tiempo reflexionaba más, pero como con la religión rompí hace tiempo... Siempre se tiene a veces un ramalazo trascendental, y la filosofía está ahí. Me hice muy pronto budista, pero enseguida conocí el comunismo y me dije: esto es más glorioso. Ahora no creo en nada. Ya se han encargado las propias ideologías de hundirse a ellas mismas. Pero del comunismo me sacó un libro de Alexander Solzhenitsyn, Un día en la vida de Iván Denísovich. Con eso ya tuve bastante".

Hoy inaugurará Sanmiguel en el Museo de Arte Contemporáno Artium de Vitoria una segunda exposición, que forma parte de la misma que puede verse en Madrid. "Me hace mucho ilusión también la muestra de Vitoria". No lamenta en absoluto el artista que tanto reconocimiento le haya llegado un poco tarde. Considera que ha llegado cuando tenía que llegar, y que todo el recorrido, todo lo vivido, todo lo aprendido y sufrido era necesario para ser el artista que es hoy. Y sin moverse de Aranda, siempre en los márgenes, siempre alejado de los cenáculos del artisteo. Un grande.