Lo que hay ahí afuera

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Carlos Briones publica '¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el cosmos', obra en la que intenta responder a esta pregunta tan antigua de la humanidad con las evidencias que hay hasta el momento y desde la ciencia, la filosofía y las artes

El burgalés Carlos Briones trabaja desde hace años en el Centro de Astrobiología del CSIC. - Foto: Valdivielso

Una casualidad «cósmica», como él mismo lo llama en broma, ha hecho que en estos mismos días en los que ha visto la luz el libro de Carlos Briones (Burgos, 1969) ¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el cosmos (Editorial Crítica) se haya conocido la noticia de un hallazgo en Venus interpretado por algunos como la existencia en ese planeta de indicios de vida. Enseguida, el astrobiólogo del CSIC ha colocado las cosas en su sitio a través de los medios de comunicación y de su cuenta en Twitter, desde donde divulga, pelea contra las pseudociencias y hace gala de su curiosidad y de su conocimiento  enciclopédicos acerca de lo que hay ‘ahí afuera’, que es precisamente lo que le ha llevado a publicar esta especie de gran tratado que incluye todo lo que se conoce hasta ahora, lo que se ha investigado, escrito, rodado, cantado y soñado acerca del universo. Este nuevo libro del coautor de Orígenes, que desearía presentar en Burgos si las condiciones así lo permiten, está prologado por el director del Planetario de Pamplona, Javier Armentia, y se acompaña de ilustraciones de María Lamprecht.

Briones no ha eludido este interesante debate pero echando el freno de mano en el entusiasmo de quienes sostienen que es posible que haya indicios de vida en Venus al haberse encontrado fosfano: «Eso mucho decir y esto es lo que no solo yo sino otros muchos colegas estamos manteniendo a pesar de que considero que el artículo publicado está muy bien y lo que dice es, en principio, correcto en cuanto a la detección. Pero en la interpretación no estamos de acuerdo».

Esta molécula, que es un átomo de fósforo con tres de hidrógeno, se ha encontrado en la atmósfera de un planeta «que es fascinante aunque no tan popular como Marte para la búsqueda de vida, pero sí, desde luego, para los sueños de la humanidad de encontrar otros planetas habitables»: «La superficie es infernal, está a 460 grados de temperatura, pero las gruesas capas de nubes que forman su atmósfera constituyen un lugar en el que podría haber microorganismos, como ya avanzaba Carl Sagan en un artículo en los años sesenta, unas nubes que están a 50 kilómetros de altura donde ya no hay tanta temperatura y se está a entre 20 y 30 grados, como todo el año en Canarias, pero que tienen el pequeño inconveniente de que están flotando en una atmósfera de ácido sulfúrico».

El científico sigue explicándose: a favor de que el hallazgo de fosfano pueda significar vida está, a su juicio, el hecho de que esta molécula en la tierra solo se origina por la actividad de los seres vivos, por metabolismo de los microorganismos, y que la atmósfera de Venus es muy oxidante y tiene características que harían que el fosfano no fuera muy estable. En contra: que ya se había detectado fosfano en las atmósferas de Júpiter y de Saturno, y ahí no hay vida. «Si algo lo puede originar la química en algún sitio del cosmos, si lo encuentras en otro sitio del cosmos no hay por qué decir que es la biología la que lo ha formado, porque es una molécula muy pequeña y no solo la pueden formar los seres vivos, por lo que no es lo que llamamos un auténtico biomarcador. Si hubiéramos encontrado, por ejemplo, una proteína o una molécula que producen los seres vivos, o un ADN o ARN nos diría que como no lo puede hacer la química sola, lo más probable es que haya  seres vivos que lo estén haciendo, pero es que esta molécula no es tan grande ni compleja como para asumir que su detección implica la detección de vida».

«Ganas de encontrar vida». Carlos Briones cuenta que las interpretaciones más optimistas tienen que ver con las ganas «que tenemos todos» de encontrar vida fuera de la tierra, «porque no nos gusta sentirnos solos y queremos estar acompañados». Pero ¿cómo es posible que nos sintamos solos si somos cerca de 8.000 millones de seres humanos? «Somos muchos, es cierto, y lamentablemente estamos acabando con los recursos y la vitalidad de este planeta, pero nos sentamos en una noche estrellada a mirar al cosmos y nos sentimos muy poquita cosa y nos preguntamos si en todas esas luces no puede haber otros planetas alrededor en los que haya otros seres. Esto es algo que ha acompañado a la Humanidad desde sus orígenes, que se ha preguntado de forma filosófica desde el principio y que desde que el método científico existe nos planteamos de una manera más estructurada. En el universo hay un número de estrellas que es un uno seguido de veintitrés ceros. No podemos ni imaginarnos lo que es eso, y si hay tantísimas posibilidades es probable que haya vida en algún sitio».

