Hace cinco días, con su Diario de Burgos recién comprado, en su paseo de buena mañana, en medio de su placentera rutina diaria en la que el café de cafetería combina a la perfección con la lectura sosegada, mi padre tuvo una caída, aparatosa en un primer momento. Gajes del oficio, la vida misma. Más, si vas sumando años, la pandemia te ha tenido retenido más de la cuenta y convives con problemas de movilidad. 

Hasta aquí, nada excepcional. Como tampoco lo es, o nunca debería serlo, lo que sucedió a partir de ese momento: se llama empatía ciudadana y tiene que ver con la ayuda, la amabilidad, la cercanía, la serenidad… Humanidad, tanto de la persona conocida de la familia que presenció el momento y me llamó por teléfono como por parte de vecinos que se cruzaron con la escena y no dudaron en tender la mano hasta que llegaron los servicios de emergencia. Agradecimiento es lo único que cabe, tanto para ese día como para el siguiente, cuando volvimos a encontrarnos compartiendo nuestro rato.

La escena sucedió en una avenida muy transitada. A los dos días, paseando solo dos manzanas más allá, en una calle céntrica pero más escondida, fue mi padre quien comentó: «Te caes aquí y no pasa nadie en horas». Y así es. El episodio hubiera sido otro.

En esta sociedad cada vez más individualizada no está de más recordarnos que nos necesitamos. Y que no debemos pasar de largo nunca. A veces no vemos. Otras no queremos mirar. Cuesta creer que en el centro de París nadie socorriera en horas al fotógrafo René Robert. Murió congelado, tendido en el suelo tras caerse. La noticia ha traspasado fronteras por tratarse de un personaje conocido. Pero se repite. La indiferencia social, la distracción, asusta. La solidaridad humaniza. Anónimo o popular, cualquier ciudadano puedes ser tú.