El autor de ¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el cosmos siempre aclara que cuando se habla de la existencia de vida fuera de este planeta no quiere decir que sea vida inteligente sino microbiana e invita a no ser antropocéntricos, es decir, a no imaginarse a extraterrestres con manos, ojos o pies como los nuestros. «Que en Marte o en Venus hubiera vida microbiana autóctona -realmente de allí y no bacterias que hayamos llevado en una misión-, sería un descubrimiento fabuloso y querría decir dos posibilidades: que la vida se ha originado en dos lugares diferentes y que ese proceso que pasa de la química a la biología es relativamente fácil de que ocurra porque al menos en dos lugares se ha producido, o que la vida ha viajado de un lugar a otro. No hay ninguna prueba sobre ello, ninguna;  de la misma manera que no hay pruebas de que, a día de hoy, exista vida más allá de la tierra, pero puede haber ocurrido que la vida se haya movido entre planetas cercanos a través de meteoritos y esa posibilidad es fascinante».

A Marte le dedica Briones un gran capítulo en su libro pues el planeta rojo es una de las grandes apuestas de los países líderes en la industria espacial y «la niña mimada de la astrobiología porque lo tenemos muy cerca y es relativamente fácil llegar». Mientras está leyendo usted estas líneas hay tres misiones en busca de señales de vida que se están dirigiendo hacia allí promovidas por tres países que no son, por cierto, un ejemplo del respeto más pulcro a los derechos humanos: Estados Unidos, China y Emiratos Árabes Unidos: «Cuando la vida empezó en la tierra, hace unos tres mil setecientos millones de años más o menos, Marte era un planeta perfectamente habitable y su hemisferio norte estaba cubierto de agua. ¿Podría haberse originado la vida allí a la vez que en la tierra? No hay nada en contra de esa posibilidad, quizás sí, aunque luego tuvo una vida muy complicada a nivel geológico y puede que la vida no se haya seguido desarrollando pero podamos encontrar fósiles o puede que siga allí y esté en el subsuelo». 

La geoética. En las páginas del libro de Briones hay una interesante reflexión sobre la denominada geoética: «Ya lo decía Carl Sagan en Cosmos, del que ahora se celebran los 40 años, nosotros no somos nadie para alterar la vida en otros planetas: si hay vida en Marte, este planeta pertenece a los marcianos. Nuestro afán por colonizar ecosistemas ha hecho que nos carguemos la selva amazónica y que hayamos disparados los procesos que han dado lugar al cambio climático y no sé si esta tendencia la vamos a mantener con otros planetas, no lo tengo claro y sí tengo muy seguro que si hay recursos geológicos en Marte ahí estaremos para explotarlos». 

En la obra se habla también de la posibilidad de los viajes ‘turísticos’ interplanetarios: «Cada vez hay más compañías privadas involucradas en la carrera espacial, lo que es bueno porque están espoleando este campo pero, por otra parte, querrán encontrarle rentabilidad a toda la inversión que cuesta ir a Marte. una opción es la minería espacial y otra, el turismo de lujo. Ya hay turistas espaciales y no me extrañaría que en cien años se esté hablando de agencias de viajes que ofrecen experiencias espaciales».

El astrobiólogo afirma que lo que ha intentado a lo largo de 521 páginas es transmitir su pasión por conocer y precisa que cuando escribe divulgación científica está pensando en lectores «de cualquier profesión, ocupación y nivel de estudios pero que tengan ganas de conocer y aprender», a los que interpela no solo con datos sino con multitud de referencias literarias, musicales o cinematográficas y con entrevistas muy interesantes a otros científicos expertos en diferentes especialidades, incluida la filosofía, «que también tiene mucho que decir» para abordar la gran pregunta -¿estamos solos? -desde muy diferentes ámbitos.

Especialmente indicada estaría su lectura para quienes aún piensan en marcianos verdes con las cabezas grandes, es decir, para todos aquellos conspiranoicos nacidos al calor de una disciplina que como está llena de dudas ha sido siempre un caldo de cultivo magnífico para todo tipo de teorías disparatadas. El propio prologuista, Javier Armentia, así lo dice cuando habla de la labor de Briones para «desmentir con datos a quienes creen en ovnis y en abducciones» y el mismo autor, que les pega un sutil repaso a los terraplanistas: «Creo que les quitarían muchas ideas locas de la cabeza porque estamos hablando de ciencia y las evidencias científicas cada vez nos permiten conocer mejor cómo es la tierra y el cosmos y cómo funciona la vida y no hay nada, por ejemplo, a favor de la tierra sea plana o que nos hayan visitado extraterrestres o que haya abducciones o que las vacunas no funcionen porque el que tiene ideas muy raras lo mete todo en el mismo saco».

Y puestos a soñar y a elucubrar..., ¿cómo sería y dónde estaría la vida que a Carlos Briones le gustaría encontrar fuera de la tierra? No lo duda un segundo: en los océanos de agua líquida que hay debajo del hielo del satélite Europa o del satélite Encélado, dos lugares en torno a Júpiter y Saturno, una elección que hace porque están muy alejados de la tierra: «Tienen agua y si allí hay vida es casi seguro que se ha originado de una forma independiente a la Tierra y estaría basada en agua y carbono porque la química es universal y estos son los mejores elementos para hacerla. Pero me gustaría que tuviera una bioquímica distinta, moléculas distintas, eso diría que la química es capaz de organizarse de formas diferentes para generar seres vivos. Eso sería una pasada pero creo que no viviré para saber si ocurre